La
mejor forma de conocer a cualquier persona es observándola
cuando concentra mucho poder político y fabulosas riquezas
económicas. Especialmente cuando no son propias. Mucho más
si han sido eliminados controles y principios básicos del
sistema democrático como la separación y el equilibrio entre
las distintas ramas del poder público. En caso venezolano es
un buen referente. Gobernada durante una década por alguien
sin formación intelectual ni valores éticos, pero con la
audacia suficiente para superar obstáculos y concentrar todo
el poder político y económico de la república, el retroceso
ha sido espantoso en todos los órdenes. Hoy está al
descubierto de propios y extraños. Hasta el beneficio de la
duda o de la buena fe, desparecen para darle paso al mayor y
peor de los desprecios a que pueda ser sometido un
mandatario de este tiempo.
La expresión más perversa de la
cobardía es el abuso del poder, mientras funciona con
impunidad. Pero cuando no es así se revierte dramáticamente.
Es el caso de Hugo Chávez y las computadoras de (a) Raúl
Reyes, de las labores de inteligencia de los organismos
especializados de Colombia y el mundo libre, de los
testimonios de desertores que abandonan a las FARC, de
algunos narcotraficantes, así como de infinitas mulas de ese
negocio diariamente detenidas en algún lugar pero
provenientes de Venezuela. Hoy están claros los vínculos de
Chávez con gobiernos y organizaciones forajidas, con el
terrorismo en sus variadas manifestaciones, el tráfico de
drogas, el lavado de dinero sucio, el financiamiento para
derrocar y debilitar estructuras democráticas que se oponen
a la expansión del “socialismo del siglo XXI”.
Simultáneamente, el país que tiene la obligación de proteger
y defender es asiento de las estructuras del crimen
organizado que soportan los factores señalados en un clima
de inseguridad, pobreza, ruina material y moral, inflación,
escasez, ineficacia y corrupción generalizados que lo tiene
a él como responsable fundamental.
Los recientes retrocesos de
Chávez, “recules” como les decimos entre nosotros, son el
precio del silencio que pretende comprar a Colombia y a
Estados Unidos y, en menor cuantía al resto del mundo, para
no ser enjuiciado. Ahora quiere mejorar las relaciones con
USA y colaborar con la aborrecida DEA. Uribe es su “hermano”
y “aquí no ha pasado nada”. Las FARC deben liberar a los
secuestrados y entregar las armas y, de paso, no dice ni una
palabra con relación al narcotráfico. ¡Farsante!
¡Delincuente internacional! Entiendo perfectamente la
actitud del gobierno colombiano. El problema es ahora para
nosotros. La victoria de Uribe desplaza hacia Venezuela
muchos de los factores que han condicionado negativamente a
su país. ¿Quién lo impedirá? Necesitamos libere a los
venezolanos secuestrados, destierre a las FARC, entregue a
la justicia a sus cabecillas y defienda la soberanía e
integridad de la República.
oalvarez@telcel.net.ve