Ya es un hecho que Manuel
Zelaya no regresará al poder en Honduras y que la solución
a la crisis política que desde el 28 de junio pasado
sacude al pequeño país centroamericano pasará por todo,
menos por la reinstalación en la presidencia del último
vástago del socialismo del siglo XXI sin unas condiciones
que lo obliguen a respetar la constitución, olvidarse de
referendos reeleccionistas y de constituyentes, no tomar
represalias contra quienes lo destituyeron, adelantar las
elecciones y entregar la Primera Magistratura a quien
resulte electo en enero próximo.
Eso, por lo menos, es lo que estipula la última propuesta
de acuerdo presentada por el presidente de Costa Rica,
Oscar Arias, quien habiendo comenzado la mediación
aceptándole todo a Zelaya (“el regreso sin condiciones”),
fue progresivamente rebanándole las aspiraciones hasta
reducirlas a las únicas aceptables y viables para los
demócratas hondureños: reinstalación de Zelaya en la
presidencia, pero para terminar su mandato de la manera
más corta y menos dolorosa y traumática posibles.
Y aquí no cabe sino admirarse de la hábil diplomacia de
los países democráticos representados en la OEA, los
cuales empezaron condenando “el golpe” y pidiendo la
restitución “sin condiciones” de Zelaya, dejaron la
solución en manos de los “duros” del ALBA que pasaron a
vociferar y clamar que reinstalarían a Zelaya “por las
buenas o las malas”, pero que en cuanto se vio se trataba
de un plan violento que conducía a la guerra civil y la
persistente agudización de conflicto, fueron separados de
la negociación para ponerla en manos de los hondureños y
del presidente, Arias.
No era, por supuesto a lo que aspiraba, Zelaya,
interesado, no en la preservación de la democracia
hondureña y su reconducción hacia los cauces que abandonó
cuando descubrió que era revolucionario, socialista y
reeleccionista vitalicio, sino en su revalidación de
caudillo populista dispuesto a sepultar la constitución
vigente y sustituirla por otra que facilite su rol de
“redentor de los pobres y salvador de la humanidad”.
De ahí que no tardó en rechazar la propuesta de acuerdo
del presidente, Arias, y en volver a las suyas, que no son
otras que una especie de cruzada folklórica con la cual
invadiría Honduras desde una frontera cercana, dice que
para comenzar la resistencia, pero en realidad esperando
que las Fuerzas Armadas den un “recontragolpe” para
reinstalarlo en el poder.
O sea, que un remake de los episodios, personajes, sucesos
y tramas que ocurrieron en Venezuela en abril del 2002,
cuando Chávez fue separado de la presidencia por un
movimiento cívico-militar y después reinstalado cuando
vino la reacción de los militares y civiles chavistas
Únicamente que Honduras no es Venezuela, ni abril del 2002
julio del 2009, luego que Chávez lleva 10 años
desestabilizando la región y retrotrayendo al
subcontinente a los tiempos de las montoneras, las
asonadas cuartelarias, los golpes de estado, las
insurrecciones populares y el socialismo real.
De todas maneras, algo pueden hacer Zelaya y su mentor
Chávez, y esa fue la razón para que el gobierno de
transición del presidente Micheletti reaccionara ante la
propuesta de Arias diciendo que eran las instituciones
hondureñas las que debían establecer si era un acuerdo
viable y legítimo y que, en caso de que así fuera, serían
los primeros en sentarse en la mesa con “el socialista
siglo XXI” para discutir las condiciones del acuerdo y el
cronograma en que debería implementarse.
Por eso, pudieron afirmar que, aun sin aprobarse, la
propuesta de acuerdo era un triunfo para la democracia
hondureña, y de aquellos que opinan que son los
hondureños, su gobierno y sus instituciones quienes deben
decidir cuáles son los mejores caminos para preservar y
consolidar su democracia.
En este orden de ideas, estoy convencido que la comunidad
democrática interamericana representada en la OEA derrotó
a Chávez y al castrochavismo aplicándole su misma
medicina, como fue simular que condenaba “el golpe” y
apoyaba la restitución de Zelaya en la presidencia “sin
condiciones”, mientras separaba a los “duros” de la
negociación e instrumentaba la mediación de Arias que
culminó con la única propuesta de acuerdo posible: la
restitución de Zelaya, pero después de comprometerse a no
violar la constitución, convocar a elecciones y traspasar
el poder en enero.
Por su parte Chávez y sus aliados se han visto forzados a
simular que apoyan la democracia, la constitución y el
estado de derechos hondureños, pero solo como una añagaza,
como una trampa cazabobos para que la comunidad
internacional en general, y la OEA en particular, fuercen
la salida de Micheletti y el regreso de Zelaya y continúe
la destrucción de la libertad, la democracia y la
constitución y allane el camino para que Honduras sea la
sexta estrella del sistema neototalitario, autocrático,
dinástico y castrochavista que propugnan el teniente
coronel y los hermanos Castro.
Solo que se trataba de una estratagema muy conocida y
aprendida, puesto que tiene el mismo empaque del modelo
que había estrenado Chávez en Venezuela y habían seguido
Morales en Bolivia, Correa en Ecuador, y Ortega en
Nicaragua y que la comunidad internacional enfrentó con
paciencia y firmeza hasta logró desbancarlo.
De modo que la conspiración de Chávez y el castrochavismo
en Honduras, lo que también puede llamarse el marketing de
su franquicia o cajita feliz ( toma del poder con los
votos de los pobres y las clases medias, desmantelamiento
de las instituciones, convocatoria a un referendo para
convocar una constituyente y redacción de una nueva
constitución) fracasó estrepitosamente y todo porque las
instituciones democráticas y el pueblo hondureño
decidieron no caer en la trampajaula que tiene al borde de
la pesadilla totalitaria a venezolanos, bolivianos,
ecuatorianos y nicaragüenses, y enjuiciaron a Zelaya, lo
destituyeron y ahora quieren llevarlo a juicio para que
sea castigado por sus delitos.
Y lo están logrando… porque más allá de las toneladas de
retórica y los bosques de manos alzadas, la mayoría de los
países democráticos del continente estaban ansiosos de que
las instituciones y el pueblo de algún país de la región,
asolado por la intromisión de Chávez y sus aliados,
demostrara que, más allá de sus bravatas, el socialista
siglo XXI no se atrevería a ser nada y quedaría como un
bocazas que solo vocifera cuando no hay instituciones y un
pueblo dispuesto a enfrentarlo.
Decisión que tiene la fuerza de quienes, por defender sus
instituciones, no se detienen en nada, están dispuestos a
correr los riesgos que sean y luchar contra las amenazas y
las agresiones con tal de vivir en paz, de acuerdo a la
ley y los principios y valores de una constitución que
decidieron darse.
En definitiva, que el castrochavismo entra en su fase
agónica y Chávez pasa a ser un esperpento senil sin haber
alcanzado la mayoría de edad.