Cuesta escribir sobre el tema.
Los diagnósticos están hechos y las predicciones que
anunciaban la tragedia, están más que cumplidos. Se acabó la
democracia. Llegamos al final de un intenso proceso de
destrucción institucional de la república, de las públicas y
también de las privadas, con la obsesiva intención de
controlarlo todo para, desde las ruinas, iniciar la
construcción del llamado “socialismo del siglo XXI” que no
es sino el más perverso y criminal proyecto personalista y
totalitario que ha conocido el país y buena parte del mundo.
Hay quienes me dicen con relación a nuestros artículos y
declaraciones circunstanciales que reflejan el sentir de la
mayoría de los venezolanos, pero que no ofrecen solución
concreta al problema. Es decir, no planteamos caminos para
reestablecer la democracia, devolverle al país el perdido
principio de la legalidad y un gobierno respetuoso del
pluralismo político e ideológico al que aspiramos. Puede que
sea cierto, pero lamentablemente no tenemos más que la
palabra para fijar posición, tratar de crear conciencia
sobre la urgente necesidad de cambiar el régimen y
multiplicar las corrientes de opinión necesarias en los
campos indispensables para que juntos logremos el objetivo.
No tenemos cañones, ni fusiles, ni tanques, ni aviones o
barcos de guerra. Tampoco somos conspiradores a lo Chávez,
es decir, expertos en el disimulo y la mentira recorriendo
cuarteles o instalaciones militares para invitar a
rebeliones que desembocarían en un golpe de estado en seco.
Le hablamos abiertamente al país, al mundo civil y al mundo
militar tan alejado de sus deberes y obligaciones
constitucionales, para que cada cual en el marco de sus
competencias y atribuciones, asuma la responsabilidad que le
corresponde.
Las últimas actuaciones del régimen obligan a entender que
las elecciones de gobernadores, alcaldes y consejos
legislativos, trascienden el hecho electoral. Serán muy
importantes si los resultados favorables sirven para dotar
al pueblo opositor de instrumentos para la liberación
nacional. De mantenerse las leyes derivadas del decreto
habilitante, gobernaciones y alcaldías no servirán para
nada. Simples cascarones vacíos que podrán servir para algo
en la medida que supliquen, se rindan a la voluntad del
dictador y abandonen sus deberes constitucionales de
mantener la autonomía de estados y municipios, la
descentralización y el ordenamiento territorial. Todo
conspira en su contra, como en contra del ciudadano común
está lo referido a las actividades productivas, la propiedad
o la seguridad de las personas y de los bienes. La
confrontación definitiva no debe evitarse. De un lado el
estado secuestrado por un régimen totalitario y comunista y
del otro, la nación como entidad sociológica, entiéndase, la
gente y la tierra. A estas alturas, colaborar con el
gobierno, resignarse a lo que pueda venir, más que cobardía
es traición. Los traidores son más peligrosos que el enemigo
mismo.
oalvarez@telcel.net.ve