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La depresión del líder
por Rafael Poleo
viernes, 15 junio 2007


Hugo Chávez, el hombre, atraviesa un período depresivo. Su delicado substrato psíquico, más de actor que de político, le hace proclive a esos estados de ánimo. Esas personalidades requieren dosis extraordinarias de amor, las cuales buscan en la aclamación colectiva, alimento indispensable en busca del cual agotan su existencia. Esto les hace vulnerables a la adulación. Toleran mal la crítica, mucho más el desafecto. Cuando éste llega, no lo explican por sus errores, buscando corregirlos, sino que se vuelven contra quienes les critican, suponiéndoles parte de una conspiración. Por ese camino pueden llegar a crisis de cólera, inicialmente verbal, durante las cuales pueden causar enorme daño. Cuando la tormenta pasa, actúan como si nada hubieran hecho. Característica suya es que no saben pedir perdón. Son incapaces del acto de contrición y propósito de enmienda, esa humildad suprema, paradójicamente una de las más elevadas grandezas de que es capaz el hombre.

Aparte de ese substrato que en mayor o menor grado se encuentra en todas las personas que escogen la vida pública, Chávez tiene razones objetivas para estar deprimido. Su proyecto de poder personal, compensatorio de íntimas fracturas, no ha funcionado. El poder real lo tienen subalternos suyos que montaron sus redes mientras él hacía de libertador continental. El prestigio mundial de los primeros años, conseguido haciendo malos negocios con gobiernos como los de Brasil y la Europa socialdemócrata, pero también por su fresca imagen de político ingenuo que quería ayudar a los pobres, se ha deteriorado al punto de que la prensa que antes lo jaleaba ahora le menciona con el odioso cliché de “teniente coronel golpista”, lo más denigratorio que en el mundo civilizado se puede decir sobre un político.

Pero lo más doloroso es que el proyecto de país que él había soñado, no sólo como coartada para justificar su poder absoluto sino como hermosa utopía de un romántico esencial, está resultando exactamente lo contrario de lo perseguido. Tras casi una década de fatigas que le han redondeado la figura y abotagado el rostro, el pueblo que él quería redimir está envilecido al punto de que su moral, indispensable para cualquier esfuerzo, sea o no revolucionario, es la más baja del continente. Quienes no son prisioneros del poder como Chávez se ha auto-definido, sino que tienen contacto con la realidad diaria, saben que el venezolano medio hoy es perezoso y ladrón. Con este pueblo no se puede construir país, ni socialista, ni capitalista, ni saludablemente equilibrado como Chávez dice quererlo ahora que los sueños se le han puesto lejos.

Ajeno al demonio de la codicia, el Presidente hace llamados, teatrales de estilo pero también sinceros, para que sus colaboradores actúen de acuerdo a una moral revolucionaria. Ha dicho que “Ser rico es malo”. En un entorno respetable, esta frase hubiera sonado con la hermosura de un programa ético, pero la rebatiña que se vive en el alto chavismo la convirtió en una burla sangrienta. Más recientemente, la exhortación a que los altos dirigentes del régimen regalen sus automóviles privados pudiera ser un acto simbólico -también desesperado. Pero en la práctica es una burla que casi parece concebida para encubrir la realidad de las enormes empresas, incluso energéticas y bancarias, adquiridas por gente del entorno presidencial o por agentes de negocios cuyos nombres están en boca de todo el mundo, las cuentas cifradas en los paraísos fiscales, el colosal dispendio evidente protagonizado por quienes hace diez años no tenían donde caerse muertos. La corrupción que necrosó la Cuarta República, morbo que pareciera inherente a la manera de ser venezolana, se ha agigantado y es descarada en la Quinta, al punto de que no se ve cómo, en un cambio de actitud dentro o fuera de éste régimen, se podría restablecer una mínima moral en el ejercicio del poder.

El desorden de las finanzas públicas ha llegado a extremos aterradores por las consecuencias que puede tener sobre la soberanía. Un Estado que ya no lleva sus propias cuentas, cuyas finanzas son manejadas por la escoria profesional de los años noventa, que se endeuda de manera alocada y acumula un abrumador pasivo de obras indispensables por realizar -como el desarrollo de la infraestructura petrolera-, es una empresa que va derecho a la enajenación. Chávez no tiene idea de lo que es la Hacienda Pública y no conoce a nadie que sepa de ella. Los saqueadores le convencieron de que para manejar libremente fondos para la revolución era necesario borrar de hecho la función contralora. Efectivamente, ha podido sacar y regalar dinero a paletadas, no sólo en la compra de amistades externas sino en mantener la lealtad de los militares, formar una nueva clase empresarial adicta al chavismo -ya verá como se pasan cuando la cosa cambie- y alimentar a unas masas que no saben trabajar ni encuentran dónde. Pero el endeudamiento y, peor, el desorden, han generado inflación y carestía, pareja monstruosa que devora cualquier mejora que se dé a las clases pobres. Chávez cayó en eso no sólo por desconocimiento del tema, sino por hacer caso a quienes le mostraron el desorden como instrumento para manejar a su arbitrio una enorme masa de dinero. Esta debilidad pasó por escuchar a los ladrones intrigantes que, aprovechando su irritabilidad ante cualquier opinión distinta, eliminaron a quien pudiera ser la única persona honesta -además de preparada- que había en su equipo financiero, el irreductible y severo socialista Domingo Faustino Maza Zavala. Ido Maza, Chávez ha podido gastar como un marinero borracho y los malandros han podido actuar sin vigilancia.

A este humilde cronista le acosa desde hace tiempo la sospecha de que El Imperio, que realmente existe y es naturalmente maluco, ha dejado hacer estos disparates suicidas y hasta tendrá contacto con quienes lo recomiendan, porque la Venezuela colapsada hacia la cual vamos será la atmósfera propicia para la venta de PDVSA, único objetivo real de los países industrializados -no sólo Estados Unidos- en este campamento minero llamado Venezuela. Para Chávez, la depresión final llegará cuando compruebe que su gestión hizo las condiciones para que Mister Danger estuprara a Marisela.

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  Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta


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