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La
Oposición
por Alexis Márquez Rodríguez
miércoles, 6 octubre
2004
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Uno de los principales
errores que se han venido cometiendo entre quienes se oponen al
gobierno de Hugo Chávez es hablar de la oposición, como si
se tratase de un bloque compacto y homogéneo. Si fuera un error
meramente semántico no tendría importancia. Pero es mucho más que
eso, pues refleja una concepción equivocada, que inevitablemente
conduce a otros errores bastante más graves.
En efecto, lo que aquí llaman hoy la oposición es, en
realidad, un agregado de individuos e instituciones (partidos, ong,
sociedad civil, etc.) que han venido teniendo un objetivo común,
como es el de echar a Chávez de Miraflores, pero más allá de eso
no sólo no tienen, todos, otras afinidades, sino que mas bien son
muchos entre esos individuos e instituciones los que abrigan
aspiraciones e intereses muy diferentes, y en algunos casos hasta
contrarios. Lo cual genera resquemores y desconfianzas, que de
momento no se manifiestan abiertamente por aquello del objetivo
común. Pero este es circunstancial, pues una alianza de ese tipo
se resquebraja al no más lograr el objetivo, y aun antes, como
está ocurriendo en Venezuela, como consecuencia del reiterado
fracaso en lograr aquel propósito.
¿Qué tienen en común, dentro de lo llamado la oposición, la
señora Albis Muñoz y Pompeyo Márquez? ¿O FEDECÁMARAS y Bandera
Roja? ¿O Manuel Cova y Héctor Silva Michelena, Héctor Malavé Mata,
Isa Dobles, Manuel Caballero, Teodoro Petkof, Evangelina García
Prince, Pablo Medina o María Corina Machado? Todos son (somos)
de oposición, pero cada uno desde puntos de vista y con
propósitos diferentes, más allá del deseo o la necesidad de salir
del actual gobierno, además de algunas otras afinidades.
En varias ocasiones he calificado esa alianza opositora de
promiscua, sin ánimo peyorativo, y lo es en diversos sentidos,
especialmente por su composición social y por su heterogeneidad
ideológica, lo cual, obviamente, significa que entre sus
componentes hay diversidad de concepciones políticas y de
intereses pragmáticos. Es, además, un tipo de alianza que sólo
puede triunfar en un breve lapso, que debe contarse en horas. Si
el éxito buscado se tarda más de lo prudencial, la alianza se
resquebraja, precisamente porque los intereses de ciertos sectores
de ella, para colmo los más poderosos, entran en riesgo y hasta
comienzan a deteriorarse.
Una alianza parecida a esta fue decisiva en el derrocamiento de
Pérez Jiménez, en 1958. La huelga general, de carácter
insurreccional, iniciada en Caracas el 21 de enero al mediodía,
comandada clandestinamente por la Junta Patriótica que formaban
el PCV, AD, COPEY y URD, tuvo el apoyo activo e irrestricto de los
empresarios, y eso facilitó que la paralización de la prensa,
industrias, comercios y bancos fuese unánime. Pero si el
derrocamiento del dictador por las Fuerzas Armadas, bajo la
presión del pueblo caraqueño alzado en las calles, no se hubiese
producido en menos de cuarenta y ocho horas, es imposible saber lo
que hubiere ocurrido, pero el hecho de que en la tarde del 22
algunos comercios y algunas agencias bancarias, tímidamente
intentasen abrir sus puertas permite deducir que, si la decisión
de las Fuerzas Armadas se tarda un poco más, la huelga hubiese
fracasado.
Creer que hoy existe una oposición compacta y homogénea, error que
se expresa al hablar de la oposición, ha conducido a otros
errores, como el de suponer que en tales condiciones puede darse
una unidad política estable y no transitoria, con un líder máximo
y único, por el que se clama desgarrada pero ingenuamente, que
pueda enfrentar con éxito a Chávez. O que esa oposición promiscua
pueda producir un programa de gobierno política e ideológicamente
coherente, que se ofrezca al pueblo como alternativa, a corto,
mediano y largo plazos, a las desarticuladas y misericordiosas
acciones ³sociales² del gobierno chavista.
Esa heterogeneidad de la oposición imperó también en la
Coordinadora Democrática, y de allí una buena parte de sus
errores. Demasiado hizo la Coordinadora en tales
condiciones, y por eso hoy es injusto y oportunista despotricar de
ella, en vez de analizar y evaluar con seriedad y franqueza su
actuación. De hacerlo, estoy seguro de que el balance sería
positivo, a pesar de no haber logrado su objetivo principal.
En virtud de todo ello, en una ocasión dije en una programa de TV
que yo soy de oposición, pero no de la oposición. Y
advierto, por si acaso, que lo que aquí escribo no es consecuencia
de las derrotas sufridas a partir de abril de 2002. La gente de mi
generación tenemos edad y experiencia suficientes para prever
ciertas situaciones, sin pretender que seamos arúspices ni
oráculos políticos. El 12 de febrero de 2002, justo dos meses
antes de los sucesos de abril de ese año, escribí un ensayo
publicado el 19 del mismo mes en Venezuela Analítica,
titulado ³La crisis venezolana², donde, después de describir la
alianza heterogénea que se agrupaba en lo que ya se llamaba la
oposición, dije lo siguiente: ³Š la unificación de esa gran
masa pluriideológica y multiclasista se justifica plenamente, no
obstante que, desde el ángulo ético [e ideológico, agrego ahora],
hay en ella una evidente promiscuidad. Por eso es necesario llamar
la atención sobre los peligros que en ella se esconden. // Se
trata (Š) de una alianza coyuntural, definida por una necesidad
perentoria, como es presionar un cambio de gobierno por la vía
pacífica, democrática y legal, pero en la cual la presencia de
sectores muy poderosos, por definición reaccionarios y de derecha
extrema o moderada, determina una tendencia a hacer que, una vez
logrado el objetivo, la balanza se incline a favor de ellos. (Š).
// Lo importante es que los sectores e individualidades
democráticos, progresistas y de izquierda que concurren a esta
alianza, sepan muy bien quiénes son sus aliados. No es posible
olvidar (Š) que FEDECÁMARAS, junto con la Iglesia y las Fuerzas
Armadas, fueron tres de las cuatro patas que sostuvieron a Pérez
Jiménez durante casi diez años [La cuarta fue la Seguridad
Nacional]. Fue sólo al final de la dictadura, ya en 1957, cuando
numerosos empresarios, individualmente, y no FEDECÁMARAS como
institución, lo mismo que la Iglesia Católica, empezaron a dar
muestras de cansancio ante la dictadura, y a respaldar las
acciones de la Junta Patriótica, hasta culminar con el apoyo
masivo a la huelga general del 21 de enero en Caracas (Š)².
Perdóneseme la autocita, cosa que detesto, pero que en esta
ocasión me pareció necesaria ante posibles malas interpretaciones.
Repito que está lejos de mí considerarme arúspice u oráculo;
tampoco pretendo ser eso, tan de moda, que llaman un analista
político. Pero parte de lo que en aquel trabajo advertí sobre
FEDECÁMARAS y los empresarios metidos a políticos, se dio
puntualmente en los aciagos sucesos del 11 de abril de 2002 y días
siguientes.
La actitud de muchos empresarios después del fraude electoral del
16 de agosto, que se cambiaron de furibundos antichavistas a por
lo menos sonrientes escuchas de las ofertas económicas de Chávez,
y de sus ruegos de que colaboren con el ³proceso², corrobora una
vez más lo que dije el 12 de febrero de 2002. Y es natural que
haya sido así. Nada es más contradictorio que un empresario frente
a un político, y hay una evidente incongruencia entre la actividad
empresarial y el ejercicio de la política, y sobre todo del poder.
Por eso, cuando un empresario se mete a político y pretende
ejercer las dos funciones simultáneamente, es seguro que lo hará
en función de sus intereses económicos, que casi nunca coinciden
con los intereses del país, y mucho menos con la ética ciudadana.
Desde luego, hay sus excepciones, que, como siempre, son pocas. Yo
conozco algunas.
Lo mismo podría decirse de la proliferación de candidatos para las
próximas elecciones, dentro del seno mismo de la oposición.
Al margen de los autopostulados, que siempre aparecen para
satisfacer una tonta vanidad, verdadero ejercicio de masturbación
política, y por los que no votan ni sus más cercanos allegados,
los lanzados por sus partidos, a su cuenta y riesgo, demuestran
que también en las agrupaciones políticas los intereses
particulares y de grupo prevalecen por encima de los del país, y
que la unidad de la oposición no es sino un espejismo.
Nada de lo dicho hasta aquí es expresión de un pesimismo que jamás
he sentido ante nada ni en ninguna circunstancia. Sólo intento
llamar la atención de mis lectores, especialmente de los jóvenes,
sobre lo duro y difícil de la lucha política. Una de las
dificultades, y de las más insidiosas, es la nada fácil
conciliación de aquellos intereses personales, partidistas o
grupales, incluso cuando se plantea un propósito común. La misma
falta de unidad real y sincera la hubo durante la dictadura
perezjimenista, ante la cual todos los partidos, grupos e
individualidades que se le oponían iban por su lado, a veces hasta
con pugnas entre ellos. Fue sólo después de casi diez años de
sufrir los atropellos de la dictadura cuando las fuerzas
opositoras unificaron sus acciones en torno de la Junta
Patriótica, y lograron así el derrocamiento del dictador.
No digo que ahora va a ser igual, y que deberemos esperar muchos
años para que la lección sea aprendida. Puede que sea así, o que
no. Porque siempre he creído que en la actual coyuntura histórica
venezolana puede ocurrir cualquier cosa en cualquier momento.
Y hay factores en los que es factible confiar, que pueden cambiar
favorablemente las cosas. En la actividad política la paciencia es
una virtud inestimable y necesaria, siempre y cuando no caigamos
en la trampa del manido proverbio chino ¿no es mas bien árabe?
de que hay que sentarse a la puerta de la tienda a ver pasar el
cadáver del enemigo. Eso no sería paciencia, sino resignación. Y
en política la resignación suele ser mortal.
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