La
figura más importante del cambio de siglo que como quien
pasa un páramo acabamos de vivir, es, qué duda cabe, el
comandante Chávez. Pero el personaje más interesante es José
Vicente Rangel, el hombre que a Chávez lo sostuvo en el
poder adonde le había llevado Miquilena y ahora le adversa
sutilmente. “Salgo del gobierno pero no de la revolución”,
dice Rangel, y hay quien para su coleto lo traduce como “No
hay peor astilla que la de mismo palo”.
Otro personaje de la izquierda, menos notorio pero no menos
interesante, a quien he seguido en este último cuarto de
siglo, es Domingo Maza Zavala. También él se va del
gobierno. Chávez le ha echado por cuestionador, como a
Rangel. Ese tipo de líder no tolera puntos de vista
diferentes del suyo. Menos cuando los insomnios han hecho su
trabajo letal en el sistema nervioso y la fatiga neurológica
se manifiesta en esa irritabilidad característica de la fase
final. Entonces se acaba el tiempo de los Rangel y de los
Maza y llega el de los Maduro y los Carreño. Siempre es así.
A diferencia de Rangel, con quien mucho he tratado, y además
claro y profundo, con Maza si acaso habré intercambiado un
saludo. Esto no impidió que coincidiéramos como lo hicimos
en tiempos de Lusinchi, cuando criticábamos cosas como las
cuentas públicas. Era cuando este cronista, que puede ser
realmente detestable, le decía al presidente que con su
calculadora Casio de bolsillo del tamaño de una tarjeta de
crédito y accionada por energía lumínica, era capaz de
calcular ingresos y egresos mejor que las computadoras del
ministerio de Finanzas. ¿Se puede ser más desagradable con
un amigo a quien se quiere mucho? Pero es que yo al déficit
y al endeudamiento -su secuela- tengo razones para
detestarlos, siendo la primera de ellas que ahí si es verdad
que se jodió la soberanía, sea nacional o personal. En eso
coincidí con autoridades como Pérez Alfonzo y Maza Zavala...
Hasta el día de hoy. Al final, Jaime tuvo que decir “La
Banca me engañó”. Por supuesto, no fue la Banca ni fue la
Blanca. Fueron sus estrategas financieros. Lo cual no le
impidió a Jaime Lusinchi ser el mejor presidente que nos dio
esa generación.
A Chávez, Maza le ha venido diciendo las cosas que un
muchacho malcriado por su abuela, un autócrata que de
Economía y Finanzas no sabe ni esto, definitivamente no
quiere oír. Cosas elementales, por lo demás. Maza lo que ha
venido es recordándole a Chávez que las deudas generan
intereses, que los intereses comprometen el presupuesto y lo
hacen deficitario y eso obliga a tomar más deuda en una
espiral que -esto no lo dijo Maza, pero es así y va
implícito- por ahí y no por otro agujero se han ido
hegemonías tan poderosas como las de Perón y Pérez Jiménez y
la que por cuarenta años formaron Acción Democrática y Copei.
Pero a ustedes, que en muchos aspectos son igualitos a
Chávez, no les interesan ni la Economía ni las Finanzas -por
eso estamos como estamos. El chisme es Rangel. Vayamos al
tema, tratando de dignificarlo. Ante todo, sépase que a José
Vicente, Chávez lo botó. Lo dijo el propio, en una
entrevista con Díaz Rangel -hecha al alimón, porque ellos
son uña y sucio. José Vicente cuenta que el presidente le
comunicó “la conveniencia de tener una vicepresidencia más
operativa, más involucrada en los nuevos proyectos”. Estos
nuevos proyectos no son sino uno solo: la consolidación de
un poder total en el cual refocilarse, un poder que anule no
sólo a la Oposición, que esa ya se la anuló, apendejizándola,
el propio José Vicente, sino a los factores internos: esos
gobernadorcitos militares, gallinas que cuando Hugo sale a
cumplir su obligación de componer el mundo aprovechan para
cantar como gallos. Y a una que otra gallina brava de
verdad, como Iris y Lina Ron.
José Vicente dice que con ese concepto del poder él no está
de acuerdo, y tiene las bolas de advertirle a Chávez que por
ese camino terminará siendo un dictador más, sueños al
carajo. Pero no me lean a mí, lean a José Vicente:
“...Chávez está por encima de las instituciones porque
encarna al pueblo, y eso es inquietante porque si Chávez no
controla ese poder puede derivar en lo que llaman sus
adversarios, y yo no creo que haya dictadores democráticos”.
Está clarito. El destino ha puesto en manos de Chávez el
poder total con coartada y todo (eso de que si se encarna al
pueblo, o si uno está armado y dice que lo encarna, puede
hacer con un país lo que le salga del forro). José Vicente
le exige a Hugo nada menos que sentido filosófico para
administrar ese poder. Demasiado pedir.
Hasta subversivo se pone el doctor Rangel, siempre sobre
este punto de objetar el poder total, cuando dice que
“muchas veces lo que Chávez dice no se cumple...”, y se
refiere a la frase presidencial de que “el nuevo liderazgo
tiene que surgir de las entrañas de las bases”. No aclara si
la palabra presidencial no se cumple por obra de terceros o
porque Chávez dice una cosa y hace otra. En este caso tiene
que ser porque Chávez no cumple su palabra, porque quien
impide que los liderazgos salgan de la base es él, cuando a
dedo designa peleles suyos en cargos supuestos a garantizar
los derechos establecidos en la Constitución -Rangel, puesto
en provocador, habla también de ellos-, incluyendo una
Asamblea Nacional presidida por una señora que, como he
dicho por ahí, no inventó la adulancia, la cual en
situaciones como la actual es verdolaga. Tentación
totalitaria que hace su clímax cuando el ciudadano
presidente amenaza defenestrar a los gobernadores chavistas,
sólo porque esos capitancitos como que creen que es verdad
esa quimera de la descentralización. O jalan como cilios o
ya verán ellos.
Cuando Chávez se esnuque, alguien dirá que su caída empezó
cuando se le fue José Vicente. Tan propio sería decir cuando
se le fue Maza Zavala. Porque también se va quien provoca
que lo boten, como estos dos personajes que le dijeron la
verdad a un jefe engreído y fatigado. Pero no es eso. La
degeneración del chavismo en fascismo está en la naturaleza
de las cosas y en la naturaleza de la bestia -como se decía
antes, cuando la gente pensaba mejor. El proyecto siempre
fue inviable y Chávez nunca tuvo ni sentido filosófico ni
personalidad para aceptar que se equivoca y corregir el
rumbo. No sólo es el muchacho latinoamericano con la cabeza
llena de basura que tantas veces he dicho para enfurecer a
las señoras, mis amigas, que hasta votaron por él en el 98 y
ahora, con la misma ausencia de sindéresis, se desahogan
llamándolo asesino, olvidando que la democracia mató a la
gente en bruto. Entre la basura que Hugo tiene en la cabeza
hay la pretensión, por lo demás corriente, de creerse parte
de esa especie horrible y destructiva de los predestinados,
a quienes el Diablo guarde en el Infierno. De allí a la
personalidad delirante no hay sino un brinquito. Por cierto,
me han dicho que Jorge Rodríguez no es mal psiquiatra. Y
está al laíto.
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Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta |