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El costo de unir a un partido
por Rafael Poleo
viernes, 9 marzo 2007


Después de ocho años en el poder, el proyecto de Chávez sigue siendo un proyecto. Su objetivo está definido: poder total para el líder –poder sobre el destino nacional y sobre el destino personal no sólo de los ciudadanos inocentes al proceso, sino especialmente de sus dirigentes, cuya vida dependerá de las decisiones del jefe supremo. Unas decisiones que se irán volviendo más emocionales y caprichosas a medida que el tiempo pase y el exceso de trabajo siga minando su estructura neurológica.

Mencionar el exceso de trabajo es señalar el segundo de los grandes obstáculos que se oponen a la realización del proyecto. El primer obstáculo es y seguirá siendo el de origen: el proyecto se Hugo Chávez es inviable dentro de las condiciones objetivas del ámbito en el cual se lo quiere realizar. El segundo obstáculo es de naturaleza. Un proyecto totalitario, sea fascista o socialista –que del chavismo se dicen ambas cosas-, se ejecuta bajo la conducción de una personalidad avasallante e implacable, de una autoridad única e indiscutida. Un solo hombre piensa por todos y los manda a todos. Esto puede funcionar cuando el hombre está en su plenitud vital y el proyecto se ejecuta en poco tiempo, como se ejecutaron los de homólogos tan perfectos como Hitler, Perón y Fidel Castro. Pero Chávez ha consumido su mediana edad en un esfuerzo evidentemente fracasado para montar un frente intercontinental contra el imperialismo estadounidense. De esa esfuerzo sale con el corazón fatigado, sobrecargado de kilos, endeudado y debilitado de los nervios, si no de la voluntad. Lo más grave pudiera ser que mientras él abrazaba camaradas en los cinco continentes y nos endeudaba para financiar lealtades, puertas adentro dirigentes chavistas tan ambiciosos, quizás tan capaces y sin duda más realistas que él, montaban sus propias redes de poder interconectadas, situación que hemos resumido en esta frase: Chávez no conoce a los comandantes de batallón, clave de cualquier pronunciamiento exitoso en estas republiquetas sin institucionalidad ni principios.

Es con gran retraso que Chávez acomete la tarea fundamental –y por tanto debió ser inicial-, de construir un sólido movimiento partidista nacional que ejecutara y respaldara sus decisiones. Es tarde, y tan tarde, que los distintos grupos y personalidades convocadas para el partido único con jefe único, están en capacidad de rechazar la proposición. Patria Para Todos y Podemos no son movimientos de masas, pero sí partidos de cuadros con demostrada eficacia política, al punto de que los chavistas puros y duros no han podido, pese a sus descarados esfuerzos, desplazarlos de las gobernaciones de Guárico, Aragua y Sucre, numerosas alcaldías y sobre todo del control de la madre del Presupuesto, que es PDVSA. Chávez puede echar a la cúpula pepetista que hoy controla el petróleo, pero no a la red que estos han creado. Es el caso de la administración pública minada de miquelenistas y rangelistas que Chávez ni conoce, como tampoco sabe, quizás sospecha, la importancia de las decisivas funciones burocráticas que esos funcionarios realizan.

Metidos en la estructura del Estado y afianzados financieramente, experimentados en la conexión internacional, munidos de informes explosivos como el de la corrupción en Barinas, PPT y Podemos serán de importancia capital en la fase que viene del proceso. El entendimiento estratégico entre ellos está en la naturaleza de las cosas como lo está su coincidencia con el miquileno-rangelismo que ahora empieza a emerger. Un tercer afluente son los militares que ejercen cargos ejecutivos de gobernadores para abajo, a quienes Chávez aterra cada vez que se le sale su disgusto por la descentralización. Éstos sí conocen a los comandantes de batallón, y mantienen la relación con ellos mostrándoles la identidad de sus intereses, con frecuencia distintos a los planes megalomaníacos de poder mundial alimentados por el presidente.

Estas corrientes no necesitan hablar para estar de acuerdo. Hay una Ley de Gravedad Política que las reúne en coro para cantar el himno de la supervivencia. Lo más incómodo es que sólo cuando huela a maduro se enfrentarán al caudillo. Mientras tanto harán lo que les conviene mientras cantan loas a la Revolución. Eso estaba escrito, como lo recordarán aquellos lectores de más larga memoria.

Variopinta oposición

Por su lado, la oposición sigue un camino tortuoso, teniendo buen cuidado de pisar cada una de las minas que el enemigo o el destino dejó sembradas en la senda. Lo del partido que se quiere unificar en torno a Rosales es delicado de tocar. Corresponde a un proyecto serio, pero demasiado zanahoria cuando se requiere una calculada audacia, e infiltrado por el virus colaboracionista que ex adecos y ex copeyanos pagados para ello sembraron en tiempos de la Coordinadora Democrática. No hay necesidad de llegar a la irrealidad de los ardorosos luchadores de Altamira, pero sí hacen falta manifestaciones oportunas e inequívocas para impedir la aglomeración de esas nubes de sospecha que enrarecen la atmósfera rosalista. El comportamiento de Rosales y Petkoff en la semana anterior y la siguiente al 3 de diciembre fue infortunado, para decirlo con la consideración que ellos merecen. En el subconsciente colectivo quedaron marcas que no serán indelebles, pero sí bien rebeldes. Detergentes muy poderosos harían falta para que Un Nuevo Tiempo deje de parecer una empresa política donde encuentran sus chambas los políticos profesionales que el huracán chavista dejó sin empleo.

De esa alianza rosalista se desprendió el Primero Justicia de Julio Borges, disminuido por la ausencia de su figura carismática, Leopoldo López, y su personalidad más respetada, Gerardo Blyde, quienes tienen seguidores calificados, numerosos y decididos. Borges queda dependiendo del respaldo financiero de los grandes partidos de derecha en Europa y América, de donde vinieron los fondos con los cuales controló la organización. Pero Copei ha recuperado la confianza de la democracia cristiana mundial y se reorganiza con una dirección nacional de jóvenes que dicen y hacen lo que la derecha democrática y el centro quieren oír y hacer.

Bajo la dirección de Henry Ramos, Acción Democrática ha pagado sus culpas y reorganizado sus activos. Sin un centavo –los contratistas y proveedores que el partido enriqueció se pasaron al chavismo con armas y bagaje, historia por contar-, Ramos ha purgado y reorganizado. Para ello ha tenido que derrotar la intriga financiada por el régimen para crear en AD una corriente colaboracionista. Ahora las cosas se le presentan mejor. No sólo por la coherencia de su posición en las elecciones parlamentarias, sino por el desprestigio del primer ministro Zapatero, atolondrado gilipollas a quien el azar proporcionó el poder de la socialdemocracia española, a la cual la Internacional Socialista había confiado el manejo del caso venezolano. Es una historia de intereses antiguos en la cual aparecen nombres de ambos lados del mar, gente tan corrompida como se ha dicho y gente menos honorable de lo que se creía. Eso de la penetración de la ética neoliberal del lucro en la conducta de la socialdemocracia y sus afines. Será otra vez.

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  Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta


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