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El espectáculo de la cumbre de Chile
por Rafael Poleo
martes, 13 noviembre 2007


   El espectáculo de la cumbre presidencial en Chile ha sido el tiro de gracia para una columna fundamental del proyecto chavista: sus relaciones con  la Unión Europea y en particular con los regímenes socialistas del viejo continente. Estas relaciones habían sido cuidadosamente desarrolladas por Chávez cuando Venezuela tenía Cancillería, como una sabia alternativa frente a los Estados Unidos y atendiendo al principio de no abrir frentes simultáneos. Ahora, el colapso de estas relaciones a Chávez le deja descubierto un flanco vital, justo cuando se percibe la inminencia de una gran ofensiva opositora en la cual coinciden formidables factores de poder interno y externo, la cual encuentra al chavismo debilitado por una mutación tendiente a lo que, para simplificar su comprensión, podemos llamar, con sacrificio de la exactitud, el chavismo sin Chávez.

La implacable fidelidad de la televisión, que permite oír y reoír discursos, mirar y remirar expresiones y evaluar el efecto que cada palabra tiene en cada personaje, revela que Chávez actuó con una ingenuidad suicida. Casi pudiera decirse que cayó en la trampa de los europeos que se propusieron exhibirle como un irresponsable. Llegó a la cumbre con el cerebro irritado por  lecturas recientes de esas que le suministra una asesoría intelectual imbécil y que no puede corregirle un entorno del cual lo más piadoso que se puede comentar es que su nivel es inferior al necesario para sus funciones. Su narcisismo histriónico no podía perder esa oportunidad de lucimiento.  

 

A Hugo le quemaba el descubrimiento fresco de la injusticia española contra el indio recién leída en el padre Las Casas. Su lengua ardida no pudo esperar el gran momento y el viernes ya se fue de ella con declaraciones que produjeron una leve reacción de la Cancillería española. Esa levedad le engañó y envalentonó, sin medir la perfidia del imperio, que existe, es maluco y a la hora de la verdad tiene más amigos de los que se cree. Esa noche, el hijo que Don Juan de Borbón le entregó a Franco para que lo educara e hiciera de él un estadista de lujo, llamó al Jefe del Gobierno socialista de España para cuadrar el modo de pararle las patas a aquel búfalo suelto en la cristalería.

 

Chávez, acostumbrado a lucirse ante un auditorio de incondicionales lambucios, creyó que podría hacer lo mismo ante estadistas propiamente tales. Lo suyo no es maldad, sino puerilidad. El niño mimado de su abuela que se acaba de aprender  un verso y no encuentra el momento de recitarlo frente a las visitas. Su discurso no dejaba títere con gorra. Llegó al exceso máximo de contar que al “mesmo” Papa había tenido que enmendarle la plana, así con su embarazoso estilo de borracho confianzudo, mandándolo a leerse al dominico Las Casas para que también el Santo Padre se puliera sobre las maldades del colonialismo europeo. Es la tragedia de los lectores nuevos, a quienes la locha suele caerles en el momento menos oportuno.

 

Evidentemente, Hugo no estaba preparado para lo que pasó. Del Rey de España no esperaba sino excusas por los crímenes históricos del peninsular. Hasta lo llamó “Juan Carlos, mi hermano”, quizás porque el monarca, interesado en colocar exportaciones españolas, alguna vez le había llevado la corriente. Su nulo sentido de las proporciones hace recordar un filosófico pitorreo criollo:

 

Si vieres comiendo a un negro

con un blanco en compañía

o el blanco le debe al negro

o es del negro la comía.

 

 Debe recordarse que esas cumbres iberoamericanas son un finísimo tejido anti-imperialista, concebido por los más capaces estadistas del sub continente no contra el imperio ibérico que se acabó hace dos siglos, sino para compensar el peso del imperialismo yanqui. Con decirles que Fidel Castro no se perdía una y en ellas se portaba como todo un caballero. El golpe maestro fue incorporar al Rey de España y a los jefes de Gobierno de España y Portugal, como puentes hacia la alternativa europea. Pero de eso el señor Maduro no tenía ni conocimientos ni autoridad para decírselo al pobre Hugo, quien entró, candoroso y desprevenido, en la ratonera.

 

Así pasó lo que pasó, lo que ustedes vieron. El pobre Hugo sorprendido porque sus interlocutores no aceptaron sus insultos –quien se acostumbra a insultar bolsas pierde la medida de lo que es ofensivo. Incurriendo en la insólita falta de comedimiento y educación que significa interrumpir repetidamente al orador de una reunión de jefes de Estado y de Gobierno, como si eso fuera una reunión del PUS en Maiquetía. Sin la temperancia del polemista calculador que deja hablar al otro para mejor rebatirlo. Para decirlo en los términos de pelotero que él maneja mejor que los de hombre de Estado: se la puso bombita a sus enemigos.

 

De todo esto viene el aislamiento, sobre cuyos horrores pudiera ilustrarle Fidel Castro. El mentor barbudo salió a cobijarlo con un manto de generalidades que trataron de trivializar el espectáculo dándole carácter de anécdota historicista para disimular la esencial confrontación entre sistemas de gobierno. Pero la cara de su canciller Lage –ojo cruel de la televisión- fue de quien presencia una catástrofe. No por nada España es su aliviadero frente al bloqueo americano. El propio Evo tenía cara de quien pide a la tierra que se lo trague. Ortega, si bien lo miras, se fue en agua de borrajas, bordeando el tema con generalidades de la retórica revolucionaria. Correa marcó diferencias pronunciándose contra la reelección. Al final, todos, hasta el ambiguo Ortega, se agruparon en torno al Rey y Zapatero. Estadistas curtidos, estaban claros sobre las consecuencias de aquel error cumbre.

 

Maduro, que de movilizar autobuses sí que sabe y en eso debieran ocuparlo, preparó la recepción al jefe carajeado. Árnica para el boxeador que regresa lleno de moretones. Mientras tanto, el espectáculo de la televisión mundial, la comidilla de la crónica impresa, la burla de quienes realmente nos desprecian y nosotros pareciéramos complacernos en merecerlo, es que no estamos gobernados por un émulo de Lázaro Cárdenas ni de Fidel Castro, sino de Idi Amín Dada.

 

Ningún placer puede hallarse en estas desagradables realidades. Nuestro Presidente, nuestro Gobierno, el Estado Venezolano, este pobre país, han descendido a niveles intolerables. A Chávez hay que decírselo mientras queden lenguas hechas para decir la verdad y no para lamer traseros. Como esas lenguas honestas no las hay en el chavismo, o se están yendo, o les inhibe el miedo de que habló la ex Primera Dama, uno tiene la obligación de decírselo. Aunque, como me amenazó cierto gordito, deba “atenerme a las consecuencias”.

 

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  Artículo publicado originalmente en el diario El Nuevo País


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