Power to the People (II)
por Eli Bravo
viernes, 16 abril 2004

        En nuestro Caldo anterior cultivamos a fuego breve las ideas del novelista e historiador Gore Vidal sobre la invención de los Estados Unidos como nación, los debates en torno a la redacción de su Constitución y el resultado histórico de ese experimento. Desde su fundación el país buscó la plena libertad de su gente y las formas de controlar al gobierno. La Carta Magna comienza diciendo “Nosotros la gente de los Estados Unidos”, para dejar en claro que de la gente deriva el poder del gobierno, y además, que si éste se excede en sus atribuciones corresponde a la gente ponerlo en su lugar. Como voz agorera aparece Benjamín Frankiln, quien preconiza un despotismo como resultado de la futura e inevitable corrupción de la república, con el agravante de encontrar entre los gobernados una disposición a aceptarlo.

            En su libro Perpetual War for Perpetual Peace (Nation Books, 2002) Vidal echa mano del erudito napolitano Vico quien describió a principios del siglo XVIII el ciclo orgánico de las sociedades humanas como un círculo que va del Caos a la Teocracia, y de allí, a la Aristocracia que desemboca en Democracia. A causa de la corrupción, estas repúblicas se convierten imperios tiránicos que eventualmente colapsan y retroceden al Caos y la etapa Teocrática. Con esta idea, Vidal escribe “actualmente los Estados Unidos es una república imperial medianamente caótica que va de salida, nada malo a menos que haya una seria epidemia de Caos en cuyo caso una nueva era religiosa estará sobre nosotros”. No soy un teórico que pueda definir al detalle lo que deba entenderse como caos, pero basta con ver el poder de los grupos conservadores cristianos en EEUU para entender que la religión está bailando un apretado vals con el capitalismo corporativo en the land of the free.

            Para Vidal el gobierno da claras señales de su despotismo al coartar las libertades civiles consagradas en la Constitución y paulatinamente se hace rehén del fundamentalismo religioso. La presencia de John Ascroft como Secretario de Justicia es la punta de un iceberg que va congelando los derechos individuales bajo el argumento de la moralidad, y sobre todo, de la seguridad y la lucha contra el terrorismo. En 1995, y según una encuesta de CNN-Time, el 55% de los entrevistados consideraba que el gobierno federal se había hecho tan poderoso que significaba una amenaza a los derechos del ciudadano común. El 14 de septiembre de 2001, tres días después del espantoso ataque a las Torres Gemelas, el 74% de los encuestados consideraba que era necesario renunciar a ciertos aspectos de la libertad personal. El gobierno ha sabido interpretar ese cheque en blanco (y ha sabido sembrar esa matriz de opinión) promulgando leyes que abren ventanas por donde meter su nariz, y a su manera, la cruz y la Biblia.

            En año de contienda electoral, vale la pena poner el ojo en el caso estadounidense. Cuando los ciudadanos renuncian a ciertas libertades ¿qué significa esa disposición de los gobernados a dejarse someter por su gobierno? Al entregar sus derechos con el objetivo de salvar la patria ¿acaso no retroceden las conquistas políticas y sociales? Por convertir la fe en razón de estado ¿podrá un fanatismo armado de mucho dinero poner al mundo patas arriba en nombre de Dios, tal y como pretenden hacerlo los fanáticos musulmanes?

             “No hay nada patriótico en nuestra pretensión de que puedes amar a tu país y despreciar a tu gobierno” las palabras parecieran ser de G.W. Bush, o más en casa, de Hugo Chávez. Son el argumento de defensa que encontró Bill Clinton en 1996 ante las críticas que levantó su Ley Antiterrorismo. El gobierno que fue creado por la gente y para la gente hace más de 200 años ha crecido al punto de no depender de la gente. Se basta a si mismo y sabe cómo convencer a sus gobernados de que no exista nada más seguro y tranquilo que el hogar dulce hogar, no importa cuantas concesiones haya que hacer en el camino.   Imprima el artículo Subir Página