Hasta los
idiotas entienden que por el camino impuesto a Venezuela,
terminaremos en una guerra civil abierta de consecuencias
devastadoras. Esa guerra ya empezó. La declaró el jefe de
estado contra una nación que se debate entre el descontento
indignado y el miedo a ser víctima de los esbirros del
régimen. Actúan en un clima de total impunidad bajo la
dirección del propio Presidente. El pasado sábado tuvimos
una demostración adicional de la perversidad que los
caracteriza. Los límites impuestos a la pacífica
manifestación opositora contra la nueva ley de educación y
la ferocidad empleada en reprimirla, no nos sorprenden.
Sabíamos que si los mismos continúan haciendo más o menos lo
mismo, obtendrán siempre los mismos resultados. Se trata de
una película repetida muchas veces. Precisamente por eso,
estamos obligados a reflexionar todos juntos, serena y
profundamente, sobre la naturaleza de la lucha que debemos
impulsar. La protesta es indispensable, pero no basta.
Necesitamos desarrollar una línea capaz de provocar el
radical cambio que Venezuela necesita. Será imposible
mientras el régimen que dirige Hugo Chávez se mantenga.
Éste tiene que ser el primer objetivo del cambio, paso
previo para el renacimiento democrático y el establecimiento
de un orden público sobre la base del respeto a la Ley y al
funcionamiento ajustado a Derecho de las instituciones.
¿Podremos
nosotros ponerle punto final a la situación actual en el
menor tiempo posible? ¿Seremos capaces de sustituir al
gobierno por otro que proteja a la Nación de los peligros
internos y externos que la tienen postrada y amenazada, que
defienda los valores de las libertades civiles y económicas,
de la propiedad y la seguridad de las personas y de los
bienes? La respuesta es positiva. Sí y mil veces sí. Pero no
sucederá a menos que trabajemos las veinticuatro horas del
día para lograrlo. La dirigencia política tiene que
estimular la imaginación y determinar nuevas formas de
lucha. La política tradicional no existe. Ha sido eliminada.
Aunque nos mantenga ocupados, no será suficiente para lograr
el cambio. El menor tiempo posible mencionado es el que sea
necesario utilizar, sin apartarnos del objetivo. No
olvidemos que cuando la oposición se hace simple rutina, los
ánimos pueden decaer despertando una peligrosa resignación
pesimista en algunos que, estando en contra del régimen,
condenando a la tiranía y al tirano, que deseando el cambio,
prefieren no exponerse demasiado. Esperan que otros
resuelvan por ellos. Se acobardan frente al abuso de poder
sintiéndose incapaces de enfrentarlo y derrotarlo generando
la costumbre del disimulo. Este peligro también hay que
combatirlo.
El llamado es
a la unidad en medio de la diversidad que nos caracteriza.
Pero fundamentalmente alrededor del objetivo señalado,
condición indispensable para diseñar una estrategia
compartida por todos que conduzca al éxito. Ojala podamos
reaccionar con fuerza antes que caiga la noche.
oalvarez@telcel.net.ve