Muy
patético resultó el acto “de activación del Comando de la
Reserva Nacional” celebrado en Fuerte Tiuna el 13 de abril
pasado.
Y como patético, exasperante,
abusivo, ominoso, pues es inaceptable que venezolanos -los que
desfilaban y los que seguían la ceremonia por radio y
televisión- merezcan ser involucrados en un rito del peor estilo
decimonónico, cuartelario y caudillesco, de aquellos que
creíamos quedaban solo para las comedias de Hollywood que
zahieren el gorilismo latinoamericano, pero que regresó de mano
de los generales de la “revolución bonita”, empeñados en
desempolvar imágenes que evocan el peor pasado de la historia
venezolana y latinoamericana.
O sea, que vimos y oímos otra vez
los discursos rimbombantes e infatuados, el patrioterismo de
hojalata y el nacionalismo de oropel, los uniformes desmañados y
en zafarrancho de combate, los generalotes amenazantes y
cortacabezas y a una tropa pintoresca, aburrida y confusa que
solo se animó cuando el generalote mayor, el teniente coronel
Hugo Chávez Frías, anunció que les “duplicaría la dieta por día
de trabajo de 8 a 16.000 bolívares”.
Y no debe extrañar tal euforia,
pues se dirigía a 20.000 venezolanos y venezolanas de todas las
edades (niños, adultos y ancianos), transeúntes eternos del
casi desaparecido mercado de trabajo, quien sabe si con días y
semanas sin probar bocado, con su salud física y mental
comprometida y testigos de excepción de la destrucción a punta
de decretos y leyes estatizantes de la planta del parque
industrial venezolano.
Y por tanto, con agudos problemas
familiares, reducidos a los ghetos que también llaman barrios,
con sus mujeres, hijos y nietos igualmente enfermos y
desempleados, con hospitales y escuelas cerrados o en vías de
cerrar y con apenas horas semanales de ocupación en trabajos
eventuales o chambas que se conocen como “buhoneriles”.
Como las que surgen cada vez que
se convoca a un mitin o a una manifestación oficial, y con
suerte por 30 0 50 mil bolívares se resuelven para un mercado de
3 o 4 días en el Mercal de la esquina.
Claro que previa presentación del
carnet del partido, o del certificado de asistencia a las
manifestaciones, mitines y reuniones políticas oficiales, porque
si no…nanay, nanay.
Estaban ahora, sin embargo, en la
mañana del 13 de abril del 2005, frente a un patrón que les
prometía trabajo estable, una remuneración “peor es nada”, pero
remuneración al fin, y la posibilidad de que, por extensión, sus
familias también mejoraran su suerte.
“Y ojalá que todo se reduzca”,
pienso yo que pensaba aquel señor reservista como de 60 años,
que ya se cuadraba a la izquierda, ya la derecha, ya se rascaba
el ombligo, ya se cubría del sol con la mano “ojalá que todo se
reduzca, como tantas otras cosas de esta revolución, a desfilar
y mitinear de vez en cuando y escuchar a este señor Chávez que
habla como un loro.
Pero ¿qué tal si lo de la guerra
es de verdad y el teniente coronel, y el puñado de fanáticos
que lo siguen, se dedican a provocar y hacer invasiones, a
convertir a Venezuela en un cuartel (como dicen en privado) y en
un dos por tres rodamos de campamento en campamento, de batalla
en batalla, de escaramuza en escaramuza, y nos encontramos de
repente con el país, vidas, haciendas y familias destruidas,
porque el señor de la guerra decidió que nuestra naturaleza es
esencialmente guerrera y no debemos regresar a casas, ni lugares
de trabajo?.
¿Y qué tal si cansado, como el
dictador de Cuba, de esperar invasiones que no llegan, decide
llevarnos a guerrear a otras tierras y naciones, digamos a
Colombia, Bolivia o África y nos enhuacala y nos lleva en barcos
y aviones de carga a países lejanos que no conocemos, ni
sabíamos que existían en el mapa, pero en los que hay que ayudar
a derrotar a los enemigos del pueblo, a los imperialistas
enemigos de la revolución, de “su” revolución?
Dicen por ahí que está comprando
aviones, fragatas y helicópteros a sus amigos de Rusia, España y
Brasil, dice él y que “con fines humanitarios” ¿pero no será más
bien para aerotransportarnos y llevarnos a campos de batallas en
países que no sabíamos si existían, o figuraban en el mapa?
Y quien sabe si, incluso, eso no
es lo peor, y todo esto de la reserva, y los discursos, y los
desfiles y las invasiones, no son sino el pretexto para hacer
una terrible e implacable fuerza policial dedicada a perseguir a
los opositores, a los que no comulgan con el teniente coronel, y
Venezuela se convierte, como Cuba, no solo en un campamento,
sino en una cárcel.
Eso también lo he oído de decir,
pero ¿cómo hace uno? El hambre no espera, y algo, aunque no sean
sino los 16 mil bolívares del diario de la reserva, hay que
llevar a casa.
Estoy de acuerdo, sin embargo, que
de todas las cosas malas que están pasando en mi país, en
Venezuela, ninguna se compara con esta fiebre guerrera, con este
afán de estar formando cuarteles y campamentos por todas partes,
llamando a las armas y entrenando civiles que lo más seguro es
que terminen oprimiendo a sus hermanos, los propios
venezolanos.
“Quien dijo guerra, dijo sangre”,
decía mi abuelo que decía su papá, mi bisabuelo, quien fue
soldado de las últimas montoneras que asolaron al país en
tiempos de los dictadores Castro y Gómez, de aquellas bandas
armadas que dirigían revoltosos profesionales como uno que
llamaban “Cuello e Pana”, y otro “El Espaletao” y otro
“Maisanta” y que no eran más que unos redomados cobardes que
huían de sus auténticas responsabilidades ciudadanas, para andar
fomentando guerras imposibles, asaltando caminos y haciendas,
devorando el ganado y pasándola bien en terneras y joropos,
mientras los soldados de la reserva llevaban plomo limpio,
cruzaban torrenteras a nado, se las habían con tigres, boas y
caimanes y se calaban soles y calores parejos como los que me
estoy calando yo ahora.
Porque, me pregunto yo ¿dónde irá
a parar ese general que dice el discurso en cuanto suenen los
primeros tiros? ¿Pedirá la baja, se jubilará? ¿Sabrá ese señor
lo que es una plomazón cerrada de verdad verdad como la que
ocurre por las noches en mi barrio día por medio, con horas tras
horas de bazukazos, gritos y quejidos, y los perros ladrando, y
las viejitas y los niños persignándose y escondiéndose bajo los
camastros a rezar el rosario, y los saldos de muertos y heridos
que al día siguiente trae la “crónica roja” de los periódicos,
radios y televisoras en el parte que llaman “Saldo de fin de
semana”?
Porque ¡oiga, señor general!, si
en los cuarteles de Venezuela la guerra es una tragedia eventual
y que ocurre cuando algún delincuente se desmanda y cruza la
frontera, en los barrios de Venezuela, entre los pobres de
Venezuela, la guerra es diaria, intensa y no conoce fin, y
sucede porque ustedes, los que deben combatirla, se dedican a
hacer política, y a seguir caudillos nostálgicos que ustedes
saben van al desastre, pero al que hay que vitorear y acompañar,
porque si no, como a mi, no nos paga.
Y a tratar de que los civiles
venezolanos nos sigamos matando, porque antes era la guerra
entre los honestos y los delincuentes y ahora será entre los
amigos y los enemigos de la revolución.
Pero ya termina el discurso del
teniente coronel. Cuatro horas hablando bajo esta resolana. El
bajo el toldo y nosotros llevando sol. Y digo yo que si antes de
cada batalla este señor se va a largar con 3 y 4 horas de
discurso, entonces el enemigo nos va a sorprender cansados y con
ganas de huir despavoridos, no solo de las balas, sino también
de las palabras vacías, que son una y la misma cosa”.
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