Sin
ánimo de ofender, sólo porque mis lectores me pagan para que
les diga lo que pasa, no me queda otra que señalar la
limitadísima importancia que la oposición formal tiene sobre
el proceso político venezolano. Como en la Europa de los
años treinta y el Caribe de los años sesenta, nuestra
democracia burguesa carece de los reflejos apropiados para
enfrentar la específica amenaza del totalitarismo populista.
Sería fácil ir más lejos, describiendo el modo como su
actuación favorece el proyecto totalitario. Pero eso queda
para el análisis histórico, cuando, de una u otra manera,
todo sea consumado.
Esa oposición que cree o dice creer –y vive de eso- que
votando se podrá convencer a Chávez de que renuncie a su
proyecto totalitario, de hecho coadyuva al establecimiento
de una dictadura en Venezuela. Su rol es el de la
maquilladora que acomoda la cara del régimen con la
apariencia necesaria para cubrir la parte más difícil de su
travesía, antes de salir al mar abierto de la dictadura. Que
Dios se lo pague.
De todos modos, el rol de estos políticos hechos a la medida
del adversario no será importante ni ahora ni después. A lo
sumo serán los ancianos diputados de una democracia
restaurada por otras fuerzas. La confrontación real se
produce en escenarios adonde la pacatería no tiene acceso.
Chávez, a quien, como se dijo de Cipriano Castro, la
ambición no le cabe en el pellejo, la ha planteado a esos
niveles, porque audacia sí la tiene… y allí está la
diferencia.
Si, a la manera de Gómez, Chávez se hubiera limitado a
someter el rebaño venezolano, cambiar esta sociedad como
pretendió hacerlo en Paraguay el doctor Francia y proveer
petróleo a los americanos, gobernaría en paz y hasta la hora
de su muerte, como Francisco Franco y Juan Vicente Gómez.
Pero eso hubiera sido un proyecto racional, y ya se sabe que
en política como en todo el extremismo es precisamente la
irracionalidad. Porque lo del chavismo no es un proyecto de
país feliz, sino la feroz y auto-destructiva revancha por el
complejo de inferioridad del latinoamericano común frente al
gringo eficaz y desconsiderado. Lo cual ya es un tema que
debemos soslayar, porque, si bien está en el origen de
nuestra conducta disparatada e infeliz, las verdades
desagradables no se pueden decir todas juntas en una sola
crónica.
Esta manera de ver las cosas no es necesariamente pesimista.
Posiblemente sea lo contrario. La democracia volverá a
Venezuela a pesar de los venezolanos y sobre todo a pesar de
su clase dirigente, en términos generales mediocre y
cobardona.
La globalización, realidad que los países industrializados
manipulan en su beneficio aplicando aquello de que quienes
tienen más saliva tragan más harina, existió siempre en la
política. De todas las hipocresías necesarias que andan por
ahí, la no intervención en los asuntos de otras nacionales
es quizás la más gorda. Chávez, cuya audacia va acompañada
por la ausencia de escrúpulos indispensable en estos casos,
interviene en todas partes al tiempo que protesta contra la
intervención americana. Eso está dentro de sus notables
dotes como táctico, así como de sus lamentables limitaciones
estratégicas. Es de buenos tácticos condenar verbalmente lo
que se hace cuando lo que se hace es condenable. Pero la
táctica es para apoyar la estrategia. La más hábil de ellas
no compensa los errores del diseño. Y, como en los casos de
Mussolini y Hitler, con quienes Chávez tiene más similitudes
que con Fidel Castro, el proyecto chavista de retar a los
poderosos de la Tierra llevando ese desafío a los extremos,
no es más que una orgía de la personalidad, compensatoria de
las más íntimas resquebrajaduras. Esos desatinos progresan
en la medida en que los complejos del Führer sintonizan con
los de la mayoría del colectivo, como ocurrió con los
italianos y los alemanes frustrados, cada uno por sus
propios motivos, por el resultado de la Primera Guerra
Mundial. Progresan hasta que los poderes reales deciden
detenerlos, lo cual ocurre apenas éstos se dan cuenta de que
realmente están amenazados. Si Hitler no ataca Inglaterra,
quizás hubiera muerto en el poder. Si Mussolini no se
hubiera deslumbrado por los éxitos iniciales del nazismo,
comprometiendo a su nación en la aventura, hubiera ejecutado
su ópera como Pavarotti ejecutó la suya hasta el último
aliento. El español Franco y el portugués Salazar, no menos
nazi-fascistas y anti-americanos que Hitler y Mussolini,
supieron medir sus fuerzas y así mandaron hasta después de
muertos.
Es la internacionalización de su proyecto lo que determina
el fracaso del chavismo. No sólo por la desproporción de
fuerzas entre un país que no produce ni frijoles y la
potencia que a la hora de la verdad decide en el concierto
mundial. Esto no se mira claro porque la gana de ver
debilitados a los Estados Unidos y ciertas flacuras
aparentes de ese país, engañan al primer vistazo. En el
mundo real, la Unión Europea, China y la India pueden crecer
todo lo que quieran, pero sus economías dependen de una
mínima, apenas perceptible vuelta de tuerca en su acceso al
mercado estadounidense. Rusia es enorme y produce energía,
pero el comportamiento de Putin ha sido providencial para
los Estados Unidos, al reavivar el razonable temor que
Europa siempre sintió por ese gigante oriental. En cuanto a
la amenaza islámica, durará hasta que Estados Unidos
considere llegado el momento de apretar el botón. Cuando eso
ocurra, algunos intelectuales europeos producirán confusos
textos de protesta, el presidente ruso batirá el zapato
sobre su pupitre en los Naciones Unidas y los gobiernos de
China e India declararán una vaga emergencia. Pero, en el
fondo, todo el mundo respirará aliviado.
Ese respiro de alivio se sentirá de modo anticipado en
Venezuela, donde factores internos están operando a mayor
velocidad que el cuadro internacional. Los Estados Unidos no
han actuado aquí porque Chávez no es amenaza para nada y más
bien les conviene en la medida en que debilita la economía
nacional y compromete sus finanzas, creando el pretexto que
le hace falta a los pitiyanquis locales para vender
Petróleos de Venezuela -entonces sí es verdad que no seremos
nada. Pero no solamente los militares venezolanos, a quienes
se les exige aprestos para un combate cómicamente desigual,
respirarán aliviados cuando termine este delirio. Los
políticos chavistas también se sentirán aliviados de una
perspectiva de desastre de la cual ninguno de ellos es
inconsciente, no importa lo que digan para que lo oiga el
jefe. Es raro el jefe chavista que no considera a su jefe un
desquiciado, pero no pueden expresarlo porque todos dependen
del caudillo y de momento éste actúa como protector de las
enormes fortunas que han amasado. Apenas sientan que podrán
disfrutar lo pillado igual que hicieron los usufructuarios
de La Cuarta, harán como Ramón Martínez, quien con Herman
Escarrá hoy es jefe de la única oposición capaz de llevar el
gato al agua.
Puede que Martínez le haya picado adelante a Diosdado
Cabello y a los militares que el 15 de mayo de 2006 se
reunieron con éste en San Antonio de los Altos para
preguntarse qué hacer ante la estrategia suicida
desarrollada por el Presidente. En todo caso, es sano que la
única reacción viable, la del chavismo democrático o por lo
menos no fascista, reciba ingredientes de civilismo que se
añadan a los representados por José Vicente Rangel
(“Seguiremos luchando por un cambio social profundo en
democracia y libertad”) y Herman Escarrá. Al final, que no
siento tan lejos, todos confluirán para darle al desquiciado
gobernante el respetuoso pero firme empujoncito que hace
falta. Eso será bueno para la salud de la nación, del pueblo
necesitado y para la del propio Chávez, que cualquier día
revienta en medio de un “Aló presidente”.
¡Dios mío, qué mundo éste tuyo, donde nada es lo que parece!
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Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta |