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Las murallas del reino
por Eli Bravo

viernes, 4 junio 2004


 

Esta es una prisión de máxima seguridad con ambiente familiar, dice el gerente de un campo petrolero en Riad, Arabia Saudita, las paredes están totalmente alambradas y tenemos cuatro puertas resguardadas con suficientes armas como para detener un ejército. Puertas como estas violaron 4 atacantes en el campamento de Khobar, el pasado 29 de mayo, para secuestrar 50 personas y dejar un saldo de 22 muertos y 25 heridos. Tres de los atacantes se dieron a la fuga. Fue el quinto ataque contra extranjeros en instalaciones petroleras en menos de un año y los fanáticos vociferan que esta es una batalla para expulsar a los infieles de Tierra Santa. Con justificado temor, muchos occidentales han empacado sus maletas y el petróleo escaló más allá de los 42 dólares el barril ante el nerviosismo del mercado.

            Seis millones de extranjeros trabajan en Arabia Saudita, la mayoría de ellos en la industria petrolera y las finanzas. Hay unos 35 mil norteamericanos, 30 mil ingleses y el grueso lo componen asiáticos. No faltan los latinoamericanos: una venezolana fue herida en Khobar y actualmente se repone en Estados Unidos. Los extranjeros van a Arabia Saudita atraídos por las excelentes condiciones contractuales que incluyen vivienda, educación para los hijos y cheques cuatro veces más gordos de los que verían en casa. Después de Khobar, muchos ponen en la balanza la bolsa o la vida.

            Los campos petroleros son como oasis. Adentro las mujeres caminan en shorts y manejan sus vehículos, los niños juegan sobre grama recién cortada y los hombres beben, junto a sus esposas, en bares y restaurantes. Afuera los niños estudian en escuelas públicas donde del cuarto al duodécimo grado no se les habla de una comunidad global sino de los imperios árabes, las mujeres que caminan solas, o con un hombre que no es su marido, son sospechosas de prostitución y los hombres desafían el ocio mientras el desempleo ronda el 30%. En medio resisten las murallas de la casa de los Sauds, la monarquía reinante, atrapada en intrigas sucesorales, presiones internacionales, descontento doméstico y el terremoto del fanatismo. Las cosas no solo huelen mal en Dinamarca.

            Los titulares en estos días hablan de los riesgos para el mercado petrolero, pero hay otras historias que corren por debajo y prometen arrastrar las arenas del desierto: el odio y la intolerancia como bandera, la lucha entre las reformas democráticas y la fe islámica, el secuestro de las libertades por las élites poderosas o los grupos extremistas, y sobre todo, el reto para la comunidad internacional que significa promover cambios, respetar la soberanía y garantizar la seguridad del planeta.

Los musulmanes están obligados a abrazar las reformas y descartar lo que está viciado, comentó a la cadena Al Jazeera el líder del Consejo Europeo de Fatwa e Investigaciones, Jeque Yusuf Al-Qaradawi, hay un sentimiento de parálisis que abruma a las naciones árabes, pero las reformas deben partir de las naciones, no deben ser impuestas. Reformar según el modelo de los Estados Unidos nos garantizará un vagón en la retaguardia de la caravana como una nación árabe débil, ignorante y fragmentada. Quieren que reconstruyamos la Kaaba usando piedras europeas. Una verdadera reforma debe reflejar la conciencia de cada nación, y por ello, es importante que para empezar esta conciencia exista. Debemos educar a la gente sobre sus derechos, sus responsabilidades y convencerlos de que solo ellos tienen el derecho a seleccionar, monitorear y reprender a sus líderes. Renovarnos no es solo una necesidad, es una obligación religiosa.

Arabia Saudita libra en estos momentos su propia guerra contra el terrorismo. La familia real aprieta el puño de su cuerpo de seguridad y la oposición reformista sigue buscando una manera de derrumbar las murallas. Falta mucho tiempo para que la paz regrese a Riad.

Jerry Johnston no está dispuesto a esperar tanto. Después de 13 años trabajando en la industria petrolera saudita, ayer tomó el avión rumbo a Texas. Si tengo que vivir encerrado en el campamento para mantenerme con vida, se pregunta ¿qué sentido tiene vivir acá? Imprima el artículo Subir Página