La suerte está echada; pero no
hay que equivocarse, la cosa no termina aquí. Aunque la
atención y los esfuerzos de la nación parecieran estar
dedicados en su totalidad al referéndum del domingo, como si
se tratase de un único frente de batalla, el examen final de
curso o la última oportunidad de la democracia, el mundo no
se acaba el 15 de febrero; hay mucho por hacer todavía y la
lucha debe continuar. Independientemente del resultado del
referéndum, quedan aún por delante cuatro largos años, antes
de llegar a la campaña y subsiguiente elección para decidir
quien deberá regir los destinos del país a partir del año
2012. Dependiendo del resultado del referéndum, el próximo
domingo sabremos quien será el candidato oficialista o si
tendremos que volverle a hacer frente a alguna nueva
triquiñuela gubernamental para tratar de aprobar lo que el
pueblo ya habría negado por segunda vez.
De salir airoso el régimen en la
consulta del domingo para aprobar el cheque en blanco de la
“enmienda” constitucional, lo cual no parece muy probable en
vista del creciente descontento con los resultados de esta
década, sólo se habrá impuesto la tenaz arbitrariedad
gubernamental de violar el orden constitucional, con la
complicidad y genuflexión de los demás poderes, para lograr
sus objetivos. En todo caso, para que una eventual
“victoria” del gobierno pueda ser considerada como tal,
tendría que ser contundente, de otra forma sería, ahora sí,
una victoria pírrica, puesto que la misma habría sido
lograda en medio del más descarado ventajismo y abuso
gubernamental, mediante el uso indiscriminado de todos los
recursos a disposición del Estado, incluyendo su inmenso
poder económico y represivo, para imponer su voluntad sobre
la razón y la ley. Una victoria de esa naturaleza, contra la
voluntad de una parte considerable del pueblo, sólo
ahondaría innecesariamente la polarización política y social
del país y nos encaminaría hacia la posibilidad cada vez más
cierta de un gobierno totalmente autocrático.
Sin embargo, todo parece indicar
que más de la mitad del país se rebelará contra su sostenida
exclusión por parte de un régimen que dice gobernar para el
pueblo y se impondrá una vez más para hacer valer y respetar
su voluntad, en la búsqueda de un camino de paz,
entendimiento y progreso real y sostenido. La manipulación
gubernamental de la otra mitad del país, valiéndose de sus
carencias de todo orden -económico, social, educacional e
incluso afectivo- para tratar de establecer un régimen
económico y social asistencialista inviable y destinado de
antemano al fracaso, parece estar haciendo aguas también, en
medio de una inminente crisis económica y fiscal derivada de
factores tanto externos como internos.
En cualquier caso, el país no
aguanta más el seguir viviendo en medio del actual clima de
zozobra permanente, sin un rumbo fijo hacia donde dirigirse,
en medio de la exclusión y negación sistemática de un sector
importante del pueblo, maltratado e irrespetado por el
régimen por el simple hecho de defender sus derechos y no
estar dispuesto a acompañarle en sus desafueros. Por
fortuna, pareciera que la dura y simple realidad acerca cada
vez más a nuestros gobernantes a la hora de acabar con la
venta de ilusiones a la otra parte que aún se las compra y
comenzar a mostrar algunos resultados tangibles, si es que
quedara aún tiempo para ello.
Pase lo que pase, es necesario
profundizar desde ahora en los esfuerzos para la
recuperación de los espacios perdidos en el poder
legislativo. Si bien resultan totalmente comprensibles las
razones que motivaron la no concurrencia a las últimas
elecciones legislativas, es necesario enmendar ahora el
error cometido. En consecuencia, las próximas elecciones
para renovar los miembros de la Asamblea Nacional tienen que
ocupar desde ahora un espacio prioritario en el quehacer de
la oposición. La Asamblea Nacional debe ser imagen de la
conciencia democrática del país y por lo tanto tiene que
reflejar la existencia de una diversidad de opiniones y no
de una sola corriente política. De lo contrario, no sólo no
representaría al pueblo en su totalidad, sino que tampoco
sería democrática. Recuperar los espacios abandonados de la
Asamblea Nacional significa comenzar a rescatar la
independencia de al menos uno de los más importantes poderes
secuestrados durante la última década.
De igual forma, no se debe
descartar anticipadamente, aunque se aduzca el cansancio y
el desgaste de haber concurrido a más de una docena de
encuentros electorales a lo largo de los últimos diez años,
la eventual y necesaria convocatoria a un nuevo referéndum
revocatorio de la presidencia de la república. Resultaría
innecesario volver sobre las numerosas y obligantes razones
para ello, sobre todo en vista del mandato popular que
habría dado el pueblo de obtenerse una victoria contundente
por parte de la oposición en esta votación, la cual ha sido
convertida una vez más en una especie de plebiscito sobre la
gestión presidencial de la última década. Huelga decir que
el balance del desempeño gubernamental no es positivo,
aunque insistan en maquillarlo de mil formas, y en
consecuencia se hace perentorio buscar salidas al
despeñadero hacia el cual nos encaminamos.
No está permitido desmayar. Si
diez años de protesta callejera, de humillaciones, de
exclusión, de represión, de arbitrariedades sin fin y de
disparates en la conducción del país nos parecen demasiado,
pensemos en los años que vienen, en el futuro del país y de
nuestros hijos. Es necesario que reflexionemos si realmente
tiene algún sentido quedarse en casa sin utilizar la única
arma democrática que aún queda a nuestra disposición, el
voto popular.