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Más allá de la apariencia
por Rafael Poleo
viernes, 19 octubre 2007


Sin ánimo de ofender, sólo porque mis lectores me pagan para que les diga lo que pasa, no me queda otra que señalar la limitadísima importancia que la oposición formal tiene sobre el proceso político venezolano. Como en la Europa de los años treinta y el Caribe de los años sesenta, nuestra democracia burguesa carece de los reflejos apropiados para enfrentar la específica amenaza del totalitarismo populista. Sería fácil ir más lejos, describiendo el modo como su actuación favorece el proyecto totalitario. Pero eso queda para el análisis histórico, cuando, de una u otra manera, todo sea consumado.

Esa oposición que cree o dice creer –y vive de eso- que votando se podrá convencer a Chávez de que renuncie a su proyecto totalitario, de hecho coadyuva al establecimiento de una dictadura en Venezuela. Su rol es el de la maquilladora que acomoda la cara del régimen con la apariencia necesaria para cubrir la parte más difícil de su travesía, antes de salir al mar abierto de la dictadura. Que Dios se lo pague.

De todos modos, el rol de estos políticos hechos a la medida del adversario no será importante ni ahora ni después. A lo sumo serán los ancianos diputados de una democracia restaurada por otras fuerzas. La confrontación real se produce en escenarios adonde la pacatería no tiene acceso. Chávez, a quien, como se dijo de Cipriano Castro, la ambición no le cabe en el pellejo, la ha planteado a esos niveles, porque audacia sí la tiene… y allí está la diferencia.

Si, a la manera de Gómez, Chávez se hubiera limitado a someter el rebaño venezolano, cambiar esta sociedad como pretendió hacerlo en Paraguay el doctor Francia y proveer petróleo a los americanos, gobernaría en paz y hasta la hora de su muerte, como Francisco Franco y Juan Vicente Gómez. Pero eso hubiera sido un proyecto racional, y ya se sabe que en política como en todo el extremismo es precisamente la irracionalidad. Porque lo del chavismo no es un proyecto de país feliz, sino la feroz y auto-destructiva revancha por el complejo de inferioridad del latinoamericano común frente al gringo eficaz y desconsiderado. Lo cual ya es un tema que debemos soslayar, porque, si bien está en el origen de nuestra conducta disparatada e infeliz, las verdades desagradables no se pueden decir todas juntas en una sola crónica.

Esta manera de ver las cosas no es necesariamente pesimista. Posiblemente sea lo contrario. La democracia volverá a Venezuela a pesar de los venezolanos y sobre todo a pesar de su clase dirigente, en términos generales mediocre y cobardona.

La globalización, realidad que los países industrializados manipulan en su beneficio aplicando aquello de que quienes tienen más saliva tragan más harina, existió siempre en la política. De todas las hipocresías necesarias que andan por ahí, la no intervención en los asuntos de otras nacionales es quizás la más gorda. Chávez, cuya audacia va acompañada por la ausencia de escrúpulos indispensable en estos casos, interviene en todas partes al tiempo que protesta contra la intervención americana. Eso está dentro de sus notables dotes como táctico, así como de sus lamentables limitaciones estratégicas. Es de buenos tácticos condenar verbalmente lo que se hace cuando lo que se hace es condenable. Pero la táctica es para apoyar la estrategia. La más hábil de ellas no compensa los errores del diseño. Y, como en los casos de Mussolini y Hitler, con quienes Chávez tiene más similitudes que con Fidel Castro, el proyecto chavista de retar a los poderosos de la Tierra llevando ese desafío a los extremos, no es más que una orgía de la personalidad, compensatoria de las más íntimas resquebrajaduras. Esos desatinos progresan en la medida en que los complejos del Führer sintonizan con los de la mayoría del colectivo, como ocurrió con los italianos y los alemanes frustrados, cada uno por sus propios motivos, por el resultado de la Primera Guerra Mundial. Progresan hasta que los poderes reales deciden detenerlos, lo cual ocurre apenas éstos se dan cuenta de que realmente están amenazados. Si Hitler no ataca Inglaterra, quizás hubiera muerto en el poder. Si Mussolini no se hubiera deslumbrado por los éxitos iniciales del nazismo, comprometiendo a su nación en la aventura, hubiera ejecutado su ópera como Pavarotti ejecutó la suya hasta el último aliento. El español Franco y el portugués Salazar, no menos nazi-fascistas y anti-americanos que Hitler y Mussolini, supieron medir sus fuerzas y así mandaron hasta después de muertos.

Es la internacionalización de su proyecto lo que determina el fracaso del chavismo. No sólo por la desproporción de fuerzas entre un país que no produce ni frijoles y la potencia que a la hora de la verdad decide en el concierto mundial. Esto no se mira claro porque la gana de ver debilitados a los Estados Unidos y ciertas flacuras aparentes de ese país, engañan al primer vistazo. En el mundo real, la Unión Europea, China y la India pueden crecer todo lo que quieran, pero sus economías dependen de una mínima, apenas perceptible vuelta de tuerca en su acceso al mercado estadounidense. Rusia es enorme y produce energía, pero el comportamiento de Putin ha sido providencial para los Estados Unidos, al reavivar el razonable temor que Europa siempre sintió por ese gigante oriental. En cuanto a la amenaza islámica, durará hasta que Estados Unidos considere llegado el momento de apretar el botón. Cuando eso ocurra, algunos intelectuales europeos producirán confusos textos de protesta, el presidente ruso batirá el zapato sobre su pupitre en los Naciones Unidas y los gobiernos de China e India declararán una vaga emergencia. Pero, en el fondo, todo el mundo respirará aliviado.

Ese respiro de alivio se sentirá de modo anticipado en Venezuela, donde factores internos están operando a mayor velocidad que el cuadro internacional. Los Estados Unidos no han actuado aquí porque Chávez no es amenaza para nada y más bien les conviene en la medida en que debilita la economía nacional y compromete sus finanzas, creando el pretexto que le hace falta a los pitiyanquis locales para vender Petróleos de Venezuela -entonces sí es verdad que no seremos nada. Pero no solamente los militares venezolanos, a quienes se les exige aprestos para un combate cómicamente desigual, respirarán aliviados cuando termine este delirio. Los políticos chavistas también se sentirán aliviados de una perspectiva de desastre de la cual ninguno de ellos es inconsciente, no importa lo que digan para que lo oiga el jefe. Es raro el jefe chavista que no considera a su jefe un desquiciado, pero no pueden expresarlo porque todos dependen del caudillo y de momento éste actúa como protector de las enormes fortunas que han amasado. Apenas sientan que podrán disfrutar lo pillado igual que hicieron los usufructuarios de La Cuarta, harán como Ramón Martínez, quien con Herman Escarrá hoy es jefe de la única oposición capaz de llevar el gato al agua.

Puede que Martínez le haya picado adelante a Diosdado Cabello y a los militares que el 15 de mayo de 2006 se reunieron con éste en San Antonio de los Altos para preguntarse qué hacer ante la estrategia suicida desarrollada por el Presidente. En todo caso, es sano que la única reacción viable, la del chavismo democrático o por lo menos no fascista, reciba ingredientes de civilismo que se añadan a los representados por José Vicente Rangel (“Seguiremos luchando por un cambio social profundo en democracia y libertad”) y Herman Escarrá. Al final, que no siento tan lejos, todos confluirán para darle al desquiciado gobernante el respetuoso pero firme empujoncito que hace falta. Eso será bueno para la salud de la nación, del pueblo necesitado y para la del propio Chávez, que cualquier día revienta en medio de un “Aló presidente”.

¡Dios mío, qué mundo éste tuyo, donde nada es lo que parece!

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  Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta


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