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Chávez y su división del país
por Rafael Poleo
martes, 11 diciembre 2007


El domingo, en Televen, José Vicente se dolió de este país partido en dos toletes. Su interlocutor fue Leopoldo López, alcalde emblemático en cuyo municipio el No ganó 4 a 1 y más. Como su eficiencia destaca, por contraste, la incapacidad de los vecinos alcaldes chavistas, a Leopoldo el régimen le ha inhabilitado. ¡Qué fácil! El alcalde aprobado por un 85% no puede repetir, mientras el presidente rechazado por más de la mitad de sus gobernados, se considera con derecho a hacerlo. Venezuela arbitraria.

Pero… Al tema, que es el país partido. Si al pensamiento de Bolívar, Hugo no lo deformara premeditadamente para ajustarlo a su patología, habría de aceptar que cuando El Libertador en sus últimas palabras se pronunció contra los partidos no habló de los partidos políticos, concepto que entonces no existía, sino del país partido. Y es que en el planteamiento de Hugo hay o una gran confusión o una gran hipocresía. O una gran deshonestidad intelectual, o mezcla de todo eso. Lo cual, en aras de una paz quizás mítica, no repetiré salvo que se haga realmente indispensable.

A un país dividido fue a lo que Bolívar más temió. Su esfuerzo fue de unidad. Cuando Urdaneta tenía listo para el fusilamiento a Santander, Bolívar se atravesó para impedirlo. Vio que aquel acto de justicia sembraría un odio irreversible entre venezolanos y neogranadinos. En cambio, a Piar tuvo que fusilarlo porque andaba haciendo lo que después sólo Chávez se ha atrevido a hacer: dividir al país por razones no sólo clasistas, que eso sería explicable aunque malvado, sino raciales, lo cual ya es simplemente criminal, más bien suicida, porque si cada ciudadano de este país mestizo tuviera que matar a la raza distinta, tendría que matarse la parte negra, india o blanca de sí mismo.

Hasta Chávez, ningún político venezolano había sido tan irresponsable como para repetir el Decreto de Guerra a Muerte. Chávez lo hizo, dividiendo el país entre ricos y pobres como si aquí no hubiera circulación de las élites, como si aquí hubiera oligarquía que no fuera la del gobierno de turno -hoy, de chavistas-, como si en Venezuela los ricos de hoy no fueran los pobres de ayer -y, casi siempre, otra vez los pobres de mañana, porque sostener una fortuna es más difícil que hacerla, valga el cordial mensaje a la familia Chávez.

Después de hacerse líder con tan primitivo e inmoral procedimiento, Hugo, siempre acomodaticio, olvidó que el Decreto de Trujillo fue recurso estratégico para convertir en guerra de nacionalidades lo que hasta ese momento era guerra de clases donde los pobres liderados por Boves no estaban con la república, sino con el Rey. Hugo la guerra a muerte la usa para todo lo contrario: convertir la disputa política en guerra de clases que divide al país. Lo más grave es que Hugo se come la segunda parte de la estrategia bolivariana, que es el Tratado de Regularización de la Guerra firmado en el también trujillano pueblo de Santa Ana. Bolívar promovió ese tratado porque, estadista capaz y patriota generoso, vio la necesidad de unir al país después de la contienda. Ganar la paz después de haber ganado la guerra. Si Bolívar no hace eso, España hubiera contra-atacado y reconquistado aquel país partido en dos. La independencia la hubiéramos tenido que dejar para ochenta años después, cuando Estados Unidos se la dio a Cuba. Mero cambio de amo.

Esto de cambiar de amo es el servicio que Hugo, en su inconsciencia, le está haciendo a los Estados Unidos. Por eso no lo tumban. Esperan a que complete su trabajo de extenuar al país, para entonces cogerse a PDVSA, que es su sueño. Chávez y Bush coinciden en ese “Divide y vencerás”. Venezuela indefensa, partida en dos bandos que se agotarán peleando uno contra el otro. Chávez hace ese trabajo cuando el país sobre-extiende sus líneas (por algo a Hugo lo rasparon en el Curso de Estado Mayor), destruye su producción alimentaria, convierte su estamento militar en una vociferante horda politiquera detestada por la mitad de los ciudadanos.

Sé que para unir al país, como José Vicente parece proponerse, conviene no irritar al desquiciado. Pero también es necesario que se sepa la verdad y se la tenga en cuenta. Si lo de Hugo no es patología incurable, si es capaz de aquella humildad conque le hablaba a uno cuando en abril del 2002 temblaba por su vida, entonces podremos conciliar. Pero si la cosa es paranoia, entonces, a José Vicente, Hugo lo llamará traidor, que es lo más fácil.

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  Artículo publicado originalmente en el diario El Nuevo País


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