“El diablo anda suelto en
Venezuela” escuché decir a Manuel Machado, tío de uno de los
infantes que perdieron la vida en Mamera, populoso sector de
la capital. Estaban en la línea de fuego al enfrentarse
bandas rivales. El problema es que el país está vuelto un
infierno. La vida no vale nada. Aquí se mata, se hiere, se
roba, se secuestra, se chantajea, se trafican drogas, se
lava dinero negro con la mayor impunidad gracias a la
perversidad de un régimen que ha politizado tanto al hampa
común como al crimen organizado. Todos estamos en peligro y
en libertad condicional. El gobierno no ha tenido necesidad
de suspender las garantías constitucionales. Lo han hecho
los bandidos que actúan en su nombre, bajo la protección
insólita de quienes tendrían la obligación de prevenir,
reprimir y sancionar sus delitos. El ciudadano común está
indefenso. No tiene instancias ante las cuales acudir. Se
repliega sobre sí mismo, se encierra bajo rejas en su casa,
en la oficina, en la calle y en la urbanización o barrio
donde vive. Sabe que la seguridad personal y familiar
depende única y exclusivamente de sus previsiones y del
valor que demuestre a la hora precisa. Normalmente no sabe a
quien temerle más, a los hampones o a los funcionarios
públicos de seguridad que se han confundido demasiado.
Sufren más los pobres que los ricos con acceso a cierta
protección. Hay un componente psicológico en todo esto lo
cual agrava el problema.
Nadie sabe como salir de una crisis que agotó los cauces
normales. Tiende a agravarse peligrosamente. ¿Qué hacer
frente a un régimen presidido por el mismo diablo? Liquidó
al Derecho como instrumento de regulación de la vida en
sociedad. Desconoce los resultados del referéndum
constitucional del 2D-07. Arremete contra la autoridad
legítima de los nuevos gobernadores y alcaldes pretendiendo
despojarlos de sus competencias constitucionales y legales.
Ordena a los mercenarios que, uniformados o no, tiene a su
servicio agredir físicamente instalaciones oficiales y a
personas naturales de oposición. Apela a la violencia
institucional para destruir lo que se oponga a su proyecto
de gobernar hasta que le de la gana. Llega al extremo de
darle otro golpe mortal a la Constitución vigente mediante
una enmienda improcedente, sea cual sea la vía que escoja
para imponerla. El sabe, como lo sabe cualquiera que haya
pasado por una Escuela de Derecho, que el tema de la
reelección indefinida no puede plantearse en este período
constitucional ya que el pueblo lo rechazó en el citado
referéndum.
En fin, vientos de guerra soplan
con fuerza ante el fracaso de las gestiones políticas
civilizadas que aspirando a la paz, sienten la obligación de
prepararse para la confrontación definitiva. Repito una vez
más, la naturaleza del problema no es electoral. Es
existencial. Están liquidando la República federal,
descentralizada y democrática de Venezuela. El ambiente es
de tragedia, fatalismo y lucha.
oalvarez@telcel.net.ve