Duele
mucho escribir sobre temas extraordinariamente sensibles que
caminan en dirección contraria a principios y valores bien
sembrados en la cultura del ciudadano común de Venezuela.
Aquel decir, “pobre pero honrado”, era y sigue siendo una
clara manifestación de eso. Lamentablemente los bárbaros que
nos gobiernan, los más caros de la historia dicho sea de
paso, trabajan para borrar esos valores tan necesarios en
tiempos de crisis, cuando nos acercamos a confrontaciones
que pueden resultar definitivas.
Más allá del contenido de las
computadoras de (a) Raúl Reyes, de las probadas
vinculaciones de Chávez y del alto gobierno con las
estructuras del crimen organizado que bajo su protección
operan en Venezuela y le dan soporte al terrorismo, al
narcotráfico, a la subversión continental y mundial, a la
disminuida guerrilla de las FARC que se quedó hasta sin el
Marulanda idolatrado por el gobierno, más allá de todo eso,
Venezuela está convertida en uno de los paraísos terrenales
más y mejor calificados para la tarea de lavar dinero de
origen ilícito, es decir, dinero negro y sucio proveniente
de variadas actividades delictivas perfectamente enmarcadas
dentro de una globalización que también ha integrado sus
esquemas operativos.
Venezuela está en la mira del
sistema financiero internacional y de las autoridades
especializadas de los países más desarrollados del mundo.
Esto incluye a Estados Unidos, la Unión Europea y a cuantos
han suscrito acuerdos y tratados sobre la materia,
especialmente después del 11 de septiembre de 2001, cuando
la lucha contra el terrorismo adquirió dimensiones
planetarias. El gobierno de Venezuela se ha convertido en un
peligro que amenaza a la institucionalidad democrática del
continente, especialmente en la región andina, escenario
fundamental de los delirios expansionistas de Chávez.
También para el resto de Latinoamérica y el Caribe, quienes
sufren el financiamiento irregular de grupos y movimientos
que atentan contra su legitimidad institucional. Son
demasiadas las evidencias existentes.
En Venezuela se mezcla lo lícito
con lo ilícito, lo legal con lo ilegal, dinero originado en
delitos nacionales e internacionales con dinero bueno para
dar paso a actividades productivas o especulativas
legitimadas gracias a la complicidad de unas autoridades
altamente corrompidas y un sistema bancario, con sus
excepciones, de muy dudosa honorabilidad. La cabeza está en
la jefatura del Estado. Acabó con todos los controles,
liquidó las instituciones que permitían hacerle seguimiento
formal a los recursos fiscales y al gasto público ordinario
y extraordinario, abierto o encubierto y, además, tiene
fondos, sus “potes” mil millonarios dentro y fuera del país
para financiar lo que sea. ¿En donde estará José Carlos
Llorca Rodríguez, el estafador español protegido por el
gobierno? ¿De que se ocupa la sucursal del Banco
Internacional de Desarrollo, propiedad de Irán? Vienen
sorpresas.
oalvarezpaz@gmail.com