Después
de ocho años en el poder, el proyecto de Chávez sigue siendo
un proyecto. Su objetivo está definido: poder total para el
líder –poder sobre el destino nacional y sobre el destino
personal no sólo de los ciudadanos inocentes al proceso,
sino especialmente de sus dirigentes, cuya vida dependerá de
las decisiones del jefe supremo. Unas decisiones que se irán
volviendo más emocionales y caprichosas a medida que el
tiempo pase y el exceso de trabajo siga minando su
estructura neurológica.
Mencionar el exceso de trabajo es señalar el segundo de los
grandes obstáculos que se oponen a la realización del
proyecto. El primer obstáculo es y seguirá siendo el de
origen: el proyecto se Hugo Chávez es inviable dentro de las
condiciones objetivas del ámbito en el cual se lo quiere
realizar. El segundo obstáculo es de naturaleza. Un proyecto
totalitario, sea fascista o socialista –que del chavismo se
dicen ambas cosas-, se ejecuta bajo la conducción de una
personalidad avasallante e implacable, de una autoridad
única e indiscutida. Un solo hombre piensa por todos y los
manda a todos. Esto puede funcionar cuando el hombre está en
su plenitud vital y el proyecto se ejecuta en poco tiempo,
como se ejecutaron los de homólogos tan perfectos como
Hitler, Perón y Fidel Castro. Pero Chávez ha consumido su
mediana edad en un esfuerzo evidentemente fracasado para
montar un frente intercontinental contra el imperialismo
estadounidense. De esa esfuerzo sale con el corazón
fatigado, sobrecargado de kilos, endeudado y debilitado de
los nervios, si no de la voluntad. Lo más grave pudiera ser
que mientras él abrazaba camaradas en los cinco continentes
y nos endeudaba para financiar lealtades, puertas adentro
dirigentes chavistas tan ambiciosos, quizás tan capaces y
sin duda más realistas que él, montaban sus propias redes de
poder interconectadas, situación que hemos resumido en esta
frase: Chávez no conoce a los comandantes de batallón, clave
de cualquier pronunciamiento exitoso en estas republiquetas
sin institucionalidad ni principios.
Es con gran retraso que Chávez acomete la tarea fundamental
–y por tanto debió ser inicial-, de construir un sólido
movimiento partidista nacional que ejecutara y respaldara
sus decisiones. Es tarde, y tan tarde, que los distintos
grupos y personalidades convocadas para el partido único con
jefe único, están en capacidad de rechazar la proposición.
Patria Para Todos y Podemos no son movimientos de masas,
pero sí partidos de cuadros con demostrada eficacia
política, al punto de que los chavistas puros y duros no han
podido, pese a sus descarados esfuerzos, desplazarlos de las
gobernaciones de Guárico, Aragua y Sucre, numerosas
alcaldías y sobre todo del control de la madre del
Presupuesto, que es PDVSA. Chávez puede echar a la cúpula
pepetista que hoy controla el petróleo, pero no a la red que
estos han creado. Es el caso de la administración pública
minada de miquelenistas y rangelistas que Chávez ni conoce,
como tampoco sabe, quizás sospecha, la importancia de las
decisivas funciones burocráticas que esos funcionarios
realizan.
Metidos en la estructura del Estado y afianzados
financieramente, experimentados en la conexión
internacional, munidos de informes explosivos como el de la
corrupción en Barinas, PPT y Podemos serán de importancia
capital en la fase que viene del proceso. El entendimiento
estratégico entre ellos está en la naturaleza de las cosas
como lo está su coincidencia con el miquileno-rangelismo que
ahora empieza a emerger. Un tercer afluente son los
militares que ejercen cargos ejecutivos de gobernadores para
abajo, a quienes Chávez aterra cada vez que se le sale su
disgusto por la descentralización. Éstos sí conocen a los
comandantes de batallón, y mantienen la relación con ellos
mostrándoles la identidad de sus intereses, con frecuencia
distintos a los planes megalomaníacos de poder mundial
alimentados por el presidente.
Estas corrientes no necesitan hablar para estar de acuerdo.
Hay una Ley de Gravedad Política que las reúne en coro para
cantar el himno de la supervivencia. Lo más incómodo es que
sólo cuando huela a maduro se enfrentarán al caudillo.
Mientras tanto harán lo que les conviene mientras cantan
loas a la Revolución. Eso estaba escrito, como lo recordarán
aquellos lectores de más larga memoria.
Variopinta oposición
Por su lado, la oposición sigue un camino tortuoso, teniendo
buen cuidado de pisar cada una de las minas que el enemigo o
el destino dejó sembradas en la senda. Lo del partido que se
quiere unificar en torno a Rosales es delicado de tocar.
Corresponde a un proyecto serio, pero demasiado zanahoria
cuando se requiere una calculada audacia, e infiltrado por
el virus colaboracionista que ex adecos y ex copeyanos
pagados para ello sembraron en tiempos de la Coordinadora
Democrática. No hay necesidad de llegar a la irrealidad de
los ardorosos luchadores de Altamira, pero sí hacen falta
manifestaciones oportunas e inequívocas para impedir la
aglomeración de esas nubes de sospecha que enrarecen la
atmósfera rosalista. El comportamiento de Rosales y Petkoff
en la semana anterior y la siguiente al 3 de diciembre fue
infortunado, para decirlo con la consideración que ellos
merecen. En el subconsciente colectivo quedaron marcas que
no serán indelebles, pero sí bien rebeldes. Detergentes muy
poderosos harían falta para que Un Nuevo Tiempo deje de
parecer una empresa política donde encuentran sus chambas
los políticos profesionales que el huracán chavista dejó sin
empleo.
De esa alianza rosalista se desprendió el Primero Justicia
de Julio Borges, disminuido por la ausencia de su figura
carismática, Leopoldo López, y su personalidad más
respetada, Gerardo Blyde, quienes tienen seguidores
calificados, numerosos y decididos. Borges queda dependiendo
del respaldo financiero de los grandes partidos de derecha
en Europa y América, de donde vinieron los fondos con los
cuales controló la organización. Pero Copei ha recuperado la
confianza de la democracia cristiana mundial y se reorganiza
con una dirección nacional de jóvenes que dicen y hacen lo
que la derecha democrática y el centro quieren oír y hacer.
Bajo la dirección de Henry Ramos, Acción Democrática ha
pagado sus culpas y reorganizado sus activos. Sin un centavo
–los contratistas y proveedores que el partido enriqueció se
pasaron al chavismo con armas y bagaje, historia por
contar-, Ramos ha purgado y reorganizado. Para ello ha
tenido que derrotar la intriga financiada por el régimen
para crear en AD una corriente colaboracionista. Ahora las
cosas se le presentan mejor. No sólo por la coherencia de su
posición en las elecciones parlamentarias, sino por el
desprestigio del primer ministro Zapatero, atolondrado
gilipollas a quien el azar proporcionó el poder de la
socialdemocracia española, a la cual la Internacional
Socialista había confiado el manejo del caso venezolano. Es
una historia de intereses antiguos en la cual aparecen
nombres de ambos lados del mar, gente tan corrompida como se
ha dicho y gente menos honorable de lo que se creía. Eso de
la penetración de la ética neoliberal del lucro en la
conducta de la socialdemocracia y sus afines. Será otra vez.
* |
Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta |