Estamos en presencia de un
gobernante que no piensa sino en sí mismo y ello le impide
ver la realidad tal cual es. El vive su fantasía de
creerse todopoderoso, y no lo es. El se cree mayoría y
dueño de un país, y no admite la resistencia que sus
conductas tienen, resistencia que cada día crece más y mas
pues no se remite sólo a la oposición sino que se ha
conformado, con tendencia a aumentar, una disidencia que
lo ahoga cuando lo que reclama es cumplimiento de la
Constitución, ser fiel al legado de Bolívar de gobernar
democráticamente, alternativamente.
Un individuo que no habla sino
de guerra, de confrontación, de revoluciones imaginarias
desfasado por completo de la realidad venezolana. Ya
utilizó este lenguaje agresivo durante la campaña del 23N:
amenazó con tanques y cañones, habló de violencia, habló
de guerra si perdía Zulia, Táchira, zonas fronterizas, o
Miranda y la zona metropolitana. Pues las perdió. Y la
actitud de los nuevos gobernantes es de inclusión, es de
convivencia pacífica, es de respeto a los perdedores, como
debe ser, frente a las formas de intemperancia, de
intolerancia, de un gobernante que perdió por completo sus
cabales y en su obsesión de poder ordena a ministros y
funcionarios públicos y consejos comunales, no dormir,
como él, y dedicarse a garantizarle su continuidad en el
poder.
Los problemas del país, de
Venezuela, le importan un bledo. Los efectos que la crisis
mundial pueda tener para este país los minimiza y en su
jactancia llega a pronunciar barbaridades como esa de
“pónganme el barril en cero” que no pasará nada. No faltan
colaboradores que se sientan aterrados, incapacitados de
pronunciar una palabra que difiera del criterio de quién
se considera un César de pacotilla. Y el país se coloca a
la deriva, sin gobierno, sin planes reales y no las
fantasías que se esfuman o derrumban ante el curso de los
acontecimientos.
Pensamos que la inmensa
mayoría de los venezolanos podrá constatar, sin mayor
esfuerzo, los dos estilos de gobernar. Y lo que anhelan
los ciudadanos: que se le resuelvan sus problemas
fundamentales, que haya paz, convivencia, sosiego, que se
ponga fin a una forma de vida azarosa, estresada, por los
disparates que todos los días, absolutamente todos los
días, profiere el fuhrer.
Este individuo parece que no
le importa el país, y mucho menos el pueblo. No quiere a
Venezuela. Una sociedad para coexistir en su pluralidad,
su diversidad de intereses, necesita reglas de juego
claras. Y aceptar que existen diversas tendencias
políticas, variedad de organizaciones políticas. Que una
regla de oro de toda democracia, de todo país civilizado,
es vivir en libertad, con equidad y justicia social y
dirimir en elecciones libres, sin esas interferencias y
abusos de poder a que apela el autócrata, y que exista la
posibilidad de la alternabilidad en el poder. Por eso
diremos NO a las pretensiones continuistas. Y le haremos
resonar en sus oídos el grito de que NO es NO.