Esta
es una prisión de máxima seguridad con ambiente familiar, dice el
gerente de un campo petrolero en Riad, Arabia Saudita, las paredes
están totalmente alambradas y tenemos cuatro puertas resguardadas
con suficientes armas como para detener un ejército. Puertas como
estas violaron 4 atacantes en el campamento de Khobar, el pasado
29 de mayo, para secuestrar 50 personas y dejar un saldo de 22
muertos y 25 heridos. Tres de los atacantes se dieron a la fuga.
Fue el quinto ataque contra extranjeros en instalaciones
petroleras en menos de un año y los fanáticos vociferan que esta
es una batalla para expulsar a los infieles de Tierra Santa. Con
justificado temor, muchos occidentales han empacado sus maletas y
el petróleo escaló más allá de los 42 dólares el barril ante el
nerviosismo del mercado.
Seis millones de
extranjeros trabajan en Arabia Saudita, la mayoría de ellos en la
industria petrolera y las finanzas. Hay unos 35 mil
norteamericanos, 30 mil ingleses y el grueso lo componen
asiáticos. No faltan los latinoamericanos: una venezolana fue
herida en Khobar y actualmente se repone en Estados Unidos. Los
extranjeros van a Arabia Saudita atraídos por las excelentes
condiciones contractuales que incluyen vivienda, educación para
los hijos y cheques cuatro veces más gordos de los que verían en
casa. Después de Khobar, muchos ponen en la balanza la bolsa o la
vida.
Los campos
petroleros son como oasis. Adentro las mujeres caminan en shorts y
manejan sus vehículos, los niños juegan sobre grama recién cortada
y los hombres beben, junto a sus esposas, en bares y restaurantes.
Afuera los niños estudian en escuelas públicas donde del cuarto al
duodécimo grado no se les habla de una comunidad global sino de
los imperios árabes, las mujeres que caminan solas, o con un
hombre que no es su marido, son sospechosas de prostitución y los
hombres desafían el ocio mientras el desempleo ronda el 30%. En
medio resisten las murallas de la casa de los Sauds, la monarquía
reinante, atrapada en intrigas sucesorales, presiones
internacionales, descontento doméstico y el terremoto del
fanatismo. Las cosas no solo huelen mal en Dinamarca.
Los titulares en
estos días hablan de los riesgos para el mercado petrolero, pero
hay otras historias que corren por debajo y prometen arrastrar las
arenas del desierto: el odio y la intolerancia como bandera, la
lucha entre las reformas democráticas y la fe islámica, el
secuestro de las libertades por las élites poderosas o los grupos
extremistas, y sobre todo, el reto para la comunidad internacional
que significa promover cambios, respetar la soberanía y garantizar
la seguridad del planeta.
Los musulmanes están
obligados a abrazar las reformas y descartar lo que está viciado,
comentó a la cadena Al Jazeera el líder del Consejo Europeo de
Fatwa e Investigaciones, Jeque Yusuf Al-Qaradawi, hay un
sentimiento de parálisis que abruma a las naciones árabes, pero
las reformas deben partir de las naciones, no deben ser impuestas.
Reformar según el modelo de los Estados Unidos nos garantizará un
vagón en la retaguardia de la caravana como una nación árabe
débil, ignorante y fragmentada. Quieren que reconstruyamos la
Kaaba usando piedras europeas. Una verdadera reforma debe reflejar
la conciencia de cada nación, y por ello, es importante que para
empezar esta conciencia exista. Debemos educar a la gente sobre
sus derechos, sus responsabilidades y convencerlos de que solo
ellos tienen el derecho a seleccionar, monitorear y reprender a
sus líderes. Renovarnos no es solo una necesidad, es una
obligación religiosa.
Arabia Saudita libra en estos
momentos su propia guerra contra el terrorismo. La familia real
aprieta el puño de su cuerpo de seguridad y la oposición
reformista sigue buscando una manera de derrumbar las murallas.
Falta mucho tiempo para que la paz regrese a Riad.
Jerry Johnston no está
dispuesto a esperar tanto. Después de 13 años trabajando en la
industria petrolera saudita, ayer tomó el avión rumbo a Texas. Si
tengo que vivir encerrado en el campamento para mantenerme con
vida, se pregunta ¿qué sentido tiene vivir acá?
