Cada día nos asombra más el
comportamiento mental del teniente coronel Hugo Chávez
Frías. Como para pensar que sus compañeros de la Escuela
Militar tenían razón al haberlo bautizado con
el remoquete de “loco Chávez”. Ante sus declaraciones
luego de reunirse con el Rey Juan Carlos de Borbón
provoca reclamarle airado como Condorito ante un abuso
del ché Pepe Cortisona : ¡exijo una explicación!
Ahora resulta que el Rey es maravilloso.
Panadería burda. Amigo del alma. Son el uno para el otro
– uña y sucio, como diría un chamo. Así hasta hace unos
pocos días fuera el irrespeto mismo, un prepotente, un
desconsiderado con el que no quería cambiar palabra.
¿Quién coños lo eligió Rey de España? Es más: si no lo
hubiera asaltado un súbito ataque de sordera cuando lo
mandara a callar en Santiago de Chile le cantaba allí
mismo las cuarenta.
Se repite la cantinela de Uribe, con cuyo
nombre y prestigio barrió todas las letrinas de
Miraflores. El mafioso, narcotraficante y traidor, peón
y lacayo de Bush se convirtió de la noche a la mañana en
su propio puruña.
Que su psiquiatra Edmundo Chirinos nos
explique el síndrome que describe estos súbitos y
cataclísmicos cambios de opinión, estos vuelcos
siderales del odio más feroz al amor más desconcertante.
Brinca el presidente de Venezuela de la ofensa a la
alabanza y de la plegaria a la maldición. Travestismo
psiquiátrico puro. En mis tiempos se decía de un ser de
características similares, tan insólitas y asombrosas,
que era un “lunático”. Ojo con ellos.
¿Qué hacer ante un desequilibrado emocional
de tamaña magnitud?
Creerlo un loco – y provoca – sería el más
garrafal de los errores. La inconstancia de los afectos
de Chávez es prueba de un camaleonismo político de alto
vuelo. Una asombrosa capacidad casi alquímica de
acomodarse a las circunstancia: defecar sobre lo que
adorara y adorar las deposiciones ajenas. La
inescrupulosidad afectiva más arrecha. Si tales cambios
mercuriales se le acomodan a su principio rector, único
y supremo valor que respeta: mantenerse aferrado al
Poder, no trepida en besarle los pies a George W. Bush.
Atornillarse en el sillón de Miraflores hasta que se le
pegue el terciopelo a los callos de sus posaderas: ese
es su más profundo deseo. Todo lo demás es paja.
Es claro: será un lambucio equinoccial ante
quienes pueden empujarlo al abismo, ventearle en las
narices los documentos de Raúl Reyes y llevarlo a la
Corte penal internacional de La Haya por violar los
derechos humanos, aliarse y proteger a las
narcoguerrillas, ser un déspota criminal y un ladrón de
siete suelas. Pero no se lo imaginen besando a Enrique
Mendoza, abrazando a su compadre Baduel o sobándole el
lomo a Leopoldo López. A aquellos que pueden competirle
la presidencia de la república, ácido muriático. Todo lo
demás le importa un bledo. RCTV, que se pudra.
A los escuálidos les sale cárcel y cianuro.
Con ellos no hay máscaras ni travestismo psiquiátrico.
La jaladora es con los poderosos de afuera. ¡Qué ser más
repugnante!