Como
un atardecer de verano, cuando las luces siguen vivas después que el sol se ha
ido y con lentitud entregan el día a la noche, así la conciencia puede ir
haciéndose cómplice de la maldad, apagando su voz en los fuegos fatuos de
verdades a conveniencia. Paulatinamente las palabras justifican lo inaceptable,
los argumentos defienden la aberración, y con una ceguera inútil en tanta
oscuridad, los ojos solo ven aquello que mantiene viva la ilusión. Espejismos de
la Militancia: lo que una vez fue condenable, ahora se ningunea.
Con la cabeza sumergida en las
playas de Oriente, Pedro Arturo Moreno descubrió que no hay peor torturador que
alguien torturado. Fue detenido por la DISIP en 1979, cuando promovía la
formación de sindicatos campesinos en el oriente venezolano. Durante 5 días
recibió descargas eléctricas, lo bañaron en orines y en las madrugadas lo
llevaban al mar para ahogarlo en la orilla. Luego estuvo preso por casi seis
años hasta el sobreseimiento de la causa. Su cargo: rebelión militar. Mientras
los gobiernos de Carlos Andrés Pérez y Luis Herrera Campins negaban la
existencia de presos políticos, Pedro Arturo y otros más esperaban un juicio
justo. Ni el Fiscal General Pedro Mantellini, ni después Héctor Serpa, brillaron
por su actuación en estos casos. La pasada semana, en entrevista radial, Pedro
Arturo me dijo que sus ex-compañeros de lucha habían sido los más brutales
represores en esos tiempos con el objetivo claro de desmoralizarlos y
humillarlos. Realidades como Lápidas: la violación de los Derechos Humanos no ha
sido exclusividad del actual gobierno y los tránsfugas o genuflexos son tan
antiguos como la miseria humana.
¿Justifican los abusos de ayer las
barbaridades del presente? Las revueltas de la pasada semana dejan al menos 9
muertes, 8 jóvenes desaparecidos, decenas de detenidos y denuncias de maltratos,
presiones sobre empleados públicos y el cuestionamiento internacional a la
actuación del gobierno. Es posible entender que sean los funcionarios quienes se
defiendan ante las acusaciones, que hagan malabarismos con lo evidente e
intenten fintas retóricas en búsqueda de un gol. Pero que sea la gente común, o
peor, algunos periodistas o activistas políticos los que salgan al frente para
explicar o justificar los atropellos, es una señal clara de que la conciencia se
ha atrincherado y solo es capaz de accionar en una dirección.
Hay una peligrosa perversión en el
debate de estos días. La maldad se relativiza, se ha vuelto una costumbre decir
–tú tienes las manos sucias, así que no me digas que debo lavármelas- Escalando
como una hiedra, la costumbre amortigua el delito, derriba los escrúpulos, vence
el pudor. Invocando un fin último la legalidad luce como mero trámite. Al elevar
la solidaridad como escudo, se convierte también en sombrilla para tapar el sol.
En su novela La Broma, Milan Kundera pone la siguiente reflexión en boca de su
personaje Ludvik, quien acaba de ver morir a su mejor amigo Alexej ante el
silencio de los demás: comencé a dudar del valor de nuestra solidaridad, cuyos
motivos eran la presión de las circunstancias y el instinto de supervivencia,
que nos convertía en un grupo compacto. Y comprendí que nuestro grupo negro era
capaz de perseguir a una persona...exactamente igual a aquel otro grupo de gente
en la sala de entonces.
Dirá mi lector habitual (si
es que tal lector existe) que estoy echando mano de Benedetti con mucha
frecuencia. En esta ocasión no fui yo quien buscó la pluma del uruguayo. Los
siguientes versos llegaron a mi buzón electrónico en relación a la columna de la
pasada semana:
en tus cenizas de utopía / en tu fe a pesar / de sin embargo /ahí
nomás /precisamente ahí / se oculta / resiste / permanece / la caverna profunda
/ inexpugnable / que algunos / unos pocos / dicen que es la conciencia.
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