El Ocaso de la Conciencia
por Eli Bravo
viernes, 12 marzo 2004

Como un atardecer de verano, cuando las luces siguen vivas después que el sol se ha ido y con lentitud entregan el día a la noche, así la conciencia puede ir haciéndose cómplice de la maldad, apagando su voz en los fuegos fatuos de verdades a conveniencia. Paulatinamente las palabras justifican lo inaceptable, los argumentos defienden la aberración, y con una ceguera inútil en tanta oscuridad, los ojos solo ven aquello que mantiene viva la ilusión. Espejismos de la Militancia: lo que una vez fue condenable, ahora se ningunea.

Con la cabeza sumergida en las playas de Oriente, Pedro Arturo Moreno descubrió que no hay peor torturador que alguien torturado. Fue detenido por la DISIP en 1979, cuando promovía la formación de sindicatos campesinos en el oriente venezolano. Durante 5 días recibió descargas eléctricas, lo bañaron en orines y en las madrugadas lo llevaban al mar para ahogarlo en la orilla. Luego estuvo preso por casi seis años hasta el sobreseimiento de la causa. Su cargo: rebelión militar. Mientras los gobiernos de Carlos Andrés Pérez y Luis Herrera Campins negaban la existencia de presos políticos, Pedro Arturo y otros más esperaban un juicio justo. Ni el Fiscal General Pedro Mantellini, ni después Héctor Serpa, brillaron por su actuación en estos casos. La pasada semana, en entrevista radial, Pedro Arturo me dijo que sus ex-compañeros de lucha habían sido los más brutales represores en esos tiempos con el objetivo claro de desmoralizarlos y humillarlos. Realidades como Lápidas: la violación de los Derechos Humanos no ha sido exclusividad del actual gobierno y los tránsfugas o genuflexos son tan antiguos como la miseria humana.

¿Justifican los abusos de ayer las barbaridades del presente? Las revueltas de la pasada semana dejan al menos 9 muertes, 8 jóvenes desaparecidos, decenas de detenidos y denuncias de maltratos, presiones sobre empleados públicos y el cuestionamiento internacional a la actuación del gobierno. Es posible entender que sean los funcionarios quienes se defiendan ante las acusaciones, que hagan malabarismos con lo evidente e intenten fintas retóricas en búsqueda de un gol. Pero que sea la gente común, o peor, algunos periodistas o activistas políticos los que salgan al frente para explicar o justificar los atropellos, es una señal clara de que la conciencia se ha atrincherado y solo es capaz de accionar en una dirección.

Hay una peligrosa perversión en el debate de estos días. La maldad se relativiza, se ha vuelto una costumbre decir –tú tienes las manos sucias, así que no me digas que debo lavármelas- Escalando como una hiedra, la costumbre amortigua el delito, derriba los escrúpulos, vence el pudor. Invocando un fin último la legalidad luce como mero trámite. Al elevar la solidaridad como escudo, se convierte también en sombrilla para tapar el sol. En su novela La Broma, Milan Kundera pone la siguiente reflexión en boca de su personaje Ludvik, quien acaba de ver morir a su mejor amigo Alexej ante el silencio de los demás: comencé a dudar del valor de nuestra solidaridad, cuyos motivos eran la presión de las circunstancias y el instinto de supervivencia, que nos convertía en un grupo compacto. Y comprendí que nuestro grupo negro era capaz de perseguir a una persona...exactamente igual a aquel otro grupo de gente en la sala de entonces.

Dirá mi lector habitual (si es que tal lector existe) que estoy echando mano de Benedetti con mucha frecuencia. En esta ocasión no fui yo quien buscó la pluma del uruguayo. Los siguientes versos llegaron a mi buzón electrónico en relación a la columna de la pasada semana: en tus cenizas de utopía / en tu fe a pesar / de sin embargo /ahí nomás /precisamente ahí / se oculta / resiste / permanece / la caverna profunda / inexpugnable / que algunos / unos pocos / dicen que es la conciencia.  Subir Página Imprima éste artículo