Inicio | Editor | Contáctenos 
 

El presidente está enfermo
por Rafael Poleo
viernes, 21 diciembre 2007


En 1979, en un almuerzo concertado por Gustavo Cisneros en su casa para reconciliarnos a Carlos Andrés Pérez y este humilde cronista, el ya ex presidente me preguntó si había leído “Esos enfermos que nos gobernaron”, libro entonces en boga. Fue a la hora del café. Ya habíamos almorzado como los antiguos amigos que habíamos sido. No mencionamos las persecuciones de que fui víctima durante su mandato -suaves, es cierto, si se las compara con las que me aplicó en el segundo. Gustavo nos pidió entrar en materia y Pérez abordó el tema confesando que él había sido “muy vehemente” y que “mucha gente se portó mal”, mencionando como instigador a un alto miembro de su gabinete.

-Yo peleo contigo por la manera como gobiernas. Ahora no estás gobernando, ¿por qué voy a pelear? Pero si tratas de ser presidente otra vez, volveremos a pelear seguramente.

Se lo dije casi en broma, eficaz manera de hablar en serio. Pérez siguió en plan conciliador:

-¿Gobernar otra vez? ¿Qué seré yo dentro de diez años? ¿No ha leído “Esos enfermos que nos gobernaron”?

El día anterior yo había almorzado con Escovar Salom y éste me había dicho que Pérez el único libro que había leído era “Desde el Jardín”, y eso porque se lo había regalado Milagros Maldonado y ella a cada momento le preguntaba si por fin lo había leído. Me dije, para mis adentros: “Ya van dos libros que se ha leído Carlos Andrés...”.

“Esos enfermos que nos gobernaron” era una relación de las enfermedades que han sufrido los presidentes de países importantes y la manera como eso se ocultó a los gobernados. En algunos casos fueron enfermedades graves, como el ACV que inutilizó al presidente Willson al punto de que su mujer era quien gobernaba a los Estados Unidos. Fue después de eso que Reagan gobernó con Alzheimer y Bush II arrastró a su nación en un fanatismo alucinado. Para aguantar eso hay que ser los Estados Unidos.

De Pérez solía decirse que era loco. Cuando empezó a nacionalizarlo todo y a cambiarle el nombre aplicándole el sufijo “ven”, sus mismos amigos lo llamaban “Locoven”. De Chávez, el comunista Radamés Larrazábal, afiliado al chavismo, un día me reclamó: “No sigan llamándolo comunista. Ese no es comunista. Lo que es es loco”. Y uno de los chavistas más importantes de hoy, una noche me confesó: “Nosotros sabemos que es loco, pero con ese loco estamos mandando”.

Por supuesto que Pérez no era normal -hay otros hechos que por delicados jamás contaré. Chávez se le parece en varios aspectos, como el narcisismo, la anafectividad, la megalomanía y la logorrea. Pero eso es corriente en políticos. Los hambrientos de poder son, sin duda, unos enfermos, como los de dinero o de gloria. Maniáticos capaces de enormes sacrificios con tal de conseguir lo que ansían. Pero eso es estar y hasta ser trastornados, distinto de ser locos. Los grandes guerreros mitificados por un enfoque épico de la Historia fueron tipos dañados además de dañinos. Desatando matanzas Napoleón compensaba la insuficiencia gonádica que consta en su autopsia. Hitler era chiclán -tenía un solo testículo-, vivió una intensa relación homosexual antes de ser político, practicaba la coprofilia con su sobrina y amante Geli Raubal -a quien llevó al suicidio- y pronto renunció a la sexualidad: su relación con Eva Braun fue asexuada, como la del también hipogonádico general Perón con la histérica Evita.

El caso de Bolívar ha sido muy comentado, pero sin rigor científico. En los años treinta circuló un libro del doctor Carbonell donde se le atribuye un proceso sifilítico -enfermedad de moda antes de los antibióticos- que llegó al estadio máximo de la Parálisis General Progresiva, con delirio de grandezas. Es un tanto especulativo, el libro. Aunque la sífilis jugaba garrote en esos tiempos y Bolívar era puyoncito. Eyaculador precoz, según la mala lengua de la oligarquía peruana, como quedó asentado en las “Siete Crónicas Secretas” de Ricardo Palma que se esconden en la Cancillería de Lima.

Más consistente es la teoría del ilustre médico Gabriel Trómpiz según la cual a la tuberculosis crónica se añadió en Bolívar un tumor amibiano en el hígado. Los síntomas que recoge el doctor Reverend, quien lo autopsió, coinciden con eso. Habría que ver también con ojo médico lo que el propio Libertador cuenta de su enfermedad en Pativilca, que casi se lo llevó. De cualquier modo, cuando Hugo se pone a especular sobre el tema está aplicando el dicho según el cual “De médico, poeta y loco/ todos tenemos un poco”. En Hugo lo de loco viene cargado, pero no tanto como para amarrarlo, aunque a veces provoca.

En cualquier estudio sobre la patología bolivariana hay que incluir la atmósfera de época. Bolívar fue un hombre de su lugar y de su tiempo, cabe decir un romántico. Madariaga, sesgado él, le enrostra que todo lo hizo por apetito de gloria. Normal. La gloria era lo máximo en esos años. Lo de ahora y aquí es sacarse el complejo frente a los americanos hablando mal de ellos. ¿Puede llamarse loco a un acomplejado? No, pero con una base psicosomática proclive, un acomplejado puede hacer locuras. Por eso a Chávez le he visto más como sociópata que como psicópata.

Betancourt, en confianza, me decía que el problema de Pérez era la ingenuidad. Y la ignorancia, diría yo. A Chávez le pasa eso. Sus apresuradas lecturas no tienen un contexto dentro del cual calificarlas. Adopta cualquier disparate que lea o le digan, si conviene a su confort psíquico. Por sus conflictos con el padre se buscó uno en Fidel. Éste bellaco, que lo caló, así pudo convertirlo en su pelele.

Eso del conflicto con el padre es determinante. Antes de Fidel, Hugo se había declarado hijo dilecto de Bolívar. La psicóloga de la cárcel de Yare ha contado como conversaba con un busto de El Libertador que hay allí. En lo de la silla reservada para Bolívar en los almuerzos coinciden varios testigos. Son compensaciones que pueden convertirse en manías, inofensivas salvo cuando se manejan los petrodólares.

Todas esas tendencias se desatan bajo determinadas circunstancias. Lo del 2 de diciembre ha sido devastador en el ánimo de un narcisista para quien lo más horrible es sentirse rechazado. Desde ese día Chávez odia a los venezolanos. Así como les digo. Hitler en sus días finales ordenaba que se enviaran al frente los niños alemanes, para que desapareciera esa estirpe que no fue capaz de acompañarlo hasta ganar la guerra. Los alemanes no merecen sobrevivir, decía.

Henry Ramos tiene razón cuando denuncia al Presidente por insanía mental. Pero no tiene que ser una enfermedad incurable. Sólo que en las condiciones actuales no puede sino agravarse por la fatiga, la frustración y la incapacidad de sus colaboradores. Las neuronas son órganos que se fatigan y necesitan reposo. El Presidente da muestras de un peligroso cuadro de cansancio. Es notoria una fatiga nerviosa, psíquica y espiritual que debe atenderse, pues afecta gravemente los intereses de la Nación. Lamentablemente, a su alrededor no hay quien lo reemplace aunque sea por unas semanas. No puede hacer como De Gaulle, que se retiraba a Colombei les Deux Eglises, o como nuestro Leoni, que se iba con Menca cuatro días a La Orchila. Allí es donde entra lo de su personalidad obsesiva, que le impide dormir, pensando en tanto problema.

Qué buena vaina. Él, enfermo, y nosotros metidos en este berenjenal.

 *

  Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta


© Copyright 2007 - WebArticulista.net - Todos los Derechos Reservados.