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SACALAPATALAJÁ
por Rómulo Betancourt
8 febrero, 1928


Beatriz I de la Universidad, reina y señora nuestra, coronela gallarda de este bravo batallón de muchachos que guardan y acrisolan en su agresivo aislamiento las mejores reservas dinámicas de la patria, a ti va por caminos inéditos mi palabra que no sabe de genuflexiones.

Debe vocearse recio para que se escuche lejos el sentido trascendente de estas fiestas, en las que quinientos venezolanos nuevos -¡limpios de claudicaciones, insospechables de oportunismo!- [halagan] a una mujer en actitud de vasallaje, ya sumisas las manos rebeldes, las manos que se han endurecido ciudadanamente en el roce cotidiano con los rudos cinceles con que en los pueblos olvidados de Dios se tatúan de gestos el espíritu de los escultores de su propia angustia.

Beatriz...: muchacha agreste, nacida en un pueblo de estos llanos nuestros, donde los nietos de los montoneros derrapados y libérrimos gritan su admonición de rebeldía que nadie oye: muchacha agreste, que tienes en tu sangre impetuosa, y en el color cálido de la piel asoleada y en el nocturno bárbaro trenzado al cabello, todo el ímpetu desbordado de la mujer de una raza que está gestando en su silencio grávido de anticipos el milagro de una nueva alborada en la senectud del mundo: en ti, su símbolo integral, estamos rindiendo un homenaje que debíamos los venezolanos decorosos a la mujer de Venezuela. Mujer leal, ingenuamente abnegada, que se dio toda a la clara misión de ungir con sus piedades nuestras miserias y nuestros dolores republicanos; mujer que en el suave apostolado de la novia nos reconforta con el vino amable de sus ternuras, y en el regazo de la madre, o en el recuerdo de su sonrisa inolvidable, es cordial refugio para el espíritu maltratado de incomprensiones. Cuántas veces un venezolano de estos tiempos, después del minuto de prueba colectiva, ya alejado de la multitud que recibiera sobre su frente el duro latigazo de la barbarie insolente, fue a refugiar en la intimidad piadosa del hogar su rabia amordazada; y fueron entonces manos de mujer las que recogieron en su palma ahuecada el dolor de una lágrima, donde cristalizaron como dentro de un prisma de amarguras todos los dolores de un pueblo que, después de haber estado a la cabeza de América en su más alta ocasión gloriosa, ha venido cumpliendo a pasos de sacrificios los ciclos de una larga expiación!

Mujer de nuestra tierra: continúa siendo para nosotros -los esforzados paladines de la inconformidad- escudo y atalaya de ensueños, símbolo para el vuelo aquilino de la hazaña y campanada de apremio en la virtualidad alerta de la idea. En cambio, te hacemos, en este diáfano momento de la sinceridad, una promesa lírica. Escúchala atento, Beatriz I de la Universidad y de Venezuela, y difúndela a lo largo y a lo ancho de tus vastos dominios, ya amanecido el sol que ha de alumbrar la hora definitiva de su destino:

Si algún día imperativos de patria nos obligan a exponer a la intemperie de soles y lluvias la lanza historiada que nos legó N. S. Alonso Quijano, será orgullo nuestro conservar intacta en ella la silueta de la «dulce su enemiga» del Manchego, grabado por él -lo afirmo, aun cuando olvidó decirlo el parco biógrafo de sus hechos y hazañas- con un tosco guijarro, en una de sus largas noches meditativas en las soledades de Sierra Morena, después de la segunda salida...

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  Pronunciado en el Teatro Rívoli de Caracas, el 8 de febrero de 1928


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