Para comprender integralmente
las realidades de Latinoamérica y Venezuela, debemos aclarar
la confusión existente entre democracia y elecciones. Éstas
son un indicativo que puede marcar el origen legal de un
gobierno. Pero más importante que eso es el ejercicio de la
autoridad, es decir la legitimidad que debe mantener al
enmarcar su conducta dentro de los principios generales del
estado democrático. Cuando los principios son contradichos
en los hechos estaremos en presencia de cualquier cosa mas
no de una verdadera democracia.
En Venezuela desapareció
totalmente el principio de la separación y equilibrio entre
las distintas ramas del poder público. Todas están bajo el
control férreo del Presidente quien, además, maneja a su
antojo las estructuras constitucionales responsables del
control de la administración. Desapareció la autonomía del
poder judicial, también al servicio de un régimen que no
respeta la ley, ni permite que se aplique imparcialmente a
unos ciudadanos indefensos, abandonados a su propia suerte
con la tentación creciente de buscar la justicia por sus
propios medios. Esto explica la enorme impunidad existente y
la politización del hampa como instrumento para incrementar
el temor en una población azotada por la delincuencia
organizada o no. Nunca antes un Presidente se llegó a
colocar tan al margen y hasta en contra de sus obligaciones
constitucionales, jamás las instituciones habían estado tan
enfrentadas a una nación que no siente al Estado como la
representación jurídica y política que debería ser. En
síntesis, no hay una verdadera democracia aunque la fachada
electorera pueda confundir a quienes cómodamente piensan que
las cosas se arreglarán por obra y gracia del Espíritu
Santo, que el régimen se desmoronará gracias exclusivamente
a la ineficacia y a la corrupción que lo devoran. Prefieren
ignorar que el régimen para evitar su caída apela, cada día
con mayor ferocidad, a la violencia física e institucional,
a la amenaza y al chantaje como toda dictadura militarizada.
Mucho más cuando ideologizadamente camina en la dirección
del socialismo comunistoide que pregona.
Hugo Chávez fue elegido
constitucionalmente en 1998 para un período de cinco años
sin reelección inmediata. Lleva una década en la cual ha
habido tres elecciones y un referéndum presidenciales, dos
referéndum constitucionales (uno a favor y otro en contra de
sus pretensiones) y varios procesos poco transparentes que
de alguna manera le han dado piso legal al poder que ejerce,
pero no la legitimidad indispensable para merecer el respeto
y acatamiento de propios y extraños. El próximo 23 de
noviembre habrá elecciones de gobernadores, alcaldes y
legisladores regionales. Buena oportunidad para ratificar el
rechazo masivo de la población, instalar autoridades
dispuestas a derrotar este socialismo de pacotilla que sirve
de soporte a la dictadura del siglo XXI y provocar el
renacimiento democrático de la República.
oalvarez@telcel.net.ve