Los
políticos de la oposición andan resentidillos con uno el
periodista, no sólo porque según ellos les hemos desplazado
de sus funciones naturales, sino porque no informamos sobre
sus andanzas sino sobre los hechos de militares, curas y
medios de comunicación.
Pena
debería darles. Si algo de justicia hay en esta penitencia
que los venezolanos estamos pagando por todos los pecados
cometidos a partir del inmerecido auge dinerario de los años
setenta, es la desconfianza conque el país mira a los
políticos en cuyas manos se perdió la República Civil y se
está consolidando un régimen totalitario. Como dicen mis
amigas de mediana edad, las que consuelan su soledad con
naturalismos, sectas y gurúes: “Nada es casualidad, todo es
causalidad”.
Aquí había dos partidos, AD y Copei. El responsable de todo
era AD. Copei estaba allí para bailar el tango, que se
necesitan dos. De hecho, la función de Copei era recoger al
país anti-adeco, meterlo por el camino democrático-electoral
y hacerle las vacaciones a AD, uno de cada tres períodos. AD
se jodió cuando su Secretaria Femenina descubrió a Louis
Vuitton; y cuando AD se jodió, se jodió la democracia
venezolana.
El partido,
más bien el país todo, se intoxicó con el realero generado
por el alza en los precios del petróleo en los años setenta,
en coincidencia con el gobierno de un político caribeño que
despreciaba la vieja y noble moral betancouriana. Los
políticos de la Generación del Cuarenticinco se dejaron
ganar por lo que entonces llamé “La herejía arriana”, porque
la vi simbolizada en un personaje snob (sine
nobilitas) implantado ahí por Pedro Tinoco para
manejarle a Pérez el rollo de la situación bi-familiar.
Antes de todo eso, Arria era mi amigo -siempre tuve un amigo
frívolo, para descansar-.
Pérez se
agotaba tratando de explicarme que Diego no había influido
en sus decisiones. Creía que yo adversaba personalmente a
Diego, cuando lo que me repugnaba era el símbolo de un
debilitamiento en la moral republicana. Durante su primera
ex presidencia, en la cena que daba una delegación china y
en la cual gente que quería reconciliarnos me sentó a su
derecha, no hizo el menor caso del tema, que era un guiso
siderúrgico, para dedicarse a explicarme su relación con
Arria, la cual resumió en una frase: “Yo llevo a Diego a los
viajes para que acompañe a Cecilia de compras mientras yo
trabajo”. Canache Mata, que estaba a su otro lado, hombre
honrado y valiente pero conocido por su pequeña debilidad
frente a un boleto aéreo, se atrevió a reprocharle: “Pero
usted se lo llevó en el viaje a China”, como sugiriendo que
Diego era algo más que experto en trapos. Otro día les echo
el cuento completo.
Los
compañeros de generación de Pérez no tuvieron cojones para
detener sus locuras. Cierto que le adulaban con más
elegancia que los balurdos que hoy adulan al locuaz
comandante, que ya es cosa ridícula. En esto como en todo,
la Quinta no ha hecho más que magnificar los vicios de la
Cuarta en su etapa decadente, esa que empezó con el primer
gobierno de Pérez.
Las
generaciones siguientes, esas de Celli, Henry Ramos, yo
mismo, luego la de aquellos jóvenes gobernadores nombrados
por Lusinchi, no lo hicieron mucho mejor. Su hora más triste
fue aquella cagueta de 1998, cuando pactaron con Miquilena
para sacar a Alfaro y decirle a los adecos que votaran por
Salas Römer, sabiendo que eso era mandarlos a votar por
Chávez. Todo cuadrado con el chavismo a cambio del perdón de
sus pecados. En estos tiempos de indecencia hicieron falta
ocho años, hasta diciembre de 2006, para ver un tan brutal
tráfico de la historia, el nombre, la militancia y los
electores de un gran partido. (Nadie se atreverá a
desmentirme, simplemente porque les daría los detalles,
puesto que ellos saben que yo estaba allí, al lado de Alfaro
y revisando todas las noches las grabaciones de cómo se
hacía aquella canallada que Alfaro dejó hacer porque era su
manera de salir airosamente del pozo en que se había metido
con la candidatura).
Jamás usaré
materiales como el video de la peregrinación que, acordados
con Miquilena, hicieron los jóvenes líderes adecos al día
siguiente de las elecciones del 98, para rendir tributo al
césar. Podría preparar una edición para Internet deteniendo
en still la gestualidad de cada uno de ellos: rabo
entre las piernas y orejas gachas. Estaban cagados porque
Miquilena les dijo que Chávez los iba a enjuiciar. Pero el
cronista habla de pecados evitando nombrar los pecadores. No
por consideración a ellos, sino a sus hijos y sus nietos,
porque soy un adeco de los de antes, de paladar negro,
formado en la admiración a los padres fundadores del
partido. Como le dije a Cecilia Matos cuando me imploró en
presencia de un adeco muy importante: “¿Qué va a ser de mis
hijas?”. La tranquilicé con un verso de Andrés Eloy: “No
andar cobrándole al hijo/ las culpas del padre vil/ porque
para ti las hijas/ del que me hiciera sufrir/ para ti serán
sagradas/ como las hijas del Cid”.
Esta
Segunda Resistencia, la que vivimos, permite hacer, si no un
borrón y cuenta nueva, por lo menos un descuento importante
y un diferimiento de cobro, quizás una condonación de las
deudas históricas. A Henry Ramos hay que acreditarle haber
desplazado a los agentes de mi amigo José Vicente Rangel que
manejaban a Acción Democrática. Luego ha mantenido abiertas
las puertas del partido y alzada la pica de la vieja
rebeldía adeca. En Copei, Eduardo Fernández actuó inhibido
por la pacatería demócrata-cristiana frente a la realidad
militar, mala conciencia por su actuación frente a Allende.
Se auto-chantajean con la versión de que a nuestro Allende
no debe sucederle un Pinochet. Es curioso que, siendo como
son los copeyanos tan germano-italianófilos, no se den
cuenta de que esto no es Allende, ni siquiera Fidel Castro,
sino Hitler y Musolinni. Cuidado si lo de impedir un
Pinochet no es coartada para pasar agachaditos como pasó la
democracia-cristiana en la Europa de los años treinta. De
todos modos, Eduardo ha dejado el partido en manos jóvenes y
valientes que lo están reconstruyendo de abajo arriba.
Primero
Justicia es Borges, con su personalidad. Un Nuevo Tiempo es
una comunidad variopinta que la noche del 3 de diciembre
perdió el respeto de la Venezuela opositora y luego no ha
hecho cosa visible por recuperarla. Ahora rehuye unirse a
una alianza opositora contra la reforma constitucional
totalitaria. Uno nada más le desea buena suerte y mejores
asesores. Pero, ¿cómo no sospechar? Los demás partidos
quedaron maculados por el colaboracionismo. MAS, PPT y
Podemos, en orden descendente de culpabilidad. El MAS tiene
un nombre, aunque sea rayado. El PPT tiene real como arroz y
unos papeles que incriminan al entorno presidencial. El
Podemos de Ismael García tiene vitalidad, olfato y
posicionamiento. La Internacional Socialista hizo bien en
aceptarlo como miembro.
¿Qué otra cosa puede decirse? Uno los pone a
figurar hasta sin que lo merezcan. En cuanto respecta a este
cronista, su interpretación no se refleja en las páginas de
Zeta y El Nuevo País, que tienen vida
propia y donde se respeta el pensamiento de los periodistas
y colaboradores que allí escriben. Pero engañaríamos al
lector si le escamoteáramos la realidad de que la política
en la Venezuela de hoy es cosa de militares, curas y
periodiqueros, y que políticos de apariencia respetable
guisan con el Gobierno. Personalmente lo lamento, porque soy
periodiquero y como tal me veo obligado a chapotear en esta
clase de política. Una clase de política con la cual me pasa
lo que Sofía Imber, que sabe más por vieja y por diabla, me
dijo sobre mi comportamiento cada vez más reclusivo: “Tú lo
que estás es lleno de desprecio”.
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Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta |