Hugo
Chávez, el hombre, atraviesa un período depresivo. Su
delicado substrato psíquico, más de actor que de político,
le hace proclive a esos estados de ánimo. Esas
personalidades requieren dosis extraordinarias de amor, las
cuales buscan en la aclamación colectiva, alimento
indispensable en busca del cual agotan su existencia. Esto
les hace vulnerables a la adulación. Toleran mal la crítica,
mucho más el desafecto. Cuando éste llega, no lo explican
por sus errores, buscando corregirlos, sino que se vuelven
contra quienes les critican, suponiéndoles parte de una
conspiración. Por ese camino pueden llegar a crisis de
cólera, inicialmente verbal, durante las cuales pueden
causar enorme daño. Cuando la tormenta pasa, actúan como si
nada hubieran hecho. Característica suya es que no saben
pedir perdón. Son incapaces del acto de contrición y
propósito de enmienda, esa humildad suprema, paradójicamente
una de las más elevadas grandezas de que es capaz el hombre.
Aparte de ese substrato que en mayor o menor grado se
encuentra en todas las personas que escogen la vida pública,
Chávez tiene razones objetivas para estar deprimido. Su
proyecto de poder personal, compensatorio de íntimas
fracturas, no ha funcionado. El poder real lo tienen
subalternos suyos que montaron sus redes mientras él hacía
de libertador continental. El prestigio mundial de los
primeros años, conseguido haciendo malos negocios con
gobiernos como los de Brasil y la Europa socialdemócrata,
pero también por su fresca imagen de político ingenuo que
quería ayudar a los pobres, se ha deteriorado al punto de
que la prensa que antes lo jaleaba ahora le menciona con el
odioso cliché de “teniente coronel golpista”, lo más
denigratorio que en el mundo civilizado se puede decir sobre
un político.
Pero lo más doloroso es que el proyecto de país que él había
soñado, no sólo como coartada para justificar su poder
absoluto sino como hermosa utopía de un romántico esencial,
está resultando exactamente lo contrario de lo perseguido.
Tras casi una década de fatigas que le han redondeado la
figura y abotagado el rostro, el pueblo que él quería
redimir está envilecido al punto de que su moral,
indispensable para cualquier esfuerzo, sea o no
revolucionario, es la más baja del continente. Quienes no
son prisioneros del poder como Chávez se ha auto-definido,
sino que tienen contacto con la realidad diaria, saben que
el venezolano medio hoy es perezoso y ladrón. Con este
pueblo no se puede construir país, ni socialista, ni
capitalista, ni saludablemente equilibrado como Chávez dice
quererlo ahora que los sueños se le han puesto lejos.
Ajeno al demonio de la codicia, el Presidente hace llamados,
teatrales de estilo pero también sinceros, para que sus
colaboradores actúen de acuerdo a una moral revolucionaria.
Ha dicho que “Ser rico es malo”. En un entorno respetable,
esta frase hubiera sonado con la hermosura de un programa
ético, pero la rebatiña que se vive en el alto chavismo la
convirtió en una burla sangrienta. Más recientemente, la
exhortación a que los altos dirigentes del régimen regalen
sus automóviles privados pudiera ser un acto simbólico
-también desesperado. Pero en la práctica es una burla que
casi parece concebida para encubrir la realidad de las
enormes empresas, incluso energéticas y bancarias,
adquiridas por gente del entorno presidencial o por agentes
de negocios cuyos nombres están en boca de todo el mundo,
las cuentas cifradas en los paraísos fiscales, el colosal
dispendio evidente protagonizado por quienes hace diez años
no tenían donde caerse muertos. La corrupción que necrosó la
Cuarta República, morbo que pareciera inherente a la manera
de ser venezolana, se ha agigantado y es descarada en la
Quinta, al punto de que no se ve cómo, en un cambio de
actitud dentro o fuera de éste régimen, se podría
restablecer una mínima moral en el ejercicio del poder.
El desorden de las finanzas públicas ha llegado a extremos
aterradores por las consecuencias que puede tener sobre la
soberanía. Un Estado que ya no lleva sus propias cuentas,
cuyas finanzas son manejadas por la escoria profesional de
los años noventa, que se endeuda de manera alocada y acumula
un abrumador pasivo de obras indispensables por realizar
-como el desarrollo de la infraestructura petrolera-, es una
empresa que va derecho a la enajenación. Chávez no tiene
idea de lo que es la Hacienda Pública y no conoce a nadie
que sepa de ella. Los saqueadores le convencieron de que
para manejar libremente fondos para la revolución era
necesario borrar de hecho la función contralora.
Efectivamente, ha podido sacar y regalar dinero a paletadas,
no sólo en la compra de amistades externas sino en mantener
la lealtad de los militares, formar una nueva clase
empresarial adicta al chavismo -ya verá como se pasan cuando
la cosa cambie- y alimentar a unas masas que no saben
trabajar ni encuentran dónde. Pero el endeudamiento y, peor,
el desorden, han generado inflación y carestía, pareja
monstruosa que devora cualquier mejora que se dé a las
clases pobres. Chávez cayó en eso no sólo por
desconocimiento del tema, sino por hacer caso a quienes le
mostraron el desorden como instrumento para manejar a su
arbitrio una enorme masa de dinero. Esta debilidad pasó por
escuchar a los ladrones intrigantes que, aprovechando su
irritabilidad ante cualquier opinión distinta, eliminaron a
quien pudiera ser la única persona honesta -además de
preparada- que había en su equipo financiero, el
irreductible y severo socialista Domingo Faustino Maza
Zavala. Ido Maza, Chávez ha podido gastar como un marinero
borracho y los malandros han podido actuar sin vigilancia.
A este humilde cronista le acosa desde hace tiempo la
sospecha de que El Imperio, que realmente existe y es
naturalmente maluco, ha dejado hacer estos disparates
suicidas y hasta tendrá contacto con quienes lo recomiendan,
porque la Venezuela colapsada hacia la cual vamos será la
atmósfera propicia para la venta de PDVSA, único objetivo
real de los países industrializados -no sólo Estados Unidos-
en este campamento minero llamado Venezuela. Para Chávez, la
depresión final llegará cuando compruebe que su gestión hizo
las condiciones para que Mister Danger estuprara a Marisela.
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Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta |