El
régimen venezolano presidido por Hugo Chávez se proyecta
ante propios y extraños como el más grande fraude de nuestra
historia republicana. El rechazo crece, el malestar se
multiplica y las manifestaciones contrarias a todas sus
políticas económicas y sociales permiten visualizar tiempos
tormentosos, de serias confrontaciones. Por supuesto,
apelará al ventajismo, a la amenaza y hasta a la violencia
física e institucional para mantenerse, como lo viene
haciendo, al margen del estado de derecho y con
prescindencia del destruido principio de legalidad.
Intentará liquidar cuanto poder público o privado se oponga
a sus pretensiones y purgará, una vez más, desde la fuerza
armada hasta los círculos y comités de variada nominación
para garantizarse la fuerza de choque necesaria que resista
la indignación nacional.
Aparte de los primitivos
esquemas ideologizados sobre las actividades productivas,
del reaccionario estatismo de un marxismo trasnochado y
superado definitivamente, solo la ineficiencia y la
corrupción desbocadas pueden explicar la magnitud de tan
escandaloso fracaso. Una década perdida y más de setecientos
mil millones de dólares desperdiciados entre las estructuras
del crimen organizado que en diversas manifestaciones
controlan la vida nacional.
No exagero. Esta semana se
conmemora un año más del 1° de mayo, día internacional de
los trabajadores. ¿Tienen los venezolanos, organizados o no,
algo digno de celebrar? El régimen se empeñó en liquidar
todo vestigio de unidad sindical. Arremetió desde el primer
día contra la Confederación de Trabajadores de Venezuela y
las más importantes federaciones de empleados y obreros. El
signo inicial fue el de la división y el soborno para
introducir elementos de contradicción en ese campo. Algo
parecido a lo intentado con relativo avance en las
organizaciones empresariales. En el campo laboral detuvo
todo proceso reivindicativo. Prácticamente acabó con la
contratación colectiva del sector público, estimuló
conflictos anarquizantes en el sector privado y con una u
otra justificación ha ido al asalto de importantes centros
de producción en ambos sectores. La comisión tripartita de
1997, gobierno-ctv-fedecámaras, consignó acuerdos
fundamentales a ser desarrollados en sustitución de la
renuncia, por ejemplo, de las prestaciones retroactivas de
los trabajadores y para el desarrollo integral de la
relativamente nueva legislación laboral. Han transcurrido
once años desde entonces, diez bajo el mandato de Chávez y
el estancamiento le ha dado paso al más espantoso retroceso
en el camino de las reivindicaciones para valorar la
dignidad del trabajo como instrumento para alcanzar el bien
común y la justicia social. No nos engañemos. El
sindicalismo autónomo e independiente, la contratación
colectiva y, en síntesis, la libertad de trabajo son
incompatibles con esta revolución comunista a la cubana,
ineficiente y corrompida, que solo siembra miseria e
incertidumbre.
oalvarez@telcel.net.ve