El
domingo, en Televen, José Vicente se dolió de este país
partido en dos toletes. Su interlocutor fue Leopoldo López,
alcalde emblemático en cuyo municipio el No ganó 4 a 1 y
más. Como su eficiencia destaca, por contraste, la
incapacidad de los vecinos alcaldes chavistas, a Leopoldo el
régimen le ha inhabilitado. ¡Qué fácil! El alcalde aprobado
por un 85% no puede repetir, mientras el presidente
rechazado por más de la mitad de sus gobernados, se
considera con derecho a hacerlo. Venezuela arbitraria.
Pero… Al tema, que es el país partido. Si al pensamiento de
Bolívar, Hugo no lo deformara premeditadamente para
ajustarlo a su patología, habría de aceptar que cuando El
Libertador en sus últimas palabras se pronunció contra los
partidos no habló de los partidos políticos, concepto que
entonces no existía, sino del país partido. Y es que en el
planteamiento de Hugo hay o una gran confusión o una gran
hipocresía. O una gran deshonestidad intelectual, o mezcla
de todo eso. Lo cual, en aras de una paz quizás mítica, no
repetiré salvo que se haga realmente indispensable.
A un país dividido fue a lo que Bolívar más temió. Su
esfuerzo fue de unidad. Cuando Urdaneta tenía listo para el
fusilamiento a Santander, Bolívar se atravesó para
impedirlo. Vio que aquel acto de justicia sembraría un odio
irreversible entre venezolanos y neogranadinos. En cambio, a
Piar tuvo que fusilarlo porque andaba haciendo lo que
después sólo Chávez se ha atrevido a hacer: dividir al país
por razones no sólo clasistas, que eso sería explicable
aunque malvado, sino raciales, lo cual ya es simplemente
criminal, más bien suicida, porque si cada ciudadano de este
país mestizo tuviera que matar a la raza distinta, tendría
que matarse la parte negra, india o blanca de sí mismo.
Hasta Chávez, ningún político venezolano había sido tan
irresponsable como para repetir el Decreto de Guerra a
Muerte. Chávez lo hizo, dividiendo el país entre ricos y
pobres como si aquí no hubiera circulación de las élites,
como si aquí hubiera oligarquía que no fuera la del gobierno
de turno -hoy, de chavistas-, como si en Venezuela los ricos
de hoy no fueran los pobres de ayer -y, casi siempre, otra
vez los pobres de mañana, porque sostener una fortuna es más
difícil que hacerla, valga el cordial mensaje a la familia
Chávez.
Después de hacerse líder con tan primitivo e inmoral
procedimiento, Hugo, siempre acomodaticio, olvidó que el
Decreto de Trujillo fue recurso estratégico para convertir
en guerra de nacionalidades lo que hasta ese momento era
guerra de clases donde los pobres liderados por Boves no
estaban con la república, sino con el Rey. Hugo la guerra a
muerte la usa para todo lo contrario: convertir la disputa
política en guerra de clases que divide al país. Lo más
grave es que Hugo se come la segunda parte de la estrategia
bolivariana, que es el Tratado de Regularización de la
Guerra firmado en el también trujillano pueblo de Santa Ana.
Bolívar promovió ese tratado porque, estadista capaz y
patriota generoso, vio la necesidad de unir al país después
de la contienda. Ganar la paz después de haber ganado la
guerra. Si Bolívar no hace eso, España hubiera
contra-atacado y reconquistado aquel país partido en dos. La
independencia la hubiéramos tenido que dejar para ochenta
años después, cuando Estados Unidos se la dio a Cuba. Mero
cambio de amo.
Esto de cambiar de amo es el servicio que Hugo, en su
inconsciencia, le está haciendo a los Estados Unidos. Por
eso no lo tumban. Esperan a que complete su trabajo de
extenuar al país, para entonces cogerse a PDVSA, que es su
sueño. Chávez y Bush coinciden en ese “Divide y vencerás”.
Venezuela indefensa, partida en dos bandos que se agotarán
peleando uno contra el otro. Chávez hace ese trabajo cuando
el país sobre-extiende sus líneas (por algo a Hugo lo
rasparon en el Curso de Estado Mayor), destruye su
producción alimentaria, convierte su estamento militar en
una vociferante horda politiquera detestada por la mitad de
los ciudadanos.
Sé que para unir al país, como José Vicente parece
proponerse, conviene no irritar al desquiciado. Pero también
es necesario que se sepa la verdad y se la tenga en cuenta.
Si lo de Hugo no es patología incurable, si es capaz de
aquella humildad conque le hablaba a uno cuando en abril del
2002 temblaba por su vida, entonces podremos conciliar. Pero
si la cosa es paranoia, entonces, a José Vicente, Hugo lo
llamará traidor, que es lo más fácil.
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Artículo publicado originalmente en el diario El
Nuevo País |