Sentada
junto a sus amigos en un bar de moda en Bangalore, Roopa Murty está feliz con la
vida: puede fumar, beber una cerveza fría y tiene un trabajo donde gana 400
dólares al mes, es decir, mucho más que el sueldo de su padre y de paso tiene
posibilidades de ascenso. Para una mujer de 24 años en India es como vivir en
otro mundo. En Mysore, su pueblo natal, a esa hora estaría alimentando a los
niños y viendo las vacas pastar.
Del otro lado del planeta, en Omaha,
Nebraska, Cindy Smith se sienta en la mesa del comedor a sacar las cuentas por
pagar. El resultado es un número tan rojo como sus ojos desvelados por la
angustia de haber perdido el trabajo donde ganaba casi dos mil dólares al mes.
Para una mujer de 26 años en Estados Unidos y sin título universitario, las
posibilidades de conseguir un buen empleo no lucen muy halagüeñas.
Durante cuatro años, Cindy Smith estuvo
pegada al teléfono en un centro de atención a los tarjetahabientes de un banco.
Ahora es Roopa Murty quien hace el trabajo. En estos días, cuando un jubilado de
Florida llama para reclamar un cargo indebido a su tarjeta de crédito, escucha
la voz de una operadora con acento indio que le dice ¿may I help you? Es así
como su problema con los tickets en el estadio de baseball lo resuelve una mujer
que jamás en su vida ha visto un juego de pelota. Pero eso no es problema. Para
el trabajo que ella hace, a miles de kilómetros de distancia y con 10 horas de
diferencia, basta una red de fibra óptica, un buen entrenamiento y un
computador.
El outsourcing, subcontratar empresas y
servicios en otros países donde la mano de obra es más barata, es el nuevo
fantasma para la clase trabajadora de Estados Unidos. En los últimos 3 años se
han perdido 2.3 millones de empleos en el país y el 10% de esa cifra ha ido a
parar a manos de gente como Roopa Murty. En este año electoral el tema, álgido y
jugoso, aparece todos los días en boca de políticos y periodistas con un tinte
patriótico y a veces demagogo. Mientras los demócratas prometen que defenderán
el empleo, los republicanos aseguran que crearán más fuentes de trabajo. Hace
una semana George Mankiw, el principal asesor de George W. Bush, dijo que la
subcontratación en el extranjero podría beneficiar a la economía en el largo
plazo y los sindicatos pusieron el grito en el cielo. ¿Quién va a convencer a
Cindy Smith de que perder su trabajo es por el bien nacional? A ella podrán
explicarle que mantener la competitividad y reducir los costos asegura la
permanencia de las empresas en el mercado, pero ¿quién va a mantenerla al día
con su tarjeta de crédito?
Estados Unidos vivió un drama similar
cuando firmó el NAFTA. Las cifras oficiales indican que entre el 94 y el 2002
más de medio millón de empleos cruzaron la frontera hacia México. Para la
industria manufacturera estadounidense ha sido un reto competir frente los
mejicanos, los vietnamitas o los chinos. En estos momentos además, cuando
aumenta la competencia en el área tecnológica y de servicios, lo países que
tienen infraestructura y fuerza de trabajo están dispuestos a tomar su parte del
pastel del comercio norteamericano. Pequeñas delicias del mundo globalizado,
donde el capitalismo piensa con el bolsillo y se adapta a lo que más le
conviene.
Una cara de la moneda: Cindy Smith, una
de las 8 millones de personas desempleadas en EEUU. Sin seguro médico, altas
deudas y pocos ahorros, el único consejo que recibe es obtener entrenamiento en
otra área más sofisticada y competitiva. Cuando escucha a los analistas decir
que su drama es parte de un ciclo y que el dinamismo del mercado le abrirá
nuevas puertas, se pregunta si con esos argumentos podrá ir al mercado.
La otra cara: Roopa Murty, una de las
140 mil personas en India que consiguieron el año pasado un buen trabajo en
outsourcing, y después de usar sandalias toda su vida, ahora tiene unos Adidas.
Por eso al cobrar su salario espera que los norteamericanos sigan usando sus
tarjetas de crédito, y que consigan la manera de estar al día con su pago mínimo.
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