Venezuela
ha resistido hasta ahora los embates de la barbarie. Una
década de calculada destrucción institucional y ética, más
los anteriores años de desviaciones y omisiones de un
liderazgo agotado, no han sido suficientes para desaparecer
la cultura democrática de las mayorías nacionales. Demasiado
profunda fue la obra de Rómulo Betancourt como constructor
de una institucionalidad ejemplar y sólido el legado de
hombres como Rafael Caldera, Jóvito Villalba y Gustavo
Machado como para que pudiera ser arrasada en nombre de una
revolución comunistoide que la nación rechaza. A pesar de
los errores del pasado y de la perversidad del presente,
Venezuela sigue en pie y, aunque tardíamente para nuestro
gusto, reacciona con decisión para ponerle punto final a la
situación actual.
El país ha resistido hasta
ahora, pero no sabemos por cuanto tiempo más si el liderazgo
opositor continúa entretenido en lo secundario, adormecido
por la dulce tibieza de la comodidad que caracteriza a los
mediocres importantizados que solo pueden sobrevivir
escudados en el cargo público y la administración de
recursos oficiales. Es dramática la situación de inseguridad
de las personas y los bienes, pisoteada la soberanía
nacional y violada la integridad territorial. Estos
factores, unidos a la escasez de alimentos y medicinas
fundamentales, asoman las aristas de un caos total, anarquía
generalizada con peligro existencial para todos.
Visualizamos un tsunami a corto plazo, para bien o para mal.
Contra el régimen o impulsado por Chávez para cabalgarlo,
usando y abusando de la fuerza material e institucional que
ha concentrado en sus manos. No hay manera de mantener este
equilibrio inestable que terminará en tragedia. Tampoco
podemos esperar que otros resuelvan por nosotros ni hagan lo
que nos corresponde hacer.
Venezuela está a punto de ser
declarada estado terrorista por sus acuerdos con los
gobiernos y movimientos más forajidos del planeta. Ya es
paraíso del narcotráfico y asiento de estructuras del crimen
organizado al servicio de todas las causas ilícitas. Una de
ellas está vinculada al lavado de dinero sucio, incluido el
de la corrupción, que ha logrado penetrar el sistema
financiero en general y algunas instituciones bancarias en
particular, objeto de seguimiento e investigación en el
mundo globalizado de hoy. Todas las luces rojas están
encendidas en el tablero de los organismos nacionales e
internacionales que se ocupan de estos temas. Si esta
situación continúa, nunca será lo mismo para el ciudadano
común de un país que se aísla peligrosamente por las medidas
que en defensa propia toman otras naciones. Lo del
terrorismo es cierto y serio. Tanto o más grave que eso es
lo relacionado con el narcotráfico y el crimen organizado.
Ambos requieren sumas enormes de un dinero que necesita ser
lavado por instituciones y mediante actividades que se
presten para ello. Se trata de delitos pluriofensivos y
supranacionales. ¿Exagero?
oalvarez@telcel.net.ve