El próximo 20 de enero termina
un tiempo de contradicciones e incertidumbres aún no
despejadas. Especialmente en una Latinoamérica que continúa
sin darle un rumbo cierto a su historia contemporánea. El
mundo avanza decididamente. Incluso aquellas realidades que
viven en medio de conflictos terribles como Irak, Afganistán
y la Franja de Gaza, para solo mencionar algunas. Países y
regiones estabilizan sus instituciones, enfrentan
vigorosamente las crisis mundial con sus propias fuerzas y
logran entendimientos claros y abiertos, aunque no siempre
fáciles, con Estados Unidos, sobre temas de interés común:
seguridad, energía, comercio, medio ambiente, terrorismo,
narcotráfico y sobre todo respeto a los derechos humanos y
extensión de la institucionalidad democrática.
Lamentablemente América Latina se debate entre grandes
contradicciones que la dividen y paralizan. Retrocede
gracias a divisiones internas, enfrentamientos entre no
pocos gobiernos y una lucha sórdida entre eso que ahora
llaman “las dos izquierdas”, el centro y una centro-derecha
aún no cuantificada pero existente. Estos factores son
protagónicos tanto en funciones de gobierno, como desde las
oposiciones o en abierta actitud subversiva. Lo último es
particularmente válido con relación a las dos izquierdas.
Una, globalizada, sin complejos de pasado, democráticos,
amiga o aliada de Estados Unidos, de acuerdo a los intereses
de sus países, siendo el gobierno brasilero una de sus
mejores expresiones. Y la otra, reaccionaria, estatista,
comunista a la cubana, enemiga de Estados Unidos a tiempo
completo. Utiliza el “socialismo del siglo XXI” como
coartada para encubrir una línea expansionista, totalitaria
y autocrática, bajo la dirección financiera y política del
régimen que preside Hugo Chávez.
George W. Bush ya es pasado. Ha sido, en el decir de Jorge
Castañeda, “menos intervencionista y agresivo con América
Latina que cualquier otro Presidente de Estados Unidos en la
historia reciente”. También el menos popular. Esta es la
consecuencia de la agresividad de ambas izquierdas contra el
“imperio” y del silencio acomplejado del centro y de la
derecha. Más que rechazo existe una especie de resentimiento
basado en omisiones y no en acciones específicas relativas
al continente.
Barack Obama ha generado expectativas enormes, quizás
superiores a lo realmente posible. Tendrá que replantearse
los verdaderos intereses de su país para defenderlos y
luchar por ellos sin perder el rumbo que señalan los
principios y valores universales que dan vida a la gran
nación del Norte. América Latina es uno de sus retos. Será
cada día parte más importante de los intereses de Estados
Unidos. Nuestros países, sin esperar milagros, con gobiernos
ricos o pobres pero mal gobernados, tendrán en Obama y el
gobierno bipartidista que pareciera estar conformando, una
extraordinaria oportunidad para crecer económica e
institucionalmente. Los bien gobernados no tendrán
problemas. Continuarán como aliados seguros en los temas
fundamentales. Hasta para Cuba se abre un tiempo de
posibilidades infinitas. Para Venezuela sería oportunidad de
oro, pero debe ponerle punto final a la barbarie que la
gobierna.
Condoleezza Rice, en estos días finales de su ejercicio como
Secretaria de Estado dijo que “los titulares de la
actualidad rara vez se parecen al juicio de la historia”.
Personalmente no tengo dudas al respecto. La historia
reivindicará acciones y criticará omisiones de Estados
Unidos en este tiempo como en el pasado. También condenará
al populismo, la demagogia, la vulgar incultura, la
ineficacia, la corrupción de buena parte del liderazgo y
será implacable con los indiferentes que se abstienen de
combatir los males que nos quejan, independientemente de las
razones que los motivan.
oalvarez@telcel.net.ve