Las
elecciones del domingo han pasado a ser pestífero incidente
opacado por la crisis interna de las Fuerzas Armadas sobre
la cual hemos tenido noticia a través del ministro del ramo
y el mismísimo Presidente de la República, cuyos insultos al
general Baduel sólo son explicables dentro de una situación
que ha de ser de gravedad extrema, si no para qué tamaño
escándalo.
La victoria de la Oposición es, y el presidente lo ha dicho
con todas sus letras, una mierda. Considerando que el máximo
calificador está convenientemente armado, es difícil
discutir la calificación. Mierda se quedó. Además, que él
mandó a revisar los votos que faltaban por contar,
celosamente reservados por la prudente Tibisay, pues nunca
se sabe qué resuelve el jefe.
Ahora se verá si Baduel también es una mierda, igual que su
homólogo el general José Antonio Páez, vencedor de
Mucuritas, Mata de la Miel, Mantecal y Las Queseras del
Medio, a más de decidir Carabobo con aquella carga de los
lanceros llegados por el Paso de la Mona. Pero esa es otra
mierda. “La Hojilla” se encargará de corregir esa Historia
Patria que el Imperio inventó para enmierdarnos.
Para el momento de escribir esta nota carecemos de recaudos
para saber si Baduel es también excrementicio. De momento,
sólo podemos preguntarnos por qué el Presidente se ocupa de
esa mierda asignándole la jerarquía que le asigna cuando
monta semejante espectáculo con el único fin de designarla.
Son acontecimientos en pleno desarrollo, como decía mi
malogrado amigo el tuerto aquel, internacionalista.
Siempre sujeto a corrección por alguna hombrada de esas que
siempre nos quedamos esperando, la República Civil poco que
terciar tiene…¡En pleito de burros pierden los pollinos! Ya
habíamos dicho y repetido en estas crónicas, que en esta
Venezuela del Siglo XXI vuelto XIX, la política es cosa de
militares. Donde ronca tigre no hay burro con reumatismo y
comandante arrecho mata voto ciudadano. Si no, para qué son
las armas de la patria. Comprensivos hemos de ser con estos
políticos que hasta ayer estaban gimoteando conciliaciones
con quien les desprecia y no sólo porque no tengan chopos,
sino porque tampoco les ve armados de eso que el corrido
mexicano llama “Lo mero prencipal”.
Se pregunta uno el pendejo si después de esta trapatiesta y
lo que le falta, los amigos políticos entenderán las
dificultades inherentes a su tarea y a las condiciones en
que la deben realizar. Por lo visto, ni siquiera han
entendido cuál es esa tarea. Mucho menos cuáles son las
condiciones, que no son las de la política convencional sino
las del enfrentamiento con un movimiento nazi-fascista,
ugandés más que caribeño, idiaminesco él, movido por una
ética voluntarista que simplemente ignora todas las reglas
de la política civilizada.
La dinámica de los acontecimientos ya se movía hacia un
desplazamiento de esos políticos, arrojados del escenario a
escobazos por las amas de casa antes de que los generales lo
hicieran a culatazos. De modo que, en ese aspecto, la cosa
no cambia mucho. Falta ver si el vacío terminan de llenarlo
la Iglesia, los estudiantes, los ciudadanos espontáneamente
movilizados en defensa de sus derechos y alguno que otro
bolsa extraviado en la Historia. De los medios, ya lo dijo
Mi Comandante. Son otra mierda y bastará bajar la cadena. Me
agarro desesperadamente a la tapa de la poceta.
Espero que los hechos no me hallan desmentido para cuando
esta edición de Zeta esté en los kioscos, pero aquí no hay,
o por lo menos hasta ahoritica no había golpe militar
montado ni el proyecto de Baduel tiene cara de pasar por
ahí. A Baduel lo conozco por la prensa, pero es evidente que
si hubiera pensado dar un golpe, su conocimiento del mundo
militar le hubiese aconsejado darlo cuando era Comandante
del Ejército venerado por los comandantes de batallón o
ministro de la Defensa acatado por los mandos. No le
suponemos en aquella conducta rarísima de los que se
salieron de los cuarteles para alzarse en la Plaza Altamira.
Bueno… Una cosa es que Baduel no esté montando un golpe
desde fuera de los cuarteles y otra que un malmanejo de la
situación por parte de un presidente dislocado no pueda
conducir a una crisis militar tan grave cuanto sean los
excesos del presidente desquiciado. Digamos que a una crisis
de conciencia más que de poder. El cuadro militar era muy
claro antes de la más reciente pataleta de este muchacho
narcisista de naturaleza y malcriado por su abuela, incapaz
de encajar un rechazo y que además tiene los nervios
destrozados por la falta de sueño. A los militares les
preocupa la desarticulación de la sociedad y la división de
Venezuela en dos mitades que el presidente quiere volver
irreconciliables porque eso conviene a su proyecto personal.
No hay que hablar con ellos para saberlo. Está dentro del
arte militar la cohesión interna del país que debe enfrentar
amenazas externas como las que anuncia el Presidente. No es
que vayan a desembarcar los marines, pero hablando
técnicamente, ha de preocupar a quien sepa de seguridad y
defensa esta combinación que nos ha montado el mal carácter
del presidente Chávez, de un lado el aislamiento de quienes
pudieran ayudarnos y del otro querellas con todo gobierno
que no le dé la gana de meterse a comunista.
Las elecciones de mierda del 2 de diciembre son un ejemplo
de ese malmanejo que tanta vaina ha echado en la Historia de
la Humanidad, volviendo mierda lo que parecían flores. Esa
noche electoral los políticos estaban más perdidos que el
hijo de Lindberg. No es verdad que sus partidos tuviesen los
medios para vigilar los centros de votación. No es verdad
que tuviesen el famoso chequeo a boca de mesas. Al final de
la tarde estaban absolutamente desorientados, buscando donde
reunirse porque ni siquiera habían previsto una sala
situacional conjunta. Lo único que tenían eran las cifras de
la “Misión Seijas”, como se ha llamado a unas mediciones
montadas para desanimar y desbandar a los testigos de mesa y
crear las condiciones propicias al fraude que decían los
malucos –a mí que me registren.
Ese domingo a las cinco de la tarde, los estudiantes
empezaron a concentrarse en el sitio donde se proponían
permanecer en actitud de protesta ilimitada y la gente
empezó a moverse hacia el lugar de concentración. Esto
ocurrió en las ciudades más pobladas, en todas las cuales el
régimen había sido derrotado con especial participación de
los barrios populares. Se creaba así el cuadro que a la
Fuerza Armada más preocupa: el de disturbios simultáneos en
varias ciudades del país. El estamento militar, incluida la
Guardia Nacional, no está preparado profesional ni
moralmente para disparar contra sus compatriotas. Por otra
parte, no puede aceptar que las tropas irregulares (“Misión
Kalashnikov”) y las bandas armadas usurpen su función como
depositarios de la legítima violencia de Estado. De modo que
se sintió a medio camino entre dos posibilidades odiosas.
Como a media tarde Fuerte Tiuna sí tenía los resultados, así
como información de inteligencia sobre la actitud belicosa
de las grandes ciudades, no le quedó otra que presentar esa
realidad al Presidente. No había necesidad de presionarlo.
Bastaba con mostrarle los hechos y al hacerlo poner la
indispensable cara de circunstancias. Chávez entendió que no
podía decirles: “El CNE hará lo que yo diga y ustedes
encárguense de reprimir la protesta”. No podía, no porque
eso no esté en su naturaleza e intención, ni porque el CNE
sea la vestal impoluta que dice el doctor Petkoff, sino
porque la respuesta hubiera sido de respetuosa desobediencia
“en vista de la imposibilidad física de cumplir sus
órdenes”.
Así ocurrieron las cosas y así quedaron cuando el Presidente
habló para reconocer el triunfo de la Oposición, que ahora
niega. Allí estaba un viejo general cuyo nombre no sé,
glorioso reciclado, cuadrado frente a las cámaras hasta que
el teniente coronel generosamente lo mandó a sentar. Eso lo
vimos todos. Si después se han encaratado no es culpa de
uno. En todo caso será lo que yo digo, que a los gobiernos
no los tumban sino que se caen.
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Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta |