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El Coronel cagalitroso                  
por Pedro Lastra  
domingo, 10 agosto 2008


            Hace poco más de un siglo, pero parece que fue ayer. Un personaje tan fabulador, megalomaníaco y ditirámbico como el que te conté, el tachirense Cipriano Castro – tan amigo de frases rimbombantes y amenazas inútiles como éste, su más directo sucesor – sintió un pequeño temblor y ni corto ni perezoso brincó desde el balcón de su despacho en la Casa Amarilla y fue a dar de bruces sobre la acera de la Plaza Bolívar. Además de la vergüenza por lo culillúo, él por demás un andino bragado, con cara de simio y ojos melancólicos a quien llamaban El Cabito, terminó con un tobillo luxado. Y la fama de temerle a los temblores como al propio demonio. Quien lo hubiera creído en quien se apoderó de la república con algunas docenas de sus hombres.

 

            Cien años después y gracias a un invento que Castro jamás imaginó pudiera llegar a convertirse en realidad, los venezolanos nos hemos enterado con lujo de detalles que el actual presidente de la república ha sufrido una feroz mala jugada de su aparato gastrointestinal. Uno, lector del enjundioso Manual de Carreño, sabe que es de pésimo gusto mencionar esas trastadas anales en sociedad, ni se asoman efluvios o aromas meteorizados para espantar olfatos. Nuestro gran Andrés Bello se hubiera muerto de la impresión antes de permitir que el máximo magistrado de su bienamada república podía referirse con una descripción escatológica digna del Marqués de Sade a las explosiones gástricas  que irrumpieron a través del trasero presidencial poniéndolo en aprietos de retorcijones y frunceculos.

 

            Que un presidente también va al baño y descarga sus excrementos, así sea en palacio y con todos los ruidos, pestilencias, artilugios y accesorios correspondientes, es cosa absolutamente perogrullesca. ¿O es que los magistrados no tienen intestinos ni pueden sufrir de incontinencias ventriculares? Pero que ventile en su encuentro dominguero estelar con sus ciudadanos y les dispense quince minutos de sus caprichos aerofágicos, resulta extremadamente penoso. ¿Qué presidente de qué república, que no fuera la de Saló, ha disertado sobre la dimensión, densidad, coloratura y resonancias acústicas de sus excreciones rectales? ¿Quién de la tesitura de sus flatos y ventosidades?

 

            El Conde de Buffon, hombre de alta nobleza y prodigiosa educación, afirmó que “el estilo es el hombre mismo”. De creerle al Conde de Buffon, y nada nos impide que así sea, tendremos que llegar a la ominosa y degradante conclusión que los venezolanos nos hemos rebajado a niveles cloacales y que tenemos de presidente de la república a un teniente coronel cagalitroso y exuberante, incontinente y desenfado en grado superlativo. Un peorro, vaya.

 

            Pobre Venezuela. Dios te bendiga en esta mala hora.

 
 

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