Los
hechos de violencia ocurridos la semana pasada en el
Instituto Pedagógico, en los que fueron agredidos de palabra
Pompeyo Márquez y el dirigente estudiantil Yon Goicoechea
–este último también de hecho– son de una gravedad de la que
mucha gente no se ha percatado. No se trata, en efecto, de
un simple caso de intolerancia –que lo es, por supuesto–,
sino también de un síntoma inequívoco del estado de
postración moral e ideológica al que nuestro país ha sido
conducido por el señor Hugo Chávez y por el chavismo. La
prédica del odio de ese señor, practicada desde la más alta
cumbre política, ha ido demoliendo los valores éticos que
habían imperado tradicionalmente en la política venezolana.
Hace ocho o diez años nadie, ni los más enconados enemigos
de Pompeyo Márquez, se hubiese atrevido a insultarlo, a
llamarlo fascista, agente de la CIA y traidor. Porque aun
estando en desacuerdo con sus ideas y con su conducta
ciudadana, entonces todo el mundo reconocía en él –porque lo
es– un paradigma de dignidad, de valentía, de honestidad, y
se celebraba su larga y heroica lucha contra la dictadura de
Pérez Jiménez, desde una clandestinidad absoluta y harto
riesgosa.
Y agrava el lamentable hecho –si es que ello es posible– el
comportamiento miserable de la señora Cilia Flores, la que
funge de presidenta de la Asamblea Nacional (¡Oh manes de
Ripley!), cuando apoyó y celebró públicamente aquellos actos
de violencia salvaje, en una franca actitud de apología del
delito.
Contaba el propio Pompeyo que en medio del tumulto vio una
pancarta en que se preguntaba “¿Dónde está Santos Yorme?”,
aludiendo al pseudónimo que él usó en la lucha contra la
dictadura, a la cual él mismo dio una respuesta que no podía
ser más contundente. Dijo, palabra más, palabra menos, lo
siguiente: “Santos Yorme pasó diez años, entre 1948 y 1958,
luchando clandestinamente contra una brutal dictadura
militar. Hoy, el mismo Santos Yorme está empeñado en la
lucha contra el régimen militar, totalitario y autocrático
de Hugo Chávez”.
Es evidente, pues, que a la catastrófica crisis política,
económica y social que el gobierno chavista ha ido
agravando, se añade la no menos grave crisis moral, tanto
más dañina cuanto que superarla nos va a costar muchos años.
No es que la crisis política, económica y social sea fácil
de superar, pero con políticas acertadas y recursos
económicos suficientes será posible en no muy largo plazo.
Pero la crisis moral, la vuelta a los valores éticos
cultivados durante muchas décadas, y ahora envilecidos, sólo
podrá eliminarse a través de varias generaciones, y por
tanto a lo largo de muchos años.
No deja de ser alarmante también que los hechos comentados
hayan ocurrido en el Instituto Pedagógico, un centro
especialmente destinado a la formación de futuros
educadores. Si aquellos energúmenos –afortunadamente pocos–
que todo el mundo vio a través de la televisión, van a ser
los educadores de mañana, ¿qué nos espera en la futura
educación del país, ya de por sí bastante deteriorada?