El
espectáculo de la cumbre presidencial en Chile ha sido el
tiro de gracia para una columna fundamental del proyecto
chavista: sus relaciones con la Unión Europea y en
particular con los regímenes socialistas del viejo
continente. Estas relaciones habían sido cuidadosamente
desarrolladas por Chávez cuando Venezuela tenía Cancillería,
como una sabia alternativa frente a los Estados Unidos y
atendiendo al principio de no abrir frentes simultáneos.
Ahora, el colapso de estas relaciones a Chávez le deja
descubierto un flanco vital, justo cuando se percibe la
inminencia de una gran ofensiva opositora en la cual
coinciden formidables factores de poder interno y externo,
la cual encuentra al chavismo debilitado por una mutación
tendiente a lo que, para simplificar su comprensión, podemos
llamar, con sacrificio de la exactitud, el chavismo sin
Chávez.
La implacable fidelidad de la televisión, que permite oír y
reoír discursos, mirar y remirar expresiones y evaluar el
efecto que cada palabra tiene en cada personaje, revela que
Chávez actuó con una ingenuidad suicida. Casi pudiera
decirse que cayó en la trampa de los europeos que se
propusieron exhibirle como un irresponsable. Llegó a la
cumbre con el cerebro irritado por lecturas recientes de
esas que le suministra una asesoría intelectual imbécil y
que no puede corregirle un entorno del cual lo más piadoso
que se puede comentar es que su nivel es inferior al
necesario para sus funciones. Su narcisismo histriónico no
podía perder esa oportunidad de lucimiento.
A Hugo le quemaba el descubrimiento fresco de la injusticia
española contra el indio recién leída en el padre Las Casas.
Su lengua ardida no pudo esperar el gran momento y el
viernes ya se fue de ella con declaraciones que produjeron
una leve reacción de la Cancillería española. Esa levedad le
engañó y envalentonó, sin medir la perfidia del imperio, que
existe, es maluco y a la hora de la verdad tiene más amigos
de los que se cree. Esa noche, el hijo que Don Juan de
Borbón le entregó a Franco para que lo educara e hiciera de
él un estadista de lujo, llamó al Jefe del Gobierno
socialista de España para cuadrar el modo de pararle las
patas a aquel búfalo suelto en la cristalería.
Chávez, acostumbrado a lucirse ante un auditorio de
incondicionales lambucios, creyó que podría hacer lo mismo
ante estadistas propiamente tales. Lo suyo no es maldad,
sino puerilidad. El niño mimado de su abuela que se acaba de
aprender un verso y no encuentra el momento de recitarlo
frente a las visitas. Su discurso no dejaba títere con
gorra. Llegó al exceso máximo de contar que al “mesmo” Papa
había tenido que enmendarle la plana, así con su embarazoso
estilo de borracho confianzudo, mandándolo a leerse al
dominico Las Casas para que también el Santo Padre se
puliera sobre las maldades del colonialismo europeo. Es la
tragedia de los lectores nuevos, a quienes la locha suele
caerles en el momento menos oportuno.
Evidentemente, Hugo no estaba preparado para lo que pasó.
Del Rey de España no esperaba sino excusas por los crímenes
históricos del peninsular. Hasta lo llamó “Juan Carlos, mi
hermano”, quizás porque el monarca, interesado en colocar
exportaciones españolas, alguna vez le había llevado la
corriente. Su nulo sentido de las proporciones hace recordar
un filosófico pitorreo criollo:
Si vieres comiendo a un negro
con un blanco en compañía
o el blanco le debe al negro
o es del negro la comía.
Debe recordarse que esas cumbres iberoamericanas son un
finísimo tejido anti-imperialista, concebido por los más
capaces estadistas del sub continente no contra el imperio
ibérico que se acabó hace dos siglos, sino para compensar el
peso del imperialismo yanqui. Con decirles que Fidel Castro
no se perdía una y en ellas se portaba como todo un
caballero. El golpe maestro fue incorporar al Rey de España
y a los jefes de Gobierno de España y Portugal, como puentes
hacia la alternativa europea. Pero de eso el señor Maduro no
tenía ni conocimientos ni autoridad para decírselo al pobre
Hugo, quien entró, candoroso y desprevenido, en la ratonera.
Así pasó lo que pasó, lo que ustedes vieron. El pobre Hugo
sorprendido porque sus interlocutores no aceptaron sus
insultos –quien se acostumbra a insultar bolsas pierde la
medida de lo que es ofensivo. Incurriendo en la insólita
falta de comedimiento y educación que significa interrumpir
repetidamente al orador de una reunión de jefes de Estado y
de Gobierno, como si eso fuera una reunión del PUS en
Maiquetía. Sin la temperancia del polemista calculador que
deja hablar al otro para mejor rebatirlo. Para decirlo en
los términos de pelotero que él maneja mejor que los de
hombre de Estado: se la puso bombita a sus enemigos.
De todo esto viene el aislamiento, sobre cuyos horrores
pudiera ilustrarle Fidel Castro. El mentor barbudo salió a
cobijarlo con un manto de generalidades que trataron de
trivializar el espectáculo dándole carácter de anécdota
historicista para disimular la esencial confrontación entre
sistemas de gobierno. Pero la cara de su canciller Lage –ojo
cruel de la televisión- fue de quien presencia una
catástrofe. No por nada España es su aliviadero frente al
bloqueo americano. El propio Evo tenía cara de quien pide a
la tierra que se lo trague. Ortega, si bien lo miras, se fue
en agua de borrajas, bordeando el tema con generalidades de
la retórica revolucionaria. Correa marcó diferencias
pronunciándose contra la reelección. Al final, todos, hasta
el ambiguo Ortega, se agruparon en torno al Rey y Zapatero.
Estadistas curtidos, estaban claros sobre las consecuencias
de aquel error cumbre.
Maduro, que de movilizar autobuses sí que sabe y en eso
debieran ocuparlo, preparó la recepción al jefe carajeado.
Árnica para el boxeador que regresa lleno de moretones.
Mientras tanto, el espectáculo de la televisión mundial, la
comidilla de la crónica impresa, la burla de quienes
realmente nos desprecian y nosotros pareciéramos
complacernos en merecerlo, es que no estamos gobernados por
un émulo de Lázaro Cárdenas ni de Fidel Castro, sino de Idi
Amín Dada.
Ningún placer puede hallarse en estas desagradables
realidades. Nuestro Presidente, nuestro Gobierno, el Estado
Venezolano, este pobre país, han descendido a niveles
intolerables. A Chávez hay que decírselo mientras queden
lenguas hechas para decir la verdad y no para lamer
traseros. Como esas lenguas honestas no las hay en el
chavismo, o se están yendo, o les inhibe el miedo de que
habló la ex Primera Dama, uno tiene la obligación de
decírselo. Aunque, como me amenazó cierto gordito, deba
“atenerme a las consecuencias”.
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Artículo publicado originalmente en el diario El
Nuevo País |