Power to the People (I)
por Eli Bravo
viernes, 2 abril 2004

Un anciano de 81 años, famoso entre otras cosas por volar una cometa con una llave atada a su cola, escribió a sus compatriotas en 1787: “apoyo esta Constitución con todas sus faltas, si estas existieran. No hay otra Forma de Gobierno sino aquella que estando bien administrada sea una Bendición para la Gente; y creo además que estará bien administrada en el Curso de los Años hasta terminar en Despotismo, como otras Formas lo han hecho antes, cuando la Gente sea tan corrupta como para requerir un Gobierno Despótico, siendo incapaz de tener cualquier otro”.

En su libro Inventando una Nación (Yale University Press, 2003), el ácido historiador Gore Vidal da cuenta de las grandezas y debilidades de los Padres Fundadores de los Estados Unidos, desde la Declaración de Independencia hasta los primeros años de la República. Durante ese tiempo las mentes y plumas de Jefferson, Adams, Washington, Hamilton y Franklin, entre otros, dedicaron todo su esfuerzo a concebir un gobierno justo para las 13 colonias recién liberadas de Inglaterra, y sobre todo, que permitiera a sus ciudadanos la búsqueda de la felicidad, un concepto que Jefferson incluyó en la Constitución, junto a los ideales de preservación de la vida y la libertad.

Controlar el poder del gobierno fue desde el principio una prioridad. Es por ello que en la Declaración de Independencia se establece que “para proteger sus derechos, los gobiernos son instituidos entre los hombres, derivando sus poderes del consentimiento de los gobernados...cuando cualquier Forma de Gobierno se convierta en algo destructivo para estos fines, es el derecho de la Gente alterarlo o abolirlo”. Una sensata previsión de quienes combatían contra la monarquía y el parlamento inglés. Nadie hace una revolución para ser nuevamente sometido: aquello que la gente ha hecho, la misma gente lo puede deshacer.

El gobierno de la gente, para la gente. Pero ¿cuál gente? Aquí el debate es fascinante, pues tocaba equilibrar las aspiraciones de la clase pudiente y aristócrata con las del hombre común y corriente (dejando por fuera a los esclavos, asunto que se convertiría en el detonante de la guerra federal) La solución fue crear un gobierno con tres ramas. En primer lugar un Congreso conformado por Representantes, electos por los campesinos dueños de tierras, y por Senadores, electos por las legislaturas de los Estados, es decir, por los más adinerados y poderosos. El trío lo completaba una Corte Suprema de Justicia y un Presidente con amplios poderes, incluido el veto al Congreso. Al firmar la primera Constitución los Padres Fundadores cruzaron los dedos, esperando lo mejor. Benjamín Franklin dijo: “aquí es la República...si logramos mantenerla”

Según Gore Vidal, la profecía de Franklin se ha cumplido: Estados Unidos sufre los embates de la corrupción popular y es víctima de un gobierno que extiende sus poderes a todas los ámbitos de la vida pública gracias a leyes como el Acta Patriótica contra el terrorismo. Defensor de las libertades civiles, Vidal ha indagado en otros libros, como Guerra Perpetua para una Paz Perpetua, en la expansión y el envilecimiento del gobierno a costa de los gobernados.

Admirador de Alexander Hamilton, un hijo bastardo nacido en la isla antillana de Nevis quien terminó encargado de las finanzas de la naciente nación, Vidal suscribe sus palabras cuando éste escribe en 1788: “¿Y que es el gobierno, sino una reflexión sobre la naturaleza humana? Si los hombres fueran ángeles, ningún gobierno haría falta. Si los ángeles gobernaran a los hombres, ningún control interno o externo haría falta... al enmarcar un gobierno que debe ser administrado por hombres, sobre hombres, la gran dificultad es esta: primero se debe permitir al gobierno controlar a los gobernados, y después obligarlo a controlarse a si mismo. La dependencia en la gente es sin duda el primer control sobre el gobierno”

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