La
revolución bolivariana entró en barrena. Su destino será
estrellarse irremediablemente contra el suelo. Pierde altura
aceleradamente, mientras su jefe se desespera al no
encontrar recursos humanos, ni razones políticas disponibles
para evitar o demorar por más tiempo la tragedia que se
avecina. Chávez necesitaba tanto de los narcoterroristas de
la FARC, como estas de él. Se estaban retroalimentando hasta
el punto de incorporarse ellas a la revolución bolivariana
como estamento armado y convertirse él en máximo vocero y
líder político de las FARC.
Hemos sostenido que el muro de
contención, la muralla más sólida, el obstáculo más
formidable para las pretensiones expansionistas y los
delirios de liderazgo continental de Chávez, es la
institucionalidad democrática de Colombia, ejemplarmente
conducida por un hombre de las dimensiones humanas y
políticas de Álvaro Uribe.
El gobierno colombiano está
ganando todas las batallas. Desmovilizó a las Autodefensas,
el Ejercito de Liberación Nacional ha respondido
favorablemente al proceso de paz negociada adelantada
valientemente por el gobierno y la narcoguerrilla de la FARC
acaba de recibir el más duro golpe de su existencia con la
muerte de Raúl Reyes y los demás ajusticiados en la zona del
Putumayo, fronteriza con Ecuador. Están derrotados
militarmente. Cercados. Incomunicados los distintos frentes
y en desbandada muchos cuadros. No están en condiciones de
derrotar a las Fuerzas Militares, mucho menos de derrocar al
gobierno de Uribe y tomar el poder. No tienen vocación ni
voluntad política para fajarse en la arena democrática
renunciando para siempre a las armas contra la nación que
los rechaza. Solo les quedan los secuestrados como recurso y
escudo para el chantaje y la sobrevivencia y por otra parte,
la locura de apelar al terrorismo urbano para mantener
vigencia como movimiento subversivo operativo. También
fracasarán. Es el final de un proceso iniciado bajo el
gobierno Pastrana con el Plan Colombia, impulsado por
Clinton, y la política actual dirigida por Uribe con la
solidaridad de Bush y el mundo libre.
Pero también será el final de
Chávez, un Presidente que desarrolla una política
radicalmente contraria a sus obligaciones y deberes
constitucionales. No puede, ni debe continuar quien entrega
la soberanía nacional y sus riquezas, permite la violación
impune del territorio, no le importa la seguridad de las
personas ni de los bienes, hace de la justicia una
caricatura, desestabiliza al país, no procura el bienestar
ni la felicidad de los ciudadanos. Al contrario, ahora nos
coloca a las puertas de una guerra abierta o encubierta con
Colombia y profundiza los problemas con Estados Unidos y sus
aliados, en nombre de una causa que no es nuestra. El país
rechaza esta indebida intromisión en asuntos de otras
naciones. Es un delincuente internacional. El trapiche de la
historia lo alcanzará. Es como la justicia divina, tardía
pero segura.
oalvarez@telcel.net.ve