Chávez
apoyándose en una equivocada lectura de los resultados
electorales del 3 de diciembre resolvió en forma
autocrática acelerar el paso de su “revolución”. Es tal
este improvisado aceleramiento que ha dejado pasmada a la
legión de incondicionales que lo rodea. Como el mismo lo
ha confesado “no tiene claro” los alcances de determinadas
medidas. Varios de sus aliados, el PPT y PODEMOS tomaron
lo referente a la creación del partido único de la
revolución como una forma de expresar su desconcierto. Han
dicho, por ejemplo, socialismo sí, comunismo no. Han
solicitado la convocatoria a un Congreso Constituyente del
Partido y, al mismo tiempo, para cubrirse las espaldas no
han dejado dudas acerca del “respaldo” a las medidas de
nacionalizaciones y de estructuración territorial.
Chávez ha puesto en peligro al
funcionamiento de la sociedad venezolana. Es una
involución histórica.
La oposición democrática es
una fuerza que tiene que hacerse presente, que debe hacer
valer sus derechos, que debe impedir ser aplastada por una
acción autocrática militarista como la que encarna un
individuo carente de originalidad. Cuando termina gritando
patria, socialismo o muerte, no hace sino repetir como un
loro lo que viene diciendo Fidel desde hace años Es
incapaz de crear algo nuevo, del siglo XXI, y no la
cantinela ya gastada del siglo XX.
Hoy a diferencia de la
situación creada después del Referendo Revocatorio se hace
el intento porque no se diluyan los cuatro y tantos
millones de votos reconocidos por el CNE. Votación
obtenida en breve plazo de campaña y a pesar del obsceno
ventajismo del candidato oficial que utilizó todos los
recursos del Estado a su favor. Además, aparece un
liderazgo que nadie se lo concedió, que fue conquistado al
fragor del combate, con coraje, con firmeza. Me refiero al
liderazgo de Manuel Rosales. Pero además, la compañía de
Teodoro Petkoff y de Julio Borges, junto con Gerardo Blyde,
Leopoldo López, Omar Barboza, entre otros.
Esto da pié para mayor en dos
planos, plenamente complementarios y concurrentes. Por un
lado, recomponer la unidad de la oposición. Una unidad
amplia, nacional, sobre la base de una plataforma que
recoja los mejores sentimientos y anhelos de una parte
importante del país. Por el otro, la recomposición de los
partidos. Uno y otro aspecto se unen en una misma
dirección enfrentar democráticamente. A esta autocracia
militarista.
Izquierda Democrática, partido
al que vengo perteneciendo al comprender las dos
exigencias señaladas anteriormente, resuelve disolverse e
integrarse de una manera decidida en todo el país al
partido Nuevo Tiempo. Fortalecer esta instancia que
pregona una democracia de avanzada con contenido social es
una tarea del momento. Es, en mi opinión, justa tal
decisión, la acompaño plenamente, aun cuando, en mi caso,
cuando estoy cercano a cumplir 85 años, estimo que mi
“cuota” de partidos ya la he cubierto. Me incorporo al
frente unitario, creo que allí puedo emitir mis opiniones
sin que ello implique ninguna militancia partidista.
Termino afirmando que esta
recomposición de la oposición y de los partidos debe ser
cuanto antes y presentarle al país opciones, propuestas
que salgan al encuentro de este conjunto de medidas que no
vacilamos en concluir que constituirá un desastre para el
país y para los sectores más deprimidos de la sociedad.