El sistema
interamericano atraviesa la crisis más severa desde su
fundación. Tanto de identidad como de funcionamiento. De
identidad porque la Organización de Estados Americanos, OEA,
nació en defensa de la democracia y la libertad. En la
declaración fundacional de 1948 se dice textualmente: “La
democracia representativa es condición indispensable para la
estabilidad, la paz y el desarrollo de la región”. Como
consecuencia de los variados y contradictorios conflictos
internos de bastantes miembros y para retomar el rumbo
originario, se aprobó en Lima, 2001, la llamada Carta
Democrática como un esfuerzo para unificar al continente en
base a principios básicos. De esa manera se pretendió
actualizar el compromiso. La Carta establece que los
gobiernos de los pueblos de América tienen la obligación de
promover y defender el ejercicio de la democracia
representativa como base del estado de derecho.
La crisis de
funcionamiento marca la farsa operativa que viene
caracterizando las actuaciones de la Organización,
especialmente bajo el nefasto ejercicio de José Miguel
Insulza como Secretario General. A pesar de haber ratificado
la Carta, hay gobiernos de países miembros que reniegan
abiertamente de sus fundamentos en nombre de la supuesta o
real revolución socialista del siglo XXI. El esquema
impulsado por el castro-chavismo desdibuja el valor de la
libertad, el respeto a los derechos humanos, la
transparencia de los procesos electorales, la subordinación
del poder militar a la autoridad civil, la separación y
autonomía de las distintas ramas del poder público, el
pluralismo político, la propiedad y la economía libre.
La ausencia
de democracias auténticas y la abundancia de gobiernos
ineficientes, corrompidos y corruptores, se constituye en
obstáculo insuperable para que la OEA funcione y recupere
credibilidad. Se hunde en medio de una inestabilidad
operativa que levanta serias incertidumbres con relación al
futuro. Las farsas hipócritas, cargadas de cinismo y
maletinazos a discreción, relativas al caso Honduras,
contribuyen a la irreversibilidad del derrumbe. Se trata del
club de los presidentes o de gobiernos, en el mejor de los
casos, pero dejó de ser una organización de Estados. No se
trata de dictaduras militares tradicionales, pero se
desarrolla un militarismo populista ideologizado, formal e
informalmente organizado, que desde gobiernos u oposiciones
se prestan para subvertir el orden democrático del
continente y desarrollan, paralelamente, una gran actividad
en la OEA. Esta situación hay que sincerarla. Desaparece
aceleradamente su razón de ser y pierde vigencia la Carta
Democrática.
Ratificamos
nuestra solidaridad con el pueblo, las instituciones
democráticas y el nuevo gobierno hondureño. Rechazamos las
amenazas verbales e intervenciones abiertas o encubiertas de
Chávez y los bandidos que lo secundan con base en la pobre
Nicaragua. Las actuaciones de una OEA que perdió su razón de
ser, provocan asco e indignación. Alerta máxima.
oalvarez@telcel.net.ve