Para
quienes hemos dedicado la mayor parte de nuestras vidas a la
política resulta doloroso constatar el alto grado de
desprestigio que ha alcanzado. Políticos, partidos y
organizaciones sociales estructuradas están muy por debajo
de la media en el aprecio del ciudadano común. Son muchas
las razones. Entre otras vale señalar las intensas campañas
que en su contra lanzaron quienes pretendieron hacer del
“socialcivilismo” su política y del “independentismo” su
partido con ánimo de sustituir lo existente. No tuvieron
éxito pero contribuyeron bastante al deterioro de lo
existente. Pero esta no fue la razón fundamental. La
responsabilidad básica está en políticos que olvidaron que
su labor es un verdadero apostolado. A la política se viene
a servir y no a servirse. Al convertirla en una forma de
vida con un ingreso razonable y un estatus social elevado al
cual hay que aferrarse por encima de cualquier cosa,
invirtieron la razón de ser de nuestra actividad. Se
profundizó la brecha existente entre el llamado país
político y el país nacional, según Gaitán, o el país real de
acuerdo al decir de Octavio Paz, más apropiado para mi
gusto.
Lo cierto es que para el
ciudadano común, cuando una persona es un buen embustero,
hipócrita, elegante mentiroso o hábil maniobrero que esconde
sus verdaderas intenciones se le considera un “buen
político”, como expresión de rechazo. Esta percepción ha
resultado una verdadera tragedia para la democracia que
necesita de los partidos como los ríos del agua que corre
por sus cauces. Cuando no sucede queda despejado el camino
para aventureros audaces que en base a la demagogia, al
dinero o al poder concentrado a punta de violencia física e
institucional, toman o mantienen el control de un país
progresivamente indefenso. El peligro es mayor cuando se
trata de procesos ideologizados bajo la conducción mediocre
de ignorantes que normalmente no actúan por cuenta propia,
convirtiéndose en piezas más o menos importantes en un
tablero internacional manejado por terceros.
Esta situación tiene que
revertirse. En un reciente editorial Teodoro Petkoff
expresaba preocupación por el bajo nivel de credibilidad y
respaldo de los partidos, incluso a sólo cinco meses de las
elecciones de alcaldes y gobernadores. Los grupos opositores
no superan el 10% de respaldo y los oficialistas están en
aparatosa caída libre. Candidatos, aspirantes en general,
están mejor que los partidos o grupos de electores que los
respaldan. Aunque no sea necesariamente malo el
desplazamiento hacia personas de carne y hueso del apoyo de
la gente, es necesario reflexionar sobre el tema para
relanzar con tino y convicción la actividad partidista que
luce confusa, oportunista en grado superlativo, dejando ver
cierta falta de vergüenza en un cuoteo de pactos y arreglos
bajo la mesa en nombre de una unidad que sin ser mala al
carecer de objetivos superiores puede estallar en pedazos
dejando nuevas y mayores frustraciones.
oalvarez@telcel.net.ve