A Juan Sánchez Peláez
LA POESÍA ES LA CONDICIÓN DEL HOMBRE
¿Está herida de muerte la poesía porque un poeta se fue a
habitar el país de los silencios? No. El poeta no se va,
apenas se transmuta. Como queda el hombre, siempre, en la
pupila amorosa de quien toma en sus manos su palabra para
sembrarla en nuevos solares con el sueño de que la tierra
toda, un día sea purito reverdecer. La poesía, si vamos a su
esencia, tiene que ver con esa condición de ser hombre, que
aún no alcanzamos. Poesía es vida. La vida de una humanidad
que da vida al hombre y que no lo sepulta. Verso es todo
suspiro que el hombre deletrea ante aquello que lo
conmociona y asombra. Poema es el vivir del hombre cuando no
hiere de muerte la vida. Algo que transcurre anónima y
silenciosamente, como el crecimiento de una planta, la
combustión de una estrella, el paso de la neblina a la
llovizna.
PERO NO HA NACIDO AÚN EL HOMBRE-POESÍA
Pero ocurre ciertamente que aún no hemos llegado a ese
estadio del hombre en el cual se hace hombre-poesía de
verdad. Apenas hemos iniciado un tránsito desesperado donde
toda devastación ha sido posible. Despojado de su propia
identidad, el hombre queda abandonado en medio de una muerte
que tiene todas las dimensiones y hendiduras. Y entonces la
vida, que acampa en las flores, las hojas, las noches, los
pájaros y las colinas, deshabitada del hombre como está, se
convierte en una especie de estrellita fugaz que apenas se
divisa. Rayito de luz que de pronto se enciende. Palabra que
naufraga hacia los confines de otros significados. A veces
se detiene en un corazón y lo nutre y alimenta, para que se
haga huella y cántico, lágrima o silencio arrebatado a la
fiesta de los bosques. Entonces se levanta una voz
solitaria, dibujando cabriolas en el aire, haciendo temblar
los muros, buscando andenes hacia otras primaveras.
EL POETA NO HACE AUSENCIA DE MUERTE
No es que nazca un poeta, es que de pronto en ese corazón,
la poesía que está en cada uno de los habitantes de este
planeta, se vuelve verbo en su garganta. Y nace un poema,
que no es hechura de un hechizo, sino laborioso andamiaje de
un sueño colectivo que adquiere el arrebol de un atardecer
único e insustituible. Juan Sánchez Peláez, en su silencio
magistral, es uno de ellos. Y su vivir fue fraguar diminutos
metales con las palabras para que se hicieran guijarros en
la movilidad de un río. ¿Cómo, quien nombra los dones del
hombre, habrá de marcharse alguna vez? No será nunca su
ausencia la que hiera de muerte la vida, sino quienes no
sepamos reconocer sus señales. No en la palabra sino en el
vivir. No se trata de convertirnos en poetas sino de avanzar
hacia la condición de ser hombres.
POR ESTA HORA QUE ES AHORA
Allí estará Juan Sánchez Peláez habitado por sus caballos,
sus lechuzas, su Malena, sus prados y vergeles, de la mano
poblada de luciérnagas de Mateo, junto a la ardilla de
alquimia de Vicente Gerbasi, los cielos que dibujan
claridades en la casa de César Moro, en los jeroglíficos que
teje su memoria, en el paraje del fruto vano y el acíbar,
franqueando la línea de su desarrollo, en la perplejidad de
las cosas en vigilia, en la piel de fósforo de sus nudillos,
en la gran araña del viento y la helada flor de los
umbrales. Y en esos umbrales Juan Sánchez se pregunta: ¿qué
armadura nos sostiene y lleva? Y responde: sólo yo tengo
resplandor propio cuando no pierdo el curso del río, cuando
no pierdo su verdadero sol. Por esta hora que es ahora. Y
por eso nos son urgentes en verdad, las sílabas hechas de
praderas y vergeles, para que ningún muro le ponga solapas a
los amaneceres.
POETA DE ESTÍO Y MANANTIAL
Y para esa tarea recolectora no le hace falta al corazón más
verde que el que nos regalan los verdes pájaros del
atardecer. Para alcanzar la pureza del estío y el canto del
manantial /sobre los pinos en una hora alta de paz y
alegría. ¡Salud poeta!
merysananes@gmail.com