Con estas
palabras queremos destacar la llegada del final. No hay
mentiras eternas. Venezuela no podía continuar siendo el
reino mundial del engaño, del disimulo y de la ajuricidad,
como hasta ahora. Hubo momentos de tristeza y decepción en
quienes no hemos bajado la guardia ni un segundo. Nuestros
alertas y denuncias, por bien fundamentadas que estuviesen,
eran descalificadas por “exageradas” o “inoportunas” y hasta
ignoradas por quienes han hecho de la “imparcialidad” el
burladero de su cobardía. No me refiero a los radicales del
oficialismo de quienes no esperamos cuartel, sino a cierta
categoría de dirigentes que desde diversas trincheras tienen
como política evitar la confrontación directa. Ahora no hay
alternativa.
Está probado
el intervencionismo expansionista del régimen en pública
alianza con gobiernos forajidos y estructuras del crimen
organizado que le sirven de instrumento, no sólo a la
narcoguerrilla de la FARC, sino también a organizaciones
subversivas que, desde posiciones oficiales o de oposición,
tienen como propósito liquidar la institucionalidad
democrática del área. También está probado que Chávez es una
pieza dentro de un tablero internacional que manejan otros.
Un peón importantísimo por el poder del dinero negro y
peligroso por su desmedida ambición personal. Pero peón al
fin, en el juego de intereses que envuelve a Cuba, Rusia,
Irán, a los grupos más radicales del islamismo y los del
consorcio de petrochulos de esta parte del mundo, motivados
por distintas y hasta contradictorias razones, pero todos
buscando el calumniado dólar americano. Es un hecho
reiterado, público y comunicacional el odio irreversible
hacia Estados Unidos, la Unión Europea, Israel y,
especialmente, con relación a una Colombia firme y
prudentemente liderada por Álvaro Uribe. La descarada
agresividad en Honduras, la acusación de Suecia sobre la
entrega de armas venezolanas a las FARC, la gravísima
acusación del gobierno israelita en boca de su Canciller,
relativa a la cooperación estrecha del régimen con los
terroristas que azotan a ese país, todo con pruebas en la
mano, son realidades que convierten a Chávez en el peligro
más serio para la paz y la estabilidad entre nuestros
países.
En lo interno
el inventario registra, además de los factores señalados que
inciden directamente en el deterioro físico, institucional y
ético de la República, la pretensión gubernamental de
liquidar mediante el abuso del poder y la violencia, toda
manifestación contraria a los criminales propósitos que ya
no se pueden ocultar ni disimular. Se destruye la
Constitución. Se construye aceleradamente “el marco legal”
de una dictadura comunista que ya empezó, pero cuya
consolidación se acelera o muere. En contra de sus
pretensiones están tanto la venalidad como la mediocridad de
Chávez y sus apóstoles. Sin embargo, me consta que en su
entorno hay temores por el juicio que seguirá a esta
izquierda estéril, protagonista del más terrible fracaso de
que tenga memoria el continente americano. En estos diez
años y medio empantanaron la vida pública, desprestigiaron a
la izquierda decente, embarcaron a los más pobres y tienen a
Venezuela en pedazos. Han perdido todo respeto por la
verdad, pero a ésta le llegó su hora.
Elegir el
terrorismo, el odio y la muerte en vez del diálogo, la
reconciliación y la vida los convierte en insalvable
obstáculo para el progreso y la paz interna y externa.
Venezuela y Colombia somos una misma nación contenida en dos
repúblicas. Se trata de la Patria Grande de Bolívar, a quien
Hugo Chávez traiciona arteramente, aunque pretenda
mantenerlo secuestrado. Esta nación, pacífica y cívica, está
lista para ejercer su derecho a la legítima defensa. Nadie
podrá censurarla.
oalvarez@telcel.net.ve