El
paseo al final fue un vía crucis. Los Kirchner sufrieron
esta madrugada en el Senado el traspié más contundente de su
historia política, cuando el vicepresidente Julio Cobos se
negó a salvarlos en el insólito desempate de la votación de
la ley a la que ataron la suerte de su proyecto de poder. El
histórico no de Cobos llenaba de incertidumbre el futuro
inmediato del país.
Hace seis meses, el matrimonio presidencial se enorgullecía
de contar con un aluvión de votos en el Senado: 48. Dos
tercios. Manos libres hasta para avanzar en una reforma
constitucional. Ayer, con el bloque hecho jirones, llegó a
penar por conseguir el hipotético voto 37: Ramón Saadi, un
hombre que sólo fue clave en la política cuando lo
destituyeron como gobernador de Catamarca porque se
sospechaba que había encubierto el asesinato de María
Soledad Morales.
No le alcanzó, pero aquella imagen de caricatura ilustró tal
vez como pocas el momentó que se vivió en las últimas horas.
La decisión de los Kirchner de convertir la sanción del
aumento de las retenciones en una cuestión vital para su
gobierno los dejó en una trampa. Ganar la votación era un
carísimo premio consuelo. Perder, una "herida de muerte"
para el Gobierno, como llegó a decir el jefe de los
senadores oficialistas, Miguel Pichetto. La sola opción de
un empate acorraló al vicepresidente entre su rechazo al
proyecto del Poder Ejecutivo y su "responsabilidad
institucional". Parecía una cuestión de elegir un modelo de
derrota.
Cobos les ofrendó a sus ?ya definitivamente? ex aliados la
opción más cruda. ¿Cuánto tardará el kirchnerismo en
acusarlo de golpista, pese a los intentos del vicepresidente
por explicar que sólo buscó promover consensos?
Nunca un gobierno constitucional derrochó tanto poder en tan
poco tiempo. Es cierto que Cristina Kirchner arrastra los
costos de una reelección edulcorada, pero ni en sus peores
pesadillas podía imaginar quedarse sin mayorías seguras en
las dos cámaras. O encontrarse con que el peronismo que se
empeñó en encolumnar Néstor, su esposo, se ve doblegado en
la calle por las movilizaciones de sectores económicos,
sociales y políticos que se le oponen. Y con que la
concertación plural se esfumaría antes de existir.
La dinámica de lo inimaginable apenas empieza ahí. ¿Quién
podría creer ?no ya en la Argentina; en el mundo? que un
grupo político se juegue a todo o nada para defender medidas
de un ministro al que ya echó por considerarlo responsable
de haberlas tomado? ¿O que Saadi pudiera haber sido el
defensor mesiánico del plan kirchnerista de "redistribución
de la riqueza"?
Muchos senadores oficialistas ?quizás una mayoría de ellos?
acumulaban amargura por la misión que les tocó en suerte.
Debían votar el texto sobre las retenciones sin tocarle ni
el tipo de letra. En nombre del federalismo, debían defender
una ley que cristalizaba el manejo concentrado de los
recursos públicos. Para combatir la sojización, promovieron
una reforma que se olvida de compensar a los productores de
cultivos más "necesarios" (en palabras oficiales) como el
maíz y el trigo.
"Votaremos con convicción, pero éste será nuestro límite",
decía por la tarde, con ironía explícita, uno de los
senadores representativos del oficialismo. Una señal de lo
que vendrá: la agonía de un estilo de gestionar el poder.
Poco podría haber cambiado si el radical santiagueño Emilio
Rached al final se hubiera abstenido, si se iba o si votaba
a favor. El daño estaba hecho.
El peronismo siempre sabe distinguir el límite. A medida que
crecía el conflicto, Kirchner fue achicando el círculo de
apoyos. La protesta del campo ?con sus exageraciones? quitó
de la foto oficialista a muchos dirigentes que se decían
incondicionales. Pero más aún se alejaron por la falta de
apertura a ideas distintas que mostró el líder del
oficialismo. Hay palabras del ex presidente que irritan
hasta a los más leales: ¿cómo podrá tomar una verdadera
víctima de la dictadura que hubiera comparado con los
nefastos grupos de tareas militares al puñado de productores
desubicados que insultó a diputados defensores de las
retenciones?
"Que acepten el resultado", había exigido Kirchner a los
ruralistas en la víspera de la sesión. A él y al gobierno
que apadrina les toca ahora esa responsabilidad. ¿Podrá la
Presidenta salir del pantano después de la durísima
madrugada de derrota? Cuando aún creían en la victoria, los
oficialistas pensaban en relanzar la gestión con un paquete
de medidas salariales. Querían dar por terminada la crisis,
al menos desde el discurso. Fue sólo una ilusión.
En cuatro meses de conflicto, el matrimonio presidencial
consumió demasiado crédito: el PJ oficialista lo sigue cada
vez con más temores, buena parte de sus votantes le retiró
el apoyo y le dieron bríos a una oposición escuálida. Ahora
Cobos les plantea un desafío inquietante. El oficialismo
deberá decidir si lo toma como una oportunidad para reabrir
el diálogo o ve únicamente un intento de golpe
institucional.
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Artículo
publicado originalmente
en el diario La Nación |