Cuesta
mucho aceptar la ausencia física de un hombre de la
dimensión humana y política de Luis Herrera. Aunque su larga
enfermedad permitía presentir el desenlace, no terminamos de
aceptar lo inevitable. Un inmenso vacío queda abierto con su
ausencia. No será fácil llenarlo para quienes tuvimos el
enorme privilegio de ser sus amigos y de haber podido
transitar juntos la mayor parte de nuestras vidas.
Es inevitable el recuerdo de
tantas jornadas. 34 años de mi vida transcurrieron
compartiendo con él, entre otros, la mesa del Comité
Nacional de COPEI, punto de encuentro semanal en la lucha
por la Justicia Social en una Venezuela mejor. Debates,
discusiones serias y profundas, grandes coincidencias y no
pocas discrepancias marcaron siempre una relación firme y
respetuosa de su parte. Me correspondió ser jefe de su
campaña presidencial en los estados Zulia y Falcón, en los
que obtuvo más de la mitad de la ventaja nacional. Como jefe
de la fracción parlamentaria de COPEI en el tiempo de su
presidencia mantuvimos una estrecha relación de trabajo,
canalizada de manera cuidadosa y esmerada por nuestro
inolvidable Gonzalo García Bustillos, para entonces Ministro
de la Secretaría de la Presidencia, verdadero artífice de
entendimientos entre el alto gobierno y la dirección del
partido en delicados momentos de circunstanciales
discrepancias. Más allá de las responsabilidades propias de
las funciones que ejercía, tuve el honor de recibir
encomiendas oficiales y oficiosas por parte de Luis Herrera
vinculadas fundamentalmente a la política exterior,
especialmente con relación a Cuba, áreas caribeñas de
particular importancia y en la tormentosa Centroamérica de
aquellos años. Misiones discretas jamás filtradas que
cumplíamos bajo sus órdenes y la acertada conducción de
Gonzalito y el inolvidable canciller Zambrano Velasco.
Imposible olvidar las veces que viajamos juntos dentro y
fuera del país, sus decires y haceres en la noble tarea de
engrandecer un partido de sólidas raíces ideológicas y
fortalecer su presencia en las estructuras internacionales
de la Democracia Cristiana. Todo esto y mucho más era
posible sin estar en la misma tendencia interna del partido,
incluso habiendo tenido roles bastante protagónicos en
enfrentamientos coyunturales. Nunca empañaron el afecto
común ni la amistad.
Recuerdo el día que tuve la
convicción profunda de que Rafael Caldera había tomado la
decisión de ser nuevamente candidato, esa vez al margen del
partido. Acepté presentar mi nombre en las primarias
abiertas para escoger candidato. Busqué y recibí consejos y
orientación por parte de Luis y el “negro” Pérez Díaz, entre
otros. En la campaña presidencial del 93, Luis Herrera
volvió a ser el peregrino de la esperanza, tratando de que
yo fuera el campeón del retorno que él había sido 15 años
antes. Buen hijo, buen hermano, buen esposo, buen padre,
buen compañero y buen amigo. Integralmente honrado. Su
lealtad merece un monumento. Maestro de la vida.
oalvarez@telcel.net.ve