Nuestra
miseria
petrolera
por
Norman
Pino
De Lión
sábado, 14
marzo 2009
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A los venezolanos se nos inculca
desde muy pequeños que somos un país rico; de manera que si
sentimos que somos cada vez más pobres, deducimos que
alguien se debe haber estado robando nuestra riqueza.
Encontrar un argumento más sencillo, imposible. Somos un
país pobre porque existen países ricos que seguramente nos
quitaron en algún momento nuestras riquezas; comenzando por
el imperio español y terminando con el norteamericano. El
problema con esta argumentación es que constituye un fraude
a la razón. No acabamos de entender que perforar un hueco en
el suelo de donde brotan dólares no sólo no es generar
riqueza, sino una de las peores cosas que le pueden ocurrir
a un país. Desafortunadamente para los venezolanos, no
pareciera existir mejor país en el mundo como el nuestro
para ilustrar lo que significa el infortunio del petróleo.
El tema ha sido estudiado profusamente porque constituye
prácticamente un patrón de conducta de los países en
desarrollo dependientes de sus exportaciones de petróleo,
con la excepción de algunos países árabes del medio oriente,
que para bien de sus habitantes han contado con dirigentes
con más de dos dedos de frente y una visión de futuro que
llega un poco más allá de sus propias narices, lo cual les
ha permitido diversificar sus economías mediante la
inversión y generación de empleos productivos en otras
actividades económicas, reduciendo así la dependencia de un
solo renglón de exportación. El petróleo crea muy pocas
fuentes de empleo. Si además es mal utilizado, lo cual ha
sido generalmente el caso, destruye las posibilidades de
inversión y empleo productivo en otras áreas de la economía.
Por otra parte, la concentración del poder económico en
manos de los gobiernos de turno no sólo distorsiona la
economía sino que inhibe cualquier posibilidad de
diversificación de la misma: ¿Para qué preocuparse por
desarrollar empresas eficientes y competitivas que produzcan
y exporten, fortaleciendo con ello a una clase media
emprendedora y trabajadora que genere riqueza y bienestar,
cuando es más fácil importar todo?
Cuando toda la “riqueza” de un país tiene que pasar por las
manos del gobierno, éste se convierte en el gran decisor, el
mayor contratista, el mejor comprador, el gran proveedor y
finalmente en el receptor de la indispensable gratitud de
una masa de votantes por los favores que prodiga el
todopoderoso gobierno. Consecuentemente, la hipertrofia
estatal producto del ingreso petrolero ha fomentado entre
nosotros una cultura de la corrupción de la cual nadie ni
nada parece escapar: desde obtener un pasaporte hasta tratar
de fundar una empresa. Esta conducta ha erosionado la moral
colectiva hasta tal punto que se hace casi imposible llevar
a cabo cualquier actividad, sin importar cuán simple o
importante sea, sin tener que caer en alguna forma de
corrupción.
A muy pocos se les ocurre pensar que somos cada vez más
pobres simplemente porque generamos cada vez menos riqueza.
La fortuna petrolera ha sembrado asimismo el perverso
mensaje de que el bienestar económico no se construye de la
forma tradicionalmente comprobada de trabajar, prestar
servicios, hacer cosas, venderlas y obtener un beneficio por
todo ello, sino negociando con la burocracia de turno. Ésta
última, a su vez, se reafirma en el funesto comportamiento
de repartir dinero para permanecer en el poder, cerrando con
ello un círculo vicioso que conduce cada vez más a mayor
pobreza y atraso.
La idea de “sembrar el petróleo” o el uso inteligente de los
recursos petroleros para crear las bases de un sano
desarrollo económico, abandonando así nuestro tradicional
carácter rentista, ha sido tema permanente en el discurso
político por más de 50 años y en cuanta campaña electoral
hemos tenido. Desafortunadamente, la frase se ha convertido
en una simple expresión de buena voluntad, sin llegar a
ninguna concreción, a la que generalmente retornamos en
épocas de escasez, léase de precios petroleros a la baja,
para volver a olvidarnos de la misma en la medida en que
éstos comienzan a subir.
Durante los cinco primeros años del actual gobierno,
mientras el precio del crudo se mantuvo más o menos estable,
después de una importante recuperación durante los años 1999
y 2000, se dedicaron muchas páginas a hablar de la idea,
aunque sin poner en práctica ningún plan sustantivo. Sin
embargo, la idea fue engavetada de nuevo a partir del año
2002-2003, cuando los precios comenzaron a sufrir un
crecimiento casi exponencial hasta rozar los 150 dólares por
barril a mediados del año pasado. Si durante los cinco años
anteriores a esa época, con menores recursos, pero en todo
caso muy superiores a los ingresos obtenidos antes de 1998,
no se realizó ningún avance sustantivo en la siembra del
petróleo, lo que vino después simplemente hizo olvidar los
fugaces propósitos de enmienda, de la misma manera en que ha
ocurrido en anteriores ocasiones. El extraordinario ingreso
petrolero se ha esfumado en medio de un crecimiento
extraordinario de las importaciones de alimentos y de bienes
de todo orden, sin que se haya sembrado mucho del mismo.
El actual gobierno ha recibido el más alto nivel de ingresos
de nuestra historia petrolera, calculado en más de 800 mil
millones de dólares; sin embargo, en vez de haber
diversificado nuestra economía, después de diez años de
extraordinarios ingresos y planes fantasiosos, somos hoy en
día más dependientes que nunca del ingreso petrolero. Más
temprano que tarde deberemos pagar por el error de no haber
aprovechado los gigantescos recursos de los años del
petróleo caro para reducir la dependencia de la economía de
las exportaciones petroleras. Esto es especialmente grave
cuando constatamos que el régimen sigue empecinado en
mantener que no seremos afectados por la crisis económica
mundial, pues todos sabemos que si algún país es vulnerable
a esa crisis es Venezuela, en razón precisamente de su
exagerada dependencia del ingreso petrolero.
Para complicar aún más las cosas, PDVSA, nuestra gallina de
los huevos de oro, la principal fuente de ingresos del país,
ha multiplicado varias veces su deuda en la última década,
casi triplicado su nómina -tras deshacerse de 20.000
profesionales y técnicos en el 2003- mientras que su
producción ha pasado de 3,2 a 2,2 millones de barriles
diarios y sus refinerías deben importar componentes para
producir a pérdida la gasolina subsidiada más barata del
mundo, en medio de frecuentes accidentes. Si a todo esto
añadimos la conversión de la empresa en una especie de caja
negra difícil o imposible de auditar, encargada ahora de
innumerables tareas de dudoso cometido y en todo caso
extrañas a su misión primordial, la cuestión de saber qué se
ha hecho con los extraordinarios ingresos petroleros de
todos estos años se vuelve no sólo más difusa sino también
trágica.
Peor aún, contrariamente a lo que han hecho otros países del
Medio Oriente, no hemos invertido en el desarrollo y
mejoramiento de la infraestructura necesaria para poder
adaptar nuestra oferta de productos refinados a los cambios
que inexorablemente se avecinan en el mercado petrolero
mundial, lo que significa que estaremos en desventaja
competitiva frente a otros proveedores más previsivos.
El balance en materia de desarrollo económico del actual
régimen no podría ser peor. El estrepitoso fracaso de la
vanguardia de su ideologizado proyecto socialista, el
sistema nacional de cooperativas, constituye un descomunal
fiasco reconocido incluso por el propio gobierno. Las
empresas básicas del Estado nunca habían conocido un
desempeño tan mediocre, rayano en la quiebra misma, en medio
de serios problemas laborales. El cacareado sistema de
cogestión empresarial no ha tenido mejor suerte, como
tampoco las numerosas fincas productivas que han sido
expropiadas para quedar convertidas en quiméricos centros de
producción. Y todo ello para tratar de vender un supuesto
socialismo de nuevo cuño, que no pasa de ser el más puro
capitalismo salvaje de Estado, que lo único que ha logrado
sembrar con éxito en el país ha sido la ineficiencia, el
miedo y la desinversión.
Ya está más que claro que al régimen no le preocupa ni le
interesa diversificar la economía no petrolera, no estatal,
sino destruirla. Su objetivo es dirigir y controlar a los
venezolanos a su antojo, convirtiéndolos en una masa de
beneficiarios y asalariados gubernamentales ineficientes,
pero “socialistas”, con el único fin de hacer realidad un
sistema económico y político fracasado en donde quiera que
ha sido ensayado, con un saldo terrible de ineficiencia,
escasez, pérdida de la libertad, corrupción y atraso
generalizado.
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