Una
declaración atribuida al alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg de que apoya
el cambio en la legislación para legalizar las uniones civiles entre personas
del mismo sexo, le ha dado un nuevo impulso al debate nacional sobre matrimonios
entre homosexuales y lesbianas.
¿Podrán los homosexuales tener mucho poder
político en EE.UU.? ¿Existe realmente un “poder gay? Hay quienes creen que
incluso ha llegado a los umbrales de la Casa Blanca.
Ese es el nuevo fantasma que está rondando
a la sociedad más poderosa y pluricultural del mundo, pero también la más
paranoica, y como se está demostrando en el problema de Irak, proclive al
sadismo.
Y, una vez más, la principal expresión de
una actitud paranoica está en el propio presidente Bush, que quiere hacer una
reforma constitucional para prohibir el matrimonio entre personas del mismo
sexo. Además, sabe que el fantasma del poder gay prácticamente deambula por los
pasillos vecinos a la Oficina Oval, encarnado en la hija del vicepresidente
Cheney, que es una declarada lesbiana.
Mary Cheney, que también es activista del
movimiento gay, está recibiendo miles de e-mails, en un clamoroso pedido para
intervenir contra la enmienda constitucional que declare ilegal el matrimonio
entre personas del mismo sexo.
“El matrimonio entre un hombre y una mujer
es la institución secular de la civilización y no podemos permitir que dicha
institución, principio esencial de la familia, sea cuestionada”, dijo Bush, en
una intervención electoralista destinada a captar la simpatía de vastos sectores
religiosos que no miran con buenos ojos ese y otros avances del movimiento gay.
Algunos grupos religiosos, de las variadas
sectas protestantes, que suelen ser tan fundamentalistas como ciertos sectores
islámicos, están alarmados por la fortaleza que demuestra el movimiento gay, es
decir, la creciente comunidad de homosexuales y lesbianas en diversos estratos,
militares y civiles, de la muchedumbre solitaria en la sociedad norteamericana.
Ciertos predicadores, virtualmente
integristas, como el influyente frenético pastor Pat Robertson, temen que el
movimiento gay tome eventualmente el poder político de la nación.
El tema se ha desatado como un asunto de
debate político y por lo tanto electoral.
Es muy difícil que la Constitución, que ha
sido objeto de solo 14 enmiendas en 200 años, pueda ser reformada para reafirmar
que solo es válido el matrimonio entre un hombre y una mujer, argumento que
requerirá dos tercios de la votación del Congreso Federal y la aprobación de las
Asambleas Legislativas en 50 estados. De hecho, en algunos, como Massachussets,
el matrimonio entre parejas gay es legal, en otros, como California, se practica
de facto, como la reciente oleada de matrimonios entre personas del mismo sexo
en San Francisco.
El principal y más reciente motivo de
alarma ha sido la proliferación de matrimonios entre parejas donde los
contrayentes son del mismo sexo.
Es una gravitación de la dinámica de
constante evolución de la sociedad norteamericana, ampliamente multicultural y
anárquicamente polifacética además, el “estilo de vida” y la privacidad son
derechos virtualmente sagrados del individualismo norteamericano.
Por lo que es difícil pensar en que Bush
tendrá éxito en su intento de reformar la constitución laica y masónica por un
precepto básicamente religioso.
La presencia del poder gay, llega hasta los
umbrales de la Casa Blanca, hasta la figura del propio vicepresidente Dick
Cheney, cuya hija es admitidamente lesbiana y activista en los derechos de las
mujeres gay.
No es solo eso. Existe en el partido
republicano, que gobierna, una especie de club nada secreto, “the log cabin
republicans”, que son unos 10 mil militantes, los denominados “gay
conservatives”
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