Hasta los
idiotas
entienden por
Oswaldo
Alvarez
Paz
lunes, 4
agosto
2008
Hasta
los más idiotas entienden que una nación dividida,
confrontada consigo misma y sin sentido de unidad real está
condenada al fracaso. A él se puede llegar por caminos
diversos, incluida la violencia de la guerra civil o como
consecuencia del desbordamiento de pasiones callejeras. En
estas luchas llega un momento en el cual no hay espacio para
la tregua. Estar al borde del abismo obliga a combatir con
todo en todos los ámbitos. En Venezuela la rabia se extiende
aceleradamente convirtiéndose en burla y desprecio entre los
adversarios. Peor aún, entre el jefe del estado y la nación
a la que tendría la obligación de representar política y
jurídicamente, decepcionada y a punto de reaccionar. Para
todos está claro que este ambiente existe también en las
fuerzas armadas. Distintos sectores también se preparan para
una confrontación definitiva que luce inevitable para el día
de hoy a esta hora. A lo largo de la historia hemos
aprendido que las acciones mientras más rápidas y profundas
generan decisiones capaces de ahorrar vidas y sufrimientos.
Mucho más si el enfrentamiento es con un régimen encabezado
por alguien sin principios, sin ética, lleno de odios y
resentimientos humanos y sociales para quien la vida, la
propiedad y nuestros valores son obstáculos a destruir. Las
amenazas de guerra, la violencia institucional derivada de
la muerte del estado de derecho, del fin del
constitucionalismo y amparada por la inmoral concentración
de poder gracias al dinero negro que maneja sin controles y
al miedo sembrado en quienes tendrían las mayores
responsabilidades para enfrentarlo, nos obligan a estimular
a todos cuantos podamos, dentro y fuera del país, a adoptar
como razón de ser de nuestra existencia actual poner punto
final a esta trágica década del acontecer venezolano.
Es difícil hablar del cómo hacerlo cuando aún se siente que
el objetivo no es compartido por una importante porción del
liderazgo político y económico no chavista. Esos que,
teniendo suficiente poder para hacerlo, no quieren arriesgar
nada que ponga en peligro la subsistencia, así tengan que
humillarse, una y otra vez, para ganar espacios de
convivencia con el régimen.
De esto no vamos a salir con más o menos gobernaciones y
alcaldías. Por supuesto que serían instrumentos valiosísimos
en una lucha concertada para alcanzar el objetivo propuesto.
Tengo fe, espero no ser defraudado, en que llegaremos a las
elecciones con el mayor grado de unidad posible y que los
elegidos sabrán defender sus victorias que serán muchas, en
todos los terrenos para avanzar sin pausas hacia la
sustitución de éste régimen infame que no puede ni debe
continuar. No se trata de convertir a oprimidos en
opresores, sin patria y sin espíritu. Se trata de levantar
una gran causa a la cual servir, una gran verdad como norte
orientador de un pueblo entero. Esta causa tiene que ser
distinta y superior a cuanto existe. Las democracias se
derrumban cuando son incapaces de sostener los principios
fundamentales.