El
futuro se construye en el presente. Día a día, como dicen
los entendidos, sin prisas pero sin pausas. El caso
venezolano es insólito. No hay avance. Tampoco
estancamiento. Una década de intenso retroceso asombra al
mundo. No logra entender como pudo suceder con un nivel de
ingresos que son envidia hasta de las naciones más
desarrolladas. Hugo Chávez como Presidente, cabeza del
régimen más ineficiente y corrompido de la historia tiene
una enorme responsabilidad. Sin embargo, no es la única y
quizás tampoco sea la más importante. El país lo ha
soportado durante diez años, habiendo sido elegido
constitucionalmente en 1998 para cinco sin reelección
inmediata. Trampas, tácticas sucias, uso de la violencia
física e institucional lo han ayudado a sortear los
obstáculos legales en un clima de franca ilegitimidad de
ejercicio. Pero más que todo eso la indolencia, la
comodidad, el miedo y no poca complicidad en las elites
políticas, económicas y sociales han sido factores
determinantes en la consolidación de una dictadura
personalista.
Entre estas elites, tienen particular relevancia los
factores que condicionan nuestra economía. Para nadie es un
secreto que soy abierto y convencido partidario de la
libertad económica, de la libre empresa y de la libertad de
trabajo, del mercado como instrumento insuperado e
insuperable para producir y distribuir riqueza. Como
consecuencia siempre he manifestado respeto, admiración y
respaldo a los empresarios de todos los niveles y sectores.
Hombres y mujeres de trabajo generadores de bienes y
servicios suficientes, son la clave de la prosperidad de
cualquier nación. Estas convicciones básicas no son
incompatibles con la misión que el estado tiene que cumplir.
No se excluyen la libertad económica, el mercado y el
estado, a quien corresponde la enorme responsabilidad de
dictar normas estables y sabias, de obligatorio cumplimiento
para todos especialmente para él mismo y administrar
justicia.
Desgraciadamente en la Venezuela de hoy, gobernada por
ignorantes ideologizados que en nombre de una revolución
comunista a la cubana arruinan cualquier esfuerzo
productivo, muchos empresarios se entregan con la esperanza
de salvarse en medio de esta hecatombe disparatada y sin
sentido. El capitalismo de estado que se practica
salvajemente en nombre del socialismo del siglo XXI,
fortalece la mentalidad rentista de esta categoría de
empresarios oportunistas y vagabundones, siempre listos para
reír y aplaudir al dueño del dinero y del crédito hasta
cuando se burla de ellos, de su condición y hasta de sus
ancestros en eventos sin trascendencia alguna. Solo sirven
para enseñar poder por parte del régimen y las miserias
humanas de quienes tendrían la obligación primera de
enfrentarlo y derrotarlo. El problema no es de naturaleza
electoral, ni siquiera política. Va siendo mucho más que
eso. Es un problema cultural que refleja el drama
existencial del país.
oalvarez@telcel.net.ve