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La oposición y un nuevo CNE
por Rafael Poleo
miércoles, 5 diciembre 2007


Las votaciones del domingo marcan el clásico punto de inflexión a partir del cual los hechos toman un curso diferente. Estos hechos tienen una dinámica propia y se mueven en una dirección, pero su ritmo puede alterarse por incidentes o accidentes cuya responsabilidad recaería sobre sus protagonistas -caso típico, el 12 de abril de 2002.

El nuevo curso del proceso político venezolano es favorable al restablecimiento del modelo democrático, incluso perfeccionado en cuanto recuperaría la intención social debilitada en los últimos años de la República Civil. Este movimiento histórico ganará o perderá velocidad según aciertos o errores de los dirigentes de oposición. Los aciertos se refieren sobre todo a la coordinación y firmeza de sus voluntades, para lo cual se requiere algo tan escaso como es la generosidad y el sentido histórico. Más fácil será que abunden los errores debidos a rivalidades de quienes desde ya tienen montados sus propios proyectos, en función del cual ponen el conjunto de las operaciones, al punto de enlentecer los acontecimientos hasta acoplarlos a sus planes personales.

Debemos estar claros en cuanto a que el resultado del domingo es una derrota personal de Chávez. Él mismo potenció esa realidad cuando en la última semana planteó el Sí y el No como una aprobación o rechazo a su mandato. Él tiene que haber medido cuan grave es el hecho de que hasta en los barrios populares o especialmente en ellos, lo más que logró fue la abstención de ciudadanos que antes le apoyaban y ahora le rechazan.

Otro punto a concientizar es que la actitud, por no decir la presión, del estamento militar, inhibió el uso de ese dominio que el presidente tiene sobre el Consejo Nacional Electoral, de modo que esa potestad sólo fue utilizada parcialmente, para reducir el margen del rechazo en no menos de un 6%. Pareja está la conciencia de que la aparentemente respetuosa pero realmente firme posición militar tiene como argumento la recia actitud de los dirigentes políticos, determinada por la sana belicosidad de la población opositora, la cual fue a su vez alimentada por el ejemplo de los estudiantes y, más allá, por la bien fundamentada desconfianza en el CNE sembrada en meses anteriores por voceros del abstencionismo. (Dicho sea de paso, ese abstencionismo dejará de tener sentido en la medida, pero sólo en la medida, en que los dirigentes de la Oposición sean eso que se vio a la medianoche del domingo).

Todo lo anterior nos conduce a la necesidad de rechazar un Consejo Nacional Electoral esperpéntico cual sólo puede serlo un organismo arbitral donde seis de sus siete miembros responden perrunamente las órdenes de una de las dos partes en disputa. Esta indispensable gestión se difirió quizás por la debilidad que hasta ahora padecía una Oposición minoritaria y dispersa. Pero una Oposición unida y vencedora no tiene por qué dejar el poder electoral en manos de un gobierno doctrinariamente tramposo cuando éste ya no tiene ni la mayoría del pueblo ni el apoyo militar, y en cambio le acosan desde distintas direcciones todos los factores significativos internos y externos.

Es así como llegamos al punto capital: la unidad de la Oposición. Una unidad que corresponda al dilema real -libertad o tiranía. Una unidad sin ciertas groseras muestras de un egoísmo calculador estimulado por la inagotable capacidad de intriga que es lo único que les queda a los ancianos muñidores. Los dirigentes políticos del 2007 no se deben inspirar en las mañas de los fracasados de la Cuarta República, sino en el espíritu de los patricios que en 1957 unieron sus aspiraciones en un solo objetivo: darnos, como nos dieron, una democracia con objetivos nacionales de crecimiento y justicia. No deja de ser irónico que quienes ahora lamen las orejas de los dirigentes políticos aconsejándoles hegemonías, sean de los mismos que descarrilaron aquella democracia decente, hoy añorada.

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  Artículo publicado originalmente en el diario El Nuevo País


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