Una
de las escenas más exitosas del cine cómico es aquella en donde un
vendedor envuelve a un pobre cristiano con su labia y logra que le
compre lo que sea. Una muestra de cuan fascinante nos resulta ese
sketch es que aún hoy en la TV hay espacios destinados a vender
durante horas un nuevo aparato para hacer ejercicios, un sostén
que nos dará dos tallas más de busto o un nuevo juego de cuchillos
que nunca perderá el filo. La estrella del programa es siempre uno
de estos vendedores, que es capaz de embobarnos y hacer temblar
nuestra tarjeta de crédito una y otra vez.
Así está el elector
venezolano. Después de encontrarle defectos graves a un carro
recién comprado el 15 de agosto, quién nos los vendió se molesta
porque recurrimos a hacer efectiva la garantía. Como si no fuera
con él, presiona y habla rapidito para que no le devolvamos el
carro, ni lo denunciemos a la policía. Es más, su atrevimiento
llega a extremar la insistencia en que nos compremos otro carro
más de la misma marca, con las mismas condiciones de pago y de
uso, para pasear los fines de semana. Como compradores hemos sido
tan amables, tan gentiles, tan perfectamente inocentes, que nos
convertimos en objeto de deseo para este vendedor que no soporta
la idea de no hacernos caer una vez más. De la misma manera, el
sistema político en su conjunto vende hoy las elecciones
regionales a millones de votantes de oposición como algo
inevitable, inescapable y deseable. No soportan no tenernos en su
mano.
Si para los políticos
profesionales lanzar sus candidaturas en el universo del Registro
Electoral venezolano es riesgoso, porque no sé que van a buscar en
alcaldías donde en las últimas elecciones votaron más personas que
habitantes, para los venezolanos de a pie lo es más. Vamos a
comprar por segunda vez en un año un modelo de carro que ya nos
salió con frenos defectuosos y un volante que vira cada vez más al
autoritarismo, sin tener posibilidad de recurrir a la garantía.
Para colmo , el ciudadano
que pensaba que la actitud del vendedor inescrupuloso iba a ser
sancionada por los otros vendedores, se encontró con que los
demás quieren seguir vendiéndonos también el mismo modelo,
tratándonos de convencer que no llegarán más carros hasta dentro
de dos años, que es éste o nada, que no vamos a poder movernos si
no compramos éste, que es nuestra última oportunidad, que tiene
ya una lista de compradores, que si no nos decidimos nos vamos a
quedar sin nada y otros trucos más, conocidísimos de su oficio.
Por lo visto, están más pendientes de sus comisiones que de
nosotros. A lo máximo que llegan es a prestarnos unos abogados que
están en la etapa de probar si se puede recurrir a la garantía de
la primera compra y el camino se nos hace cada vez más pedregoso,
porque hasta los fiadores que nos buscaron ellos mismos para
vendernos más rápido el carro, se dieron la media vuelta y se
fueron tras decir que nada probaba que el carro estuviera malo.
Ustedes me dirán. ¿Y es
tan necesario andar en carro? ¿No se puede andar a pie, en
autobús, en metro? Dejar de pasar por la calle donde están las
ventas de carros. O dedicarse a aprender a montar en bicicleta
(ojo que todas estas son soluciones pacíficas y no pasan porque el
comprador monte en cólera y actúe en consecuencia cuando se de
cuenta que lo están tratando como un estúpido al que poder ordeñar
periódicamente)
No, en Venezuela, no. Todo
el mundo confunde la comodidad, el bienestar y la prosperidad del
ciudadano de a pie, con la lealtad a la patria, la defensa del
sistema democrático, el bien común, la libertad de Venezuela,
etc., etc.
Todavía
no oigo al primer político preocupado en verdad por el voto
limpio. No se han planteado ni una manifestacioncita, un saboteo
en orden al CNE, nada. Todos están haciendo cálculos para ver si
pueden lanzar su candidatura sin paracaídas.
Por eso tengo la impresión
increíble de que todos los políticos venezolanos, de un lado y del
otro nos engañan. Increíble, porque todos tienen cara de buena
gente, de preocupados por su pueblo, se abrazan con los niños y
las viejitas, o se las encuentran de madrugada, como el Presidente
Chávez, que vive en eso. Algunos lo hacen con las mejores
intenciones, de esas que pavimentan el camino del infierno.
Los chavistas, del
Presidente para abajo, no defienden siquiera a un partido, es
decir el ejercicio de políticas públicas referidas a una ideología
con el fin de conducir un país. Defienden algo que está más arriba
en la escala de las soluciones nacionales, una revolución. Los más
radicales, una iglesia. Acabo de oír a un jovencito chavista en TV
diciendo que a Chávez lo puso donde está Dios, no el pueblo.
Esos criterios los
justifican para atropellarme si no estoy de acuerdo con ellos en
género, número y caso. Para sacarme de mi trabajo si estuviera en
la administración pública, para presionar a mis jefes para que me
boten si estoy en la empresa privada, para decidir que mi
bienestar es ser cada día tan pobre como el resto de la
población, ya que mis aspiraciones de tener una hermosa casa,
suficiente dinero y excelentes universidades para que estudien mis
hijos son consideradas complacientes con el imperio y
contrarrevolucionarias, a menos que se las deba a la bondad del
comandante por los servicios prestados al proceso.
Los de oposición, se la
han pasado ocultándome
cosas. Como por ejemplo sus divisiones internas, la incapacidad
evidente de sus representantes en el CNE, Ezequiel Zamora y
Sobella Mejías, que fueron incapaces de darse cuenta del
incremento
inusitado de la población electoral en las poblaciones donde se
iba a votar manualmente. Por lo menos si no iban a hacer nada,
podían haber avisado a los demás a ver si a otro se le ocurría
algo. Creo que las representantes femeninas en el CNE podían haber
dedicado más tiempo al espionaje industrial que a la peluquería.
Hubo un pescueceo
constante de algunos de sus líderes de papel frente a las cámaras,
que debilitó mucho su credibilidad y que fueron incapaces de
evitar. No han explicado la desaparición de sus líderes
fundamentales en momentos clave ni la aparición de otros,
destinados al sacrificio de la transición como Pompeyo Márquez. La
relación de la alianza opositora con cadáveres políticos como
Pedro Carmona, Carlos Ortega, Carlos Fernández nunca se explicó
bien y cualquiera que preguntase mucho era mirado con sospecha o
tildado de chavista infiltrado.
Y ahora se exhibe
impúdicamente la nueva raza, de aquellos que a toda costa quieren
ir a las regionales en las condiciones que sea, tipo Francisco
Arias
Cárdenas o Claudio Fermín, que en su última entrevista en el
Nacional, dice que no se puede exigir cosas imposibles al CNE,
como cambiar su directiva y que la votación sea manual. No, lo
único posible en estas circunstancias y que no dudo que sea lo
serio para él ahora, es negociar un cargo haciendo de «muchacho
bueno» porque para él es más importante la supervivencia de su
especie que imponderables como la terquedad del venezolano medio
en tener un sistema democrático que funcione como es. Por eso su
posición como líder de la oposición con la que quiere contar el
chavismo es repetida y alabada varias veces al día por el Canal
8, como ejemplo patente que sí existen escuálidos decentes que
opinan al igual que el gobierno, que no hubo fraude y que no hay
siquiera que averiguarlo.
A propósito, en ese
mosaico de la Coordinadora me hace gracia Copei, cuyo candidato a
la alcaldía de Baruta, Pedro Pablo Fernández, dijo que se lanzaba
para que no hubiera un vacío en la zona y no dejarle el camino
abierto a Simón Pestana, el candidato revolucionario. Y ha
guardado un prudente silencio desde que apareció de nuevo en
escena Henrique Capriles Radonski, el alcalde que ha vuelto de los
sótanos de la Disip.
En
fin, hemos descubierto que los expertos en hacer escenarios de la
Coordinadora nunca previeron un fraude, que Súmate se dejó meter
el dedo, que los negociadores trataron a la contraparte como
caballeros y no como lo que son. Y que según la mayoría de la
dirigencia opositora, hay que ser realistas e ir a las regionales,
hay que ser demócrata y convalidar el sistema, hay que darles otro
cheque en blanco porque son «buena gente" y "actúan por nuestro
bien". A todos ellos, nuestros políticos, les damos las gracias
por dejarnos existir y tenerlos a ellos de conductores. Parecieran
merecerse unos a otros, chavistas y opositores.
Pero ya no quiero quedarme
en ese autobús, para seguir con las metáforas de la industria
automovilística. ¡Yo me quiero bajar!