La
leyenda de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
–FARC- termina de manera trágica, infeliz y penosa. Ha sido
consecuencia de la admirable continuidad de las políticas de
los dos últimos gobiernos colombianos. Andrés Pastrana y
Álvaro Uribe, con estilos distintos y enfoques diferentes,
le dieron a la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico
la continuidad indispensable que ha permitido reducir a las
FARC como nunca antes. Al primero de ellos se debe el Plan
Colombia, formidable instrumento de asistencia militar,
social y política. En medio de severas críticas, también
logró la calificación de terrorista a las FARC y que se
reconociera su estrecha relación con las estructuras del
narcotráfico y la reorganización técnica y operativa de las
Fuerzas Militares de Colombia. Se acabó el romanticismo
“revolucionario” con el que pretendían justificar sus
acciones. La imagen de nobles combatientes por causas
superiores quedó sustituida para siempre por la de asesinos,
terroristas y traficantes de drogas. Sin embargo existía la
sensación de que las FARC tenían fuerza suficiente para
mantener la guerra, ganarla en la eventualidad de que el
escenario político lo favoreciera y hasta de asaltar el
poder, con la complicidad de sectores que desde la legalidad
democrática pudieran estar a su servicio. Las FARC
desperdiciaron la oportunidad de alcanzar la paz ofrecida
generosamente por Pastrana. Ensoberbecidos y con la mirada
empañada por la política gubernamental, los compromisos
asumidos con un Hugo Chávez triunfante en el país con
mayores recursos disponibles y la tradicional tolerancia de
las débiles democracias del área, profundizaron la lucha
acelerando la fatalidad que hoy los acecha.
La política de seguridad
democrática de Álvaro Uribe corresponde con admirable
precisión a las necesidades del pueblo colombiano y a sus
deberes como Presidente. Con extraordinaria prudencia que
jamás se ha confundido con debilidad y la firmeza necesaria
para avanzar sin vacilaciones, ha derrotado progresivamente
a las FARC. Hoy no tienen ninguna posibilidad de vencer a
las fuerzas militares, ni de recibir reconocimiento popular,
ni de llegar al poder por la vía de las armas, ni ser
reconocidos en el mundo como alternativa decente para nada.
En su caída arrastran irremediablemente a un Hugo Chávez
convertido en su más calificado cómplice y operador político
internacional, única pieza que les queda junto a unos
secuestrados inocentes tratados como mercancía baratera en
la subasta de la perversidad más abyecta.
La institucionalidad democrática
de Colombia ha sido y será el muro de contención más
eficiente que tenemos frente al proyecto expansionista y los
delirios de liderazgo continental y mundial de Chávez. Es
hora de que renuncie a su proyecto y, aunque sea por el
mucho o poco tiempo que le queda, cumpla con sus
obligaciones constitucionales. Cómplice y financista de
probados terroristas y narcotraficantes. ¿Cuál será su
destino?
oalvarez@telcel.net.ve