¿Quién es más descastado: el que pretende utilizar
para sus fines dictatoriales los triunfos deportivos
de nuestros muchachos o quien se burla del ridículo
que han ido a hacer a Beijing? La única respuesta
posible es la que debe estar incubándose en la cabeza
del filósofo de Rubio: ni lo uno ni lo otro, sino todo
lo contrario.
Habituado a confundir la cantidad con la
calidad, pues necio como todos los autócratas confunde
valor y precio, el déspota de Sabaneta exhibió
orgulloso la cantidad de deportistas nacionales que
irían a competir en Beijing. Más de una centena. La
delegación más numerosa del Caribe y una de las más
numerosas del tercer mundo. Tremenda gracia. “Para eso
tenemos billete, mucho billete” – debe haberle dicho a
Rodríguez Chacín, a Izarrita y a Jorgito Rodríguez.
Y como sabía que no podría destacar por la
calidad de nuestros deportistas, abandonado como está
el deporte, abandonado como están los muchachos,
abandonada como está la infancia, decidió poner un
saco de real sobre la mesa del despacho de la ministra
de deportes, que de deportes sabe tanto como de
mandarín. Y salir, bocón como de costumbre, a exhibir
la centena de deportistas venezolanos que tuvieron su
minuto de gloria cuando entraron al nido pekinés.
Triste. Muy triste desempeño. Otro, muy
otros serían los resultados si hubiera cumplido su
promesa de terminar en un año con los niños de la
calle. Y mejores serían los resultados si fiel a su
promesa hubiera renunciado al año ante el fracaso
estrepitoso de su acción. Nunca tuvo Venezuela más
niños de la calle que ahora, más miseria y más
abandono. Y él como quien oye llover.
Un gobierno decente, un gobierno responsable, un
gobierno dedicado en primer lugar a la infancia, en
segundo lugar a la infancia y en tercer lugar a la
infancia posiblemente no hubiera mandado cien
muchachos a hacer el ridículo, sino diez o veinte
atletas preparados con esmero, cuidados como joyas
nacionales, orgullosos de su patria y su gentilicio.
Sobre todo conscientes de nuestra modestia pero
imbuidos del empeño por hacer de Venezuela una patria
respetada por su grandeza, no por sus billetes.
Ya uno de los entrenadores se queja de que en un país
con tanta criminalidad, tanto conflicto y tanta
desmesura no se puede entrenar. Decidió no volver a
Venezuela. ¿Renunciará la ministra del deporte ante el
ridículo olímpico de Beijing? ¿Sacará el megalómano
las debidas consecuencias y se amarrará la lengua
antes de soltar sus parrafadas de locura?
Es hora de mirarnos en el espejo de Beijing. Una vez
más, un atleta norteamericano que no debe haber
escuchado el nombre del Ché Guevara ni en películas
rompe todos los récords y demuestra dónde se encuentra
el poder real de este enloquecido planeta. ¡Qué
vergüenza para quien se ha propuesto destronar a los
Estados Unidos del sitial en que se encuentran? ¿Habrá
quien termine poniéndole la camisa de fuerza?