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Las Reservas de un Reservista
por Manuel Malaver

domingo, 17 abril 2005

 

 

Muy patético resultó el acto “de activación del Comando de la Reserva Nacional” celebrado en Fuerte Tiuna el 13 de abril pasado.

 

Y como patético, exasperante, abusivo, ominoso, pues es inaceptable que venezolanos -los que desfilaban y los que seguían la ceremonia por radio y televisión- merezcan ser involucrados en un rito del peor estilo decimonónico, cuartelario y caudillesco,  de aquellos que creíamos  quedaban solo para las comedias de Hollywood que zahieren el gorilismo latinoamericano, pero que regresó de mano de los generales de la “revolución bonita”, empeñados en desempolvar imágenes que evocan el peor pasado de la historia venezolana y latinoamericana.

 

O sea, que vimos y oímos otra vez los discursos rimbombantes e infatuados, el patrioterismo de hojalata y el nacionalismo de oropel, los uniformes desmañados y en zafarrancho de combate, los generalotes amenazantes y cortacabezas y  a una tropa pintoresca, aburrida y confusa que solo se animó cuando el generalote mayor, el teniente coronel Hugo Chávez Frías, anunció que les “duplicaría la dieta por día de trabajo de 8 a 16.000 bolívares”.

 

Y no debe extrañar tal euforia, pues se dirigía a 20.000 venezolanos y venezolanas de todas las edades (niños, adultos y ancianos),  transeúntes eternos del casi desaparecido mercado de trabajo, quien sabe si con días y semanas sin probar bocado, con su salud física y mental comprometida y testigos de excepción de la destrucción a punta de decretos y leyes estatizantes de la planta del parque industrial venezolano.

 

Y por tanto, con agudos problemas familiares, reducidos a los ghetos que también llaman barrios, con sus mujeres,  hijos y nietos igualmente enfermos y desempleados, con hospitales y escuelas cerrados o en vías de cerrar y con apenas horas semanales de ocupación en trabajos eventuales o chambas que se conocen  como “buhoneriles”.

 

Como las que surgen cada vez que se convoca a un mitin o a una manifestación oficial, y con suerte por 30 0 50 mil bolívares se resuelven para un mercado de 3 o 4 días en el Mercal de la esquina.

 

Claro que previa presentación del carnet del partido, o del certificado de asistencia a las manifestaciones, mitines y reuniones políticas oficiales, porque si no…nanay,  nanay.

 

Estaban ahora, sin embargo, en la mañana del 13 de abril del 2005, frente a un patrón que les prometía trabajo estable, una remuneración “peor es nada”, pero remuneración al fin, y la posibilidad de que, por extensión, sus familias también mejoraran su suerte.

 

“Y ojalá que todo se  reduzca”, pienso yo que pensaba aquel señor reservista como de 60 años, que ya se cuadraba  a la izquierda, ya la derecha, ya se rascaba el ombligo, ya se cubría del sol con la mano “ojalá que todo se reduzca, como  tantas otras cosas de esta revolución, a desfilar y mitinear de vez en cuando y escuchar a este señor Chávez que habla como un loro.

 

 Pero ¿qué tal si lo de la guerra es de verdad y el teniente coronel, y el puñado de  fanáticos que lo siguen, se dedican a provocar y hacer invasiones, a convertir a Venezuela en un cuartel (como dicen en privado) y en un dos por tres rodamos de campamento en campamento, de batalla en batalla, de escaramuza en escaramuza, y nos encontramos de repente con el país,  vidas, haciendas y familias destruidas, porque el señor de la guerra decidió que nuestra naturaleza  es esencialmente guerrera y no debemos regresar a casas, ni lugares de trabajo?.

 

¿Y qué tal si cansado, como el dictador de Cuba, de esperar invasiones que no llegan, decide llevarnos a guerrear a otras tierras y naciones, digamos a Colombia, Bolivia o África y nos enhuacala y nos lleva en barcos y aviones de carga a países lejanos que no conocemos, ni sabíamos que existían en el mapa, pero en los que hay que ayudar a derrotar a los enemigos del pueblo, a los imperialistas enemigos de la revolución, de “su” revolución?

 

Dicen por ahí que está comprando aviones, fragatas y helicópteros a sus amigos de Rusia, España y Brasil, dice él y que “con fines humanitarios” ¿pero no será más bien para aerotransportarnos y llevarnos a campos de batallas en países que no sabíamos si existían, o figuraban en el mapa?

 

Y quien sabe si, incluso, eso no es lo peor, y todo esto de la reserva, y los discursos, y los desfiles y las invasiones, no son sino el pretexto  para hacer una terrible e implacable fuerza policial dedicada a perseguir a los opositores, a los que no comulgan con el teniente coronel, y Venezuela se convierte, como Cuba, no solo en un campamento, sino en una cárcel.

 

Eso también lo he oído de decir, pero ¿cómo hace uno? El hambre no espera, y algo, aunque no sean sino los 16 mil bolívares del diario de la reserva, hay que llevar a  casa.

 

Estoy de acuerdo, sin embargo, que de todas las cosas malas que están pasando en mi país, en Venezuela, ninguna se compara con esta fiebre guerrera, con este afán de estar formando cuarteles y campamentos por todas partes, llamando a las armas y entrenando civiles que lo más seguro es que terminen oprimiendo  a sus hermanos, los propios venezolanos.

 

“Quien dijo guerra, dijo sangre”, decía mi abuelo que decía su papá, mi bisabuelo, quien fue soldado de las últimas montoneras que asolaron al país en tiempos de los dictadores Castro y Gómez, de aquellas bandas armadas que dirigían revoltosos  profesionales como uno que llamaban “Cuello e Pana”, y otro “El Espaletao” y otro “Maisanta” y que no eran más que unos redomados cobardes que huían de sus auténticas responsabilidades ciudadanas, para andar fomentando guerras imposibles, asaltando caminos y haciendas, devorando el ganado y pasándola bien en terneras y joropos, mientras los soldados de la reserva llevaban plomo limpio, cruzaban torrenteras a nado, se las habían con tigres, boas y caimanes y se calaban soles y calores parejos como los que me estoy calando yo ahora.

 

Porque, me pregunto yo ¿dónde irá a parar ese general que dice el discurso en cuanto suenen los primeros tiros? ¿Pedirá la baja, se jubilará? ¿Sabrá ese señor lo que es una plomazón cerrada de verdad verdad como la que ocurre por las noches en mi barrio día por medio, con horas tras horas de bazukazos, gritos y quejidos, y los perros ladrando, y las viejitas y los niños persignándose y escondiéndose bajo los camastros a rezar el rosario, y los saldos de muertos y heridos que al día siguiente trae la “crónica roja” de los periódicos, radios y televisoras en el parte que llaman “Saldo de fin de semana”?

 

Porque ¡oiga, señor general!, si en los cuarteles de Venezuela la guerra es una tragedia eventual y que ocurre cuando algún delincuente se desmanda y cruza la frontera, en los barrios de Venezuela, entre los pobres de Venezuela, la guerra es diaria, intensa y no conoce fin, y sucede porque ustedes, los que deben combatirla,  se dedican a hacer política, y a seguir caudillos nostálgicos que ustedes saben van al desastre, pero al que hay que vitorear y acompañar, porque si no, como a mi, no nos paga.

 

Y a tratar de que los civiles venezolanos nos sigamos matando, porque antes era la guerra entre los honestos y los delincuentes y ahora será entre los amigos y los enemigos de la revolución.

 

Pero ya termina el discurso del teniente coronel. Cuatro horas hablando bajo esta resolana. El bajo el toldo y nosotros llevando sol. Y digo yo que si antes de cada batalla este señor se va a largar con 3 y 4 horas de discurso, entonces el enemigo nos va a sorprender cansados y con ganas de huir despavoridos, no solo de las balas, sino también de las palabras vacías, que son una y la misma cosa”. 

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