Carlos
No es fácil en este tiempo de la vida saber que te han
convertido en un exiliado de los diminutos territorios en
los cuales reinaban tus afectos. Ni tener que admitir que la
justicia de los otros haya estrechado el límite de tus
movimientos, hasta encerrarte en el espacio de sus odios y
frustraciones. Menos aún que hayas tenido que transgredir
cerrojos y pasadizos en busca de una libertad que ya no
existe.
No es fácil tratar de entender que alguien como tú tenga que
andar clandestino disputándole los corredores al viento, las
aceras a las hojas de los árboles, las rendijas a ventanas
herméticamente cerradas. Tú, que viniste de tierras bajas,
que nunca te elevaste por encima del rostro de tus
compañeros, y que sólo te erguías para distinguir el
horizonte que había que construir.
¿Qué conspiración podías ejercer que no fuera la de la
solidaridad? ¿Qué delito de rebelión te podían señalar que
no fuese el de resistirte a negociar lo que no era
negociable? Tú que andabas de asombro en asombro, tratando
de diseñarle a tus sueños una contratación colectiva que
reivindicara el trabajo, como hacer sencillo del hombre que
debía tener su retorno en salarios de humanidad ¿de qué
delito podían acusarte si no eras trinchera sino tribuna?
Tu historia, Carlos, es la triste y desolada historia de
este expaís que ha dejado de reconocerse a sí mismo, que
carece de espejo en el cual reflejarse, que olvidó el rostro
del otro, para convertirse en impostura. Tú eres parte de
esa porción de esperanza que se fue quebrando en campos de
batallas que otros convocaron para dirimir sus propias
controversias. Tú nombras, sin estridencia alguna, a los que
nunca le han dado nombre, para reclamar para ellos una
jornada que no se contabilice en horas-desamparo.
Y por eso, Carlos, cuando ya habías trazado tu silenciosa
trayectoria de dirigente sindical, sin estar atado a
militancia partidista alguna, a pesar de pertenecer a una de
sus estructuras, el descontento y el malestar de la gente,
frente a la destrucción que se veía sobrevenir, te proclamó
dirigente de un movimiento al que no habías convocado, sino
a partir del derecho de reclamar y exigir las
reivindicaciones de los trabajadores.
En ese torbellino te viste enredado, a causa de la
ineficiencia, ineficacia y corta mira de unos políticos
incapaces de comprender el momento que se vivía y vive, y
que prefirieron negociar-permitir, antes que oponerse, para
poder salvaguardar alguna sobre-vida o sacarle aún algún
beneficio al régimen que los excluía.
Y de un momento a otro, Carlos, te convirtieron en signo y
señal de un momento histórico, complejo, difícil, aún en
pleno proceso de desenvolvimiento, sin que tú lo supieras y
mucho menos lo buscaras. Tú te aferrabas a tu espacio de
sindicalista, a tu tarea de preservar los derechos
conquistados, a reclamar los que estaban siendo conculcados,
y a exigirles a los otros que cumplieran su función.
¿Pero qué función iban a cumplir los políticos de uno y otro
bando, si su subsistencia depende no de principios, de
programas, de base doctrinaria o de plataforma de
pensamiento, sino de aprovechar el momento para su propio
beneficio? ¿Y qué tareas iban a cumplir los militares si su
función primordial fue intervenida por la destrucción desde
el propio inicio de este desgobierno, y aún desde hace mucho
tiempo atrás, sin que nadie opusiera resistencia alguna a
tanto desmán y perversión?
Aquí, en este expaís, todo quedó desfigurado. Y tú eres
testigo de excepción de ese desbarajuste, de esa
destrucción, de ese proceso de represión-domesticación que
recayó y recae sobre quienes no asumen mansamente la
conducción de un nuevo Mesías, ahora autodesignado
socialista y revolucionario, sólo para avanzar en la
ejecución y puesta en práctica de la vieja escuela
caudillista que no ha cesado de parirle males a esta tierra.
En ese contexto, Carlos, Habla el que se fue constituye un
expediente más alto que el de los políticos, más fuerte que
el de los antiguos compañeros de armas del actual caudillo,
más acusador que el de quienes no encuentran ubicación en
estos tiempos de destrucción. Y lo es porque lo que hiciste
fue narrar, sin pretensión distinta a la de dejar tu
testimonio, el transcurso de tu vida, en medio de corrientes
que comenzaste a distinguir a partir de tu propio relato.
Y de esa experiencia, qué radiografía quedó registrada de
este tiempo y del anterior. Tu testimonio tiene el mérito
doble de hacer un diagnóstico de las llamadas cuarta y
quinta república, de los politiqueros de uno u otro signo,
del viejo sindicalismo corrupto y del que pretendía insurgir
dejando a salvo sus mismos procederes. No lo hiciste como
político, ni como historiador, ni como ideólogo, sino porque
tu relato fue encontrando, aún sin quererlo, demasiadas
similitudes en las acciones de unos y otros.
Te tocó vivir como actor principal algunos de los momentos
más difíciles de este ‘proceso del desastre’: la masacre del
11 de abril, la comedia bufa del 12 y la culminación del
montaje el 13 de abril. Y más allá de los estudios de los
analistas, de la perspectiva de los políticos de turno y de
las versiones oficiales, tu relato es la muestra más
evidente del descalabro y derrumbe de un país. Difícil
reproducir aquellos movimientos que, sin embargo, dejaban
atrás una masacre de la que hasta ahora todos quieren salir
ilesos y de la cual muchos son responsables.
Ni el señor presidente, ni los militares ni los políticos
cumplieron su papel. Produjeron un espectáculo inédito en
los anales de un golpismo que no llegó ni a escaramuza y
donde queda patente la terrible estructura de la que estamos
hechos y sobre la cual se han levantado cuarenta años de
democracia sin democracia y ya ocho años de revolución sin
revolución.
También te correspondió estar al frente de los paros de
abril y diciembre del 2002. Allí la incapacidad dirigencial
de los políticos obligó al sector petrolero a asumir un
papel que no les correspondía y de cuyas secuelas nadie
tampoco se ha responsabilizado.
Y no nos referimos a los jerarcas de uno y otro bando, sino
al conglomerado de veinte mil despedidos que aún no tienen
ni voz ni voto en esta historia perversa. No hablamos de los
altos gerentes, sino de las familias desalojadas, la gente
sin trabajo, cuyo sacrificio nadie ni ha valorado y mucho
menos hecho justicia.
Carlos, tu imagen cada día renovando el paro, se hizo
símbolo de una resistencia que sólo mantenías tú como
sindicalista y la gente en su intuición de tener que empujar
una nave hacia algún destino que no fuese incierto.
Ciertamente te mal-acompañaban Fedecámaras y los políticos
viejos y los aspirantes a hacer nueva carrera. Buenos para
negociar, inhábiles para reclamar algún derecho. Has sido y
eres testigo de un proceso de destrucción que se ha llevado
a muchos por delante y que hoy te llevó a la más falaz de
las acusaciones y hoy a la clandestinidad, a la persecución,
y con ello a la más absoluta soledad.
Carlos, reivindicamos con este libro, la ingenuidad de que
hiciste gala, la transparencia de tus actitudes, para quien
quiera leerlas o aprehenderlas, tu afán de estar junto a las
luchas de los trabajadores, desde la perspectiva de quien
fue y ha sido siempre un trabajador. No mucha gente en este
expaís pasa la prueba anticorrupción. Y por más daño que han
querido hacerte, no han podido sumar esa acusación a las que
te inventaron para quebrar o doblegar tu temple de gente.
Y queremos también, Carlos, comenzar a quebrar la soledad
que tuviste cuando las circunstancias te convirtieron en el
dirigente máximo de la protesta contra este régimen, y la
que te han impuesto, no sólo quienes te juzgaron, te
encarcelaron, enjuiciaron, condenaron y ahora persiguen,
sino la de tus propios amigos, la de quienes hoy se disputan
un lugar en los privilegios contra los que tú sigues
luchando.
Esta carta, Carlos, escrita con afecto, quiere ir a abrirle
espitas a la soledad que te acompaña, dondequiera que estés.
Y tratar de ir quebrándola, porque quienes lean tu
testimonio, sabrán que detrás de tus palabras sencillas y
muchas veces ingenuas, está la persistencia de quien no se
doblega ni se deja vencer, de quien no negocia ni está
dispuesto a hacerse cómplice. De quien sigue aferrado a su
condición de obrero, de dirigente sindicalista que nutre
cada noche su sueño de una sociedad de y para los
trabajadores.
Por eso fuiste tan enfático a la hora de señalar que aquí
todos somos responsables de lo que ocurre. Que el
surgimiento del caudillo actual no es sino la hechura de
nuestros propios errores. Y que su pretendida fortaleza y
crecimiento no es el producto de sus obras ni de su
pensamiento, sino de la legitimación de sus adversarios, de
la complicidad de sus enemigos, del poder de negociación de
quienes sustentan capital económico o capital político. Por
eso fuiste tan severo a la hora de ser crítico pero también
profundamente autocrítico, en la revisión de ese acontecer.
Hoy, en medio del silencio a que estás obligado, a la
oscuridad a la que te han sometido, tomas la palabra para
dejar al descubierto, una vez más, el gigantesco vacío sobre
el cual se levanta este pretendido socialismo, la perversión
que acompaña el accionar actual de una sociedad restringida
en toda posibilidad de actuar conscientemente sobre su
propio destino.
Pero sobre todo, Carlos, tu palabra rescata, libera, la
esperanza. La que anda sin disfraz ni ataduras. La que se
hermana con la ilusión de la gente del común, de ese
trabajador cada día más agobiado, de ese pueblo del cual
formas parte, cada vez más obligado a convertirse en peón de
un reino que no es el suyo.
Y desde esta cátedra libre y andante que lleva el nombre de
Pío Tamayo, desde el Centro de Estudios de Historia Actual
de la Universidad Central de Venezuela, y desde nosotros
mismos, te saludamos, donde quiera que estés, y le damos la
bienvenida a tu libro-testimonio, en la seguridad de que,
por más que quieran, no permanecerá en el silencio, sino que
andará de mano en mano, nutriendo futuros.
Ojalá y así sea, amigo Carlos.
Caracas, 01 de febrero del 2007
Acto de Presentación del libro
Habla el que se fue. Mensaje de Carlos Ortega
1° de febrero del 2007 / Auditorio del Colegio de Ingenieros
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