El continente atraviesa una de
las pruebas más peligrosas de las últimas décadas.
Desgraciadamente para los venezolanos, el gobierno de la
patria se ha convertido en el instrumento fundamental de la
política subversiva que se adelanta de manera abierta y
decidida. Forma parte del juego diabólico que se dirige en
un tablero que controlan otros. El socialismo del siglo XXI
no es más que el pomposo título utilizado para bautizar la
revolución comunista a la cubana que, bajo la coordinación
práctica de Hugo Chávez con el uso del dinero negro que
maneja a su antojo, la insólita indiferencia de Estados
Unidos, la complicidad de los petro-chulos conocidos, la
degeneración operativa de la OEA bajo la dirección de
Insulza y el temor paralizante de gobiernos y organizaciones
que evaden la responsabilidad de la confrontación directa,
se expande por América Latina. El caso Honduras ha puesto a
prueba a los verdaderos demócratas de esta parte del mundo.
Lamentablemente el balance no es favorable, a pesar del
enorme coraje de su pueblo y la firme actitud de sus
instituciones en defensa del orden constitucional. Las
estructuras que en el continente y el mundo debieron
haberlas respaldado de manera incondicional, cedieron ante
la audacia y el empuje de los pandilleros de la subversión.
Parece mentira, pero en ese club de presidentes en que se ha
convertido la OEA, parecieran ser mayoría quienes están
cuidando sus cabezas de la arremetida de los financiados por
el ALBA chavista o, como consecuencia de sus debilidades
constitucionales, de las fuerzas armadas responsables de
defender el orden legal. Podrán alcanzarse acuerdos buenos,
regulares o malos pero los peligros continuarán. Las crisis
se multiplicarán mientras esto no se resuelva de manera
radical y definitiva.
Del enemigo no hay que temer los vicios, sino las virtudes.
Ambos son ampliamente conocidos en el caso de Venezuela,
víctima de un golpe de estado de ejecución progresiva en
pleno desarrollo. Desaparecen principios y valores
fundamentales. Mueren el constitucionalismo y el Derecho
como instrumentos de regulación de la vida nacional. El
asesinato institucional es una política deliberada y
consciente de destrucción de la libertad. Las virtudes de
Chávez abarcan desde su audacia temeraria, ambición
desmedida de poder y reconocimiento mundial, hasta cierta
habilidad hipócrita para el manejo indebido de los medios y
del dinero, fabricantes de multiplicadores caros y baratos a
su servicio. No es un demócrata. Tiene espíritu subversivo y
está enfermo de tiranía. Pero no tiene regreso. No existe
propósito de enmienda, ni posibilidad alguna de
rectificación. Mientras el régimen venezolano se mantenga,
las escaramuzas estarán a la orden del día. El gobierno ha
abandonado todo sentimiento de decencia y respeto a la
autodeterminación de los pueblos. No habrá paz verdadera en
esta parte del mundo, mientras el cáncer venezolano, que ya
ha destruido órganos vitales de la nación, sea extirpado de
manera definitiva.
El mundo nos reclama una actitud de resistencia activa y
desobediencia efectiva. El testimonio y el ejemplo
encabezado por el Alcalde Antonio Ledezma, debería ser
fuente de inspiración. La no violencia exige mayor valor que
la violencia, pero no debe confundirse con comodidad u
oportunismo. Los políticos estamos obligados a ejercitar la
razón frente a la realidad, a batallar renunciando a los
frutos de la acción en lo personal. Pensar demasiado en el
resultado debilita el coraje en el cumplimiento del deber.
Atención al ruido de la calle. Existe una amenaza
permanente, impersonal e informe que se extiende. Es la
inconformidad general, nuevo tipo de resentimiento que
escapa a todo esquema partidista o política oficial.
oalvarez@telcel.net.ve